Se cumplieron las previsiones más pesimistas: pese a los 22 puntos de ventaja que las encuestas otorgaban como promedio a la oposición venezolana, el chavismo institucional ha proclamado la victoria de Maduro por 51,2% de los votos emitidos. Muchos hicimos estas oscuras previsiones a partir de la forma empleada por Maduro para anunciar su aceptación de los resultados: no dijo que respetaría la voluntad ciudadana expresada en las urnas, sino que se atendría a lo que dictara la autoridad electoral, el Consejo Nacional Electoral, bien conocido por su militancia chavista. Era todo un anuncio premonitorio.
Se ha constatado así la lógica más tóxica: el régimen de Maduro no está en condiciones de abandonar el poder, pase lo que pase en Venezuela. Simplemente, no puede. Es tan grande la carga de las tropelías cometidas, de las violaciones morales y de los derechos humanos, que los personeros del sistema están convencidos de que el abandono del poder les supondría exponerse a una lluvia de demandas inasumible. En realidad, buena parte de ellos están convencidos de que tendrían que abandonar el país si el chavismo dejara de gobernar Venezuela.
Pero ese convencimiento extremo hace bastante inviable la opción defendida por algunos aliados del chavismo y una buena cantidad de pragmáticos: que el abandono del poder de Maduro y los suyos se diera luego de una negociación que ofreciera garantías de que los dirigentes chavistas no sufrirían graves represalias.
Al descartarse esa opción, sólo queda un escenario: la resistencia a brazo partido, desconociendo cualquier crítica mínimamente razonable, o, dicho en otros términos, la fuga hacia adelante, hacia el endurecimiento dictatorial. Es en ese camino que pueden producirse fisuras en el régimen autoritario. Cierto, la presión internacional, solicitando el conocimiento de las actas electorales, es un poderoso factor de presión, pero no resolverá la dramática situación si el régimen sigue fuertemente cohesionado. Será la necesidad de Maduro y sus escuderos de endurecer su gobierno, lo que puede provocar contradicciones internas que debiliten su consistencia.
En todo caso, es importante que la mirada democrática no se centre únicamente en la felonía perpetrada. Es necesario ampliar la lente para observar los cómplices que le sirven de puntos de apoyo internos y externos al régimen de Maduro. Por otra parte, la lista no es tan larga si se trata de los cómplices más destacados.
En primer lugar, están los países que han reconocido esa misma noche los resultados fraudulentos. Existe un grupo motivado por factores geopolíticos, al estilo de la vieja guerra fría: China y Rusia, en primer lugar. Y luego, la complicidad de otros regímenes ideológicamente aliados: Cuba, Nicaragua y Bolivia, a los que se agrega ahora Honduras, en buena medida por razones internas. Importa destacar el caso de Bolivia, porque se constata algo que ha sido motivo de debate en la izquierda latinoamericana: el gobierno boliviano y el partido que lo apoya, el MAS, no pertenecen a la izquierda democrática. La posición de los gobiernos brasileño y chileno, y de forma más tímida el colombiano, al exigir la revisión electoral, establece la distancia necesaria al respecto.
Por cierto, la respuesta de Maduro ha sido consistente con esa fuga hacia formas más autoritarias: ha retirado el personal diplomático venezolano de siete países latinoamericanos, Argentina, Chile, Costa Rica, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay, por no reconocer su victoria y poner en duda el resultado electoral.
Y finalmente, hay que mencionar a los cómplices del régimen chavista que, por diversas razones, han dado cobertura al gobierno de Maduro y su fraude electoral. Entre ellos destaca un dirigente socialista español, Rodríguez Zapatero, que se ha negado a sumarse al reclamo internacional de que se hagan públicas las actas de los resultados electorales. Esta negativa de Zapatero resulta más notable por cuanto otros simpatizantes de Maduro, invitados también por el gobierno venezolano como observadores externos, como los expresidentes Leonel Fernández de República Dominicana y Ernesto Semper de Colombia, se han sumado a la demanda internacional de conocer todas las actas del escrutinio.
El argumento usado por Zapatero hasta el momento, para no desmarcarse del régimen chavista, ha consistido en que es necesario establecer opciones que favorezcan la negociación entre el régimen y la oposición. Pero ese argumento resulta hoy un insulto o una quimera. Por convencimiento ideológico o por estupidez política, Zapatero (uno de los aliados más encendidos de Pedro Sánchez) es hoy el símbolo de la complicidad con un régimen de dictadura.
La posición que se adopte respecto de la crisis venezolana se ha convertido así en la prueba del ácido para la izquierda latinoamericana, permitiendo diferenciar su consistencia democrática de su viejo espíritu autoritario. Y no importa si esa posición esté condicionada por una amarga experiencia interna, como sucede en el caso de Honduras; la subordinación del respeto al ejercicio democrático por otros intereses o circunstancias califica igualmente a quien acepta un grosero fraude electoral.
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