La primera vez que un «comisario global» de la censura [que igual es «terrorismo mediático»] se aproximó a mí, lo recuerdo nítido, fue en un pasillo de la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de los Andes. Ya murió, fue profesor y poeta. Viajaba con frecuencia a Cuba, con viáticos y pasajes pagados por ese bodrio político llamado revolución, y tenía por tarea reclutar hacedores en los ámbitos de la academia y cultura.
—Si adulas al comandante Fidel Castro y apoyas la URSS, formarás parte de los escritores privilegiados a los cuales la revolución paga –me susurró frotándose los mostachos-. Hazlo, el comunismo se expandirá por toda la América Latina.
Transcurrían los primeros años de la década de los años setenta del siglo XX cuando me vi en el umbral del diario El Nacional, convertido en columnista de las páginas de crónica y A-4 Editorial. Mis inferencias no eran complacientes, y fui afortunado porque el notable intelectual Don Miguel Otero Silva defendió mi derecho a escribir sin aspavientos ni censura ante dos personajes que [en la sala de redacción de la antigua sede de Puente Nuevo a Puerto Escondido] le reclamaron que me permitiera opinar sin reverenciar al comunismo en incesante y avasalladora puja hacia la dominación universal de la información.
Rechazaba, sin ambages, utilizar mis columnas periodísticas a favor de tiranías. Fui, soy y seré crítico de cualquier sistema político o doctrina religiosa que aliene al hombre. No concibo que individuos o corporaciones pretendan forzar la adecuación de mi libertario pensamiento político-filosófico-teológico a proyectos infames.
Durante aquellos días, el terrorismo era combatido sin las sutilezas de un hipócrita y acomodaticio protocolo internacional fortaleciéndolo [como sucede en la actualidad]. Yo adhería a la violencia legítima que ejerció Norteamérica junto con sus aliados para golpearlo duro, y, de esa forma, apresurar su desaparición del panorama político mundial. Empero, la Internacional Socialista ya «falotraba» el concepto de autodeterminación de los pueblos.
Los comisarios globales estuvieron activos durante el siglo XX, infiltrándose en medios de comunicación social, centros culturales y casas de estudios superiores donde ejercían, sin empachos, la censura. Los veía, sentía en mi mente y cuerpo: hostigaban, amenazaban, lanzaban puñetazos, destruían propiedades públicas o privadas y asesinaban con puntualidad. Por retaliación, para enviarnos mensajes a quienes somos irreverentes y rehusamos adherir. Ellos observaban con quiénes interactuábamos, quiénes expresaban coincidencias principistas y sopesaban el alcance de nuestras opiniones.
La Internet asomó su poderío con arte y magia tecnológica, había sido un arma digitalizada y secreta de comunicación en guerras convencionales hasta que un día fue industrializada por genios que no tardaron en simpatizar con la supremacía terrorista. Que necesita, lógicamente, de comisarios globales para conducir la información hacia puerto seguro durante la navegación en nube no cósmica.
El terrorismo es global, institucional, franquicia. Su funcionariado puede ser virtual e igual carnal. Está armado en cualquier demarcación donde precise cometer genocidio. Lo que no significa que será castigado, domina la información y opinión. Infringiremos normas si su antojo dicta.
@juescritor