Con 9.000 casos de coronavirus para esta hora y casi 400 muertos reconocidos por sus autoridades, Colombia no tiene frente a sí un camino fácil. Lo tiene más fácil que otros, quizá, porque al haberse incorporado más tarde en la cadena de contaminación global del voraz virus, ello le ha permitido aprender de las experiencias, de los traspiés y de los aciertos de terceros. No quiere lo anterior decir que están siendo heroicos en el manejo de las dos vertientes de la crisis planetaria, la sanitario y la del destrozo económico, pero han sabido distinguir entre una y otra, han sabido establecer prelaciones en sus estrategias y, casi con toda seguridad, saldrán mejor parados que cualquier otro país latinoamericano de los desacomodos residuales de este episodio luctuoso.
Son mucho los factores que juegan en contra de una política de manejo de crisis en un país que no tiene la estabilidad social ni política que es indispensable para batallar contra adversidades de este tamaño. Las medidas de confinamiento han sido poco respetadas por la población –salvo excepciones, claro está– y ello es la causa de que la contaminación haya crecido más rápidamente de lo que sus instituciones de salud son capaces de manejar con eficiencia. Pero donde si están bien equipados es en la resiliencia de sus sectores productivos, acostumbrados a lidiar por décadas contra muchos elementos de desestímulo.
El gobierno ha puesto en marcha algunas medidas para reanimar a aquellas empresas de pequeña y mediana talla que son el eje del dinamismo del consumo en Colombia, aunque todavía la cuarentena sigue en pie hasta casi fin de este mes. No hay nada que sea diferente en Colombia a otros países en materia de fórmulas de ayudas para mitigar el impacto sobre las empresas y los individuos: asistencia de carácter fiscal, préstamos blandos para proteger los flujos de caja de las unidades productivas y comerciales afectadas por el desconsumo, líneas de crédito especiales para actividades vulnerables, subsidios selectivos, una política de protección al empleo y otras tantas.
La novedad es que estas son progresivas pero su gradualidad no va a depender de la voluntad del gobierno en Bogotá sino del ritmo y tono que le quieran otorgar las regiones. No es que todas las alcaldías estén felices con las políticas dictadas por la Casa de Nariño, pero tienen reglas claras de actuación a la vez que holgura en el manejo de lo que se ha dado en llamar “protocolos de bioseguridad”, estos si, dictados por las autoridades a escala nacional. El “tempo” de la reapertura de industrias y comercios va a ser manejada por las regiones, lo que intenta respetar las particularidades regionales y evita por igual, o al menos atempera, los conflictos de carácter político que se puedan originar en diferencias de opinión.
Los ministerios de la Economía y Hacienda se han movido con rapidez en los círculos internacionales y han sido de los primeros en obtener renovación de créditos del Fondo Monetario para apuntalar al sector financiero frente a las necesidades crecientes de la industria y del comercio. Es necesario recalcar que ni sus exportaciones ni sus importaciones se han paralizado en estos tiempos de pandemia.
Es claro que el país vecino está siendo carcomido por el desempleo que se ha estado generando particularmente en la microempresa, en las de pequeña talla y en las medianas. Los cesantes también están gozando, hasta donde es posible, de una atención prioritaria con fondos para aliviar las secuelas del desempleo, pero donde no existen fórmulas eficientes es en la atención de las necesidades que genera la economía informal que en el caso colombiana es muy significativa.
El caso es que nada de lo que le está ocurriendo a la economía nacional tiene a las autoridades del país vecino cruzados de brazos. Dos elementos coyunturales les dificultan aún más el rescate: los 2 millones adicionales de ciudadanos que deben atender como consecuencia de la emigración venezolana y la caída de los precios petroleros.
Para nosotros venezolanos, esta proactividad de los vecinos debe ser inspiradora. Porque no es que Colombia haya tenido mejores cartas que Venezuela como punto de partida. No. Si algún país fue bendecido por Dios extraordinariamente en materia de recursos por explotar y una geografía benévola fuimos nosotros. Lo que han tenido aquellos como factor de diferenciación en el momento actual es un espíritu constructivo y trabajador que no han podido desmontar 50 años de violencia guerrillera. Y es cierto, tampoco han sido como nosotros, por dos décadas enteras, víctimas de la destrucción programada de las industrias, del saqueo de sus riquezas y del destrozo de la moral de los ciudadanos.
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