OPINIÓN

Los CLAP: la podredumbre masificada

por Miguel Henrique Otero Miguel Henrique Otero

Video 1: Aparece una señora que muestra a cámara una bolsa de harina de maíz, agujereada por la acción de ratones. Esto ocurre en el municipio Mara del estado Zulia. Video 2: Otra dama le dice a quien la filma: “Acércate para que se vean los gorgojos”, mientras levanta un paquete que debería contener solo arroz. La cámara se acerca y lo vemos: centenares de animalitos negros que se mueven dentro del paquete. Video 3: Un señor, en el estado Sucre, coloca dos paquetes de harina de maíz mejicana sobre una mesa, junto a una balanza. Los paquetes indican el peso: 1.000 gramos. A simple vista se observa que uno de los paquetes tiene menos cantidad de producto que el otro. Pesa los paquetes por separado: uno tiene 881 gramos; el otro, 647 gramos.

En los últimos meses, como cualquier otro venezolano, he recibido decenas de videos provenientes de hogares venezolanos, en su mayoría hechos en lugares donde la pobreza es evidente, que denuncian, de distintos modos, la operación de los CLAP. Mi impresión es que, en las semanas recientes, la cantidad y la gravedad de lo que se denuncia se ha intensificado.

Un resumen de los contenidos de esos videos arroja una radiografía del trasfondo y la operación de los CLAP.

Uno. Se trata de una operación insalubre. Se distribuyen bolsas de alimentos que contienen gusanos, gorgojos, polillas, escarabajos y unas orugas de color verdoso, dentro de los paquetes cerrados. Esto quiere decir que se los compran a proveedores que no cumplen los requisitos sanitarios básicos, propios de cualquier industria de alimentos.

Dos. Se distribuyen paquetes de alimentos rotos por roedores, con humedad, apelotonado o con manchas. En un video he visto un paquete de harina de maíz, donde había harina blancuzca, mezclada con una harina verdosa, como si estuviese contaminada de algún tipo de hongos.

Tres. La estafa a las familias no termina con los señalamientos relativos a la calidad. También las denuncias se refieren a la cantidad. Se producen evidentes discrepancias entre la cantidad señalada en los empaques y el contenido que portan. En el sistema de los CLAP, los kilos no son kilos, los litros no son litros. Hay una sustracción que es sistemática. Las bolsas o cajas contienen cada vez menos productos. Los productos son cada vez de peor calidad. Y las cantidades son cada vez menores.

Cuatro. Los denunciantes coinciden en señalar que cuando reclaman la respuesta que reciben es universal: no hay nada que hacer. El dilema es categórico: o alimentos infectados o nada. En algunos videos se escuchan las voces de los funcionarios: no está en mis manos, no tengo a quien reclamar, son órdenes de arriba y otras semejantes.

Cinco. Una cuestión particularmente importante: los CLAP están asociados a un discurso. No se trata de frases que intenten persuadir al beneficiario de la bondad del régimen. No hay amabilidad alguna en el lenguaje de la operación CLAP. Su tono, la actitud de los funcionarios, las instrucciones que reciben los llamados “jefes de calle” o “jefes de barrios”, es de abierta coacción, de amenaza. Lo que los CLAP comunican a los usuarios es básicamente una reiterada advertencia: ¡Este podría ser tu último paquete de alimentos! Es en el momento de la entrega cuando se produce la escena de mayor indignidad: quien recibe una bolsa o una caja CLAP, recibe al mismo tiempo un ultimátum: no protestes, no denuncies, haz silencio. Quienes se atreven a desconocer esa orden corren el peor de los riesgos al que puede someterse a un jefe de familia, la amenaza de hambre para sus hijos. No basta el hartazgo. Los que se paran frente a la cámara de un teléfono inteligente son valientes ciudadanos que no conocen cuáles serán las consecuencias, los castigos que recibirán, una vez que difundan el video respectivo.

Seis. La operación CLAP tiene además otro componente del que poco se habla: el de romper la convivencia en comunidades, calles y barrios. Cada zona se convierte en el espacio dominado por unos jefecillos gritones e insolentes, cuyo poder se fundamenta en el hambre de las familias venezolanas. El sistema CLAP es, en lo esencial, una estructura de dominación, especialmente desarrollada en las zonas pobres del país. El propósito de fondo es evidente: que el jefe de la comida sea también jefe político, soplón, miliciano que impide las libertades ciudadanas.

Siete. De forma simultánea, una enorme operación lucrativa, de reventa y contrabando de extracción se produce con los productos que han sido sustraídos de la operación. El robo se produce en cada punto de la cadena. Se entrega menos cantidad por envase. Menos cantidad de unidades. Se extraen productos de las bolsas o cajas. Desaparecen cajas en las rutas de distribución. Se borran de las listas a familias, alegando fallas del sistema. ¿Cuál es el tamaño de la brecha entre lo que se compra a sobreprecios y lo que realmente se distribuye? ¿Cuánto se pierde en el camino? ¿50%, 60%?

Ocho. Por último, la conclusión inevitable. Los CLAP son una estructura creada para hacer posible no una sino varias formas de corrupción: corrupción en las compras; corrupción en los centros de almacenaje y distribución; corrupción en el reparto; corrupción en el vínculo entre el poder y los ciudadanos; corrupción de las ideas que se transmiten.

Los CLAP son la masificación de la podredumbre.