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¡Los cantantes van, los cantantes vienen!

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Estábamos en fiesta conversando animados sobre lo que nos acontece cuando uno de nosotros, el más callado, tímido e introvertido, desde el fondo del salón dice en alta voz pero como si hablara consigo mismo: «Que en una sola canción puede caber todo el universo, incluyendo el amor». Y al decirlo, apaga nuestras voces e instala entre nosotros, sin quererlo ni proponérselo, no solo el asombro y el desconcierto sino el aire suave y dulce de la fugacidad del amor.

Tambaleante, se levanta de su asiento y mientras se acerca a nosotros nos mira y dice con su voz de varios tragos que cada uno lleva consigo una canción que lo hace llorar; alguna alegre o triste melodía que navega en nosotros provocando el milagro de removernos el alma. Dice eso, se sienta, se sirve otro trago  y vuelve a hundirse envuelto y protegido por las sombras de un denso silencio.

Al verlo tan abrumado por su propio misterio me dije que en efecto los cantantes van, los cantantes vienen y el amor generalmente siempre se desliza entre ellos dejando en el aire, como dijeron los personalísimos tragos de nuestro amigo, el suave y dulce aroma de la fugacidad que los estremece o el desaire del rechazo que están sufriendo al cantar. Y de inmediato me vinieron a la memoria los nombres cubanos de Silvio Rodríguez, Ángel Cueto y Miguel Matamoros ya viejos en el tiempo y a la pregunta que ellos mismo se hicieron: «¿De dónde son los cantantes?» respondieron que ellos, los Matamoros, eran de la loma y cantaban en llano y la gracia de sus voces y el  ritmo de la música y de su compases produjeron entonces el milagro de que al escucharlos cantar los quisiésemos conocer.

Y fueron surgiendo ante mí cantantes procedentes de todas las lomas del mundo y con ellos el amor que cubre los mas insólitos e ignorados universos. A lo largo de nuestras vidas los escuchamos acompañados de las orquestas o del resonar de las guitarras y del tenso cuero de los tambores o del bongó que en Cuba generalmente es de chivo. Por eso en la isla se dice que chivo que rompe tambó con su pellejo paga y ya sea en nuestro idioma tan musical o en el francés de Lucienne Boyer, Edith Piaf, Charles Trenet, Juliette Gréco, Aznavour o en las voces italianas de Achiles Togliani, Eros Ramazzoti, Emma Marrone, Gigliola Cinquetti o el inolvidable Domenico Modugno que en 1958 puso al mundo a volare y a cantare nel blu, dipinto di blu, hay melodías que fascinan al más torpe o al menos sagaz y entre nosotros, venezolanos, hay canciones que en tiempos distintos conmueven hasta las lágrimas; voces que se valoran a sí mismas y se enriquecen día a día mientras nos van olvidando, pero yo jamás olvidaré que fue Vittorio De Sicca el primero en cantar «Parlami d’ amore, Mariú» en una desvaída película de 1932 titulada Gli uomini che mazcalzoni y a Lucienne Boyer cantar ese mismo año, por primera vez, «Parlez-moi d’ amor«, hermosas canciones que piden hablar de amor y desafían al tiempo porque no envejecen jamás y aparecieron en el mundo cuando yo estaba naciendo y Bela Lugosi convertido en el Príncipe de la noche atravesaba en su castillo de los Cárpatos una inmensa tela de araña sin romperla.

Por eso, las canciones, las voces de los cantantes populares armoniosas o agudas y estridentes me enriquecen porque sin esperar nada a cambio afinan mi sensibilidad ya suficientemente iluminada por las obras de los grandes compositores de música académica y más que afinarla me instalan y muestran las circunstancias de mi propia vida para que me duelan o agraden.

De allí que no considere verdaderamente intelectual a aquel que me diga que en sus desvelos culturales sólo aparecen Mozart, Beethoven, Mahler, la Noche Transfigurada, Baudelaire o Marcel Proust, dejando fuera a Billo Frómeta, a Oscar D’León, a Armando Manzanares y a las tonterías que repiten nuestras tías solteronas. Pero igual de necio sería el mecánico latonero que ignore quién es Benny Moré o la Sonora Matancera.

¡Yo estoy con Luigi Nono y la música afro de los barrios populares neoyorquinos, con Eugenio Montejo y Salvador Garmendia; con Rimbaud y Mallarmé, pero también con el vallenato, los boleros, la salsa mayor y, desgraciadamente, con el tiempo áspero y chavista que me toca soportar!

 

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