El siglo de las luces. El papa Pío VI -desterrado y apresado- moría al terminar el año 1799. Al filo del cambio de siglo los devotos creyentes de la diosa Razón deseaban el fin del papado y de la Iglesia con la muerte de “Pío VI y último” para dar paso al soñado luminoso amanecer del nuevo siglo. El “siglo de las luces” (siglo XVIII) trajo verdaderos avances, y también ilusiones que soñaban con el amanecer de una humanidad feliz, pastoreada por la diosa Razón. Luego los crudos problemas sociales del XIX con proletarios y capitalistas enfrentados y las grandes guerras modernas revelarían la inmensa capacidad destructiva de la Razón cuando sus instrumentos son utilizados irracionalmente. Dos guerras en Europa en el siglo XX con más de 100 millones de muertos…
El Ilustre Americano. Faltando un cuarto para terminar el siglo XIX, el “Ilustre Americano” Guzmán Blanco soñó con liberar a Venezuela de las “tinieblas” impuestas por la Iglesia Católica y abrirla a un brillante amanecer de la mano de la diosa Razón. Para ello expulsó a los obispos, prohibió todas las órdenes y congregaciones religiosas, quitó los crucifijos de las escuelas, cerró todos los seminarios de formación de sacerdotes…. Pero la realidad se burló de los sueños de Guzmán Blanco, que años después murió en París en brazos de su Iglesia Católica.
Ni con Pío VI, ni con Guzmán Blanco se acabó la Iglesia y la vivencia cristiana volvió a rebrotar. El presidente Rojas Paúl autorizó la entrada de las congregaciones religiosas, empezando por los capuchinos, heroicos fundadores de pueblos y ciudades en la Venezuela colonial. El propio gobierno salió a buscar congregaciones religiosas de vida consagrada a Dios, dando atención y cariño a los leprosos segregados y atendiendo casas de ancianos y de niños abandonados…. Para el Hospital Vargas trajo el Gobierno a las Hnas. de S. José de Tarbes, y a las Hnas. de la Caridad de Santa Ana, para cuidar leprosos en la Isla de la Providencia en el Zulia. Jóvenes mujeres venezolanas seguidoras de Jesucristo dedicaron sus vidas a tejer necesidades humanas con el Evangelio, y fundaron congregaciones religiosas como las Hermanitas de los Pobres de Maiquetía, las Franciscanas Venezolanas o las Siervas del Santísimo, las Dominicas Venezolanas…
Nos dicen que Stalin en una reunión de medición de fuerzas europeas preguntó con sorna “cuántas divisiones tiene el Papa”. O cuántos cañones tiene la Iglesia. Los venezolanos hoy nos preguntamos de dónde podemos sacar fuerzas para salir de esta situación en la que nos metió la “revolución”, para que nuestro país renazca de las cenizas. No hay salida si instituciones, sectores sociales, gremios y personas (educadores, , empresarios, trabajadores, profesionales…) seguimos con la rutina. Hace falta un esfuerzo extraordinario para salir con vida de este naufragio. Por eso nos preguntamos cuántos cañones tiene la Iglesia para esta batalla.
La respuesta es que la Iglesia no tiene ni cañones, ni fusiles, pero hay un arma secreta y muy poderosa escondida en el corazón de casi todos los venezolanos. Esa arma es la ESPERANZA y la Iglesia puede y debe jugar un importante papel para que reverdezca y fructifique por todo el país. Sin esperanza nada se puede y con ella todo se potencia, y se vuelve posible el esfuerzo creativo que necesitamos. La Iglesia Católica en Venezuela es mucho más que quienes nos encontramos los domingos en misa. Donde menos se espera nos encontramos con esa esperanza entre gente que poco aparece por los templos. Nos llama la atención encontrarnos en medio de las ruinas iniciativas educativas, de comunidades de base, de centros de salud, asociaciones de solidaridad… una vida vigorosa en situaciones de pobreza y que funcionan impecablemente. Si averiguamos dónde está el secreto de esa escuela de Fe y Alegría, de ese ancianato, o del centro de cuidado y formación de niños que fueron abandonados, de esas pequeñas comunidades activas, nos encontramos con las raíces del Evangelio que dan vida a los corazones.
En estos años las valientes palabras y comunicados inspiradores de esperanza de nuestros obispos han sido bien recibidos. Pero la dramática realidad nos llama a tomar todavía más conciencia de la tragedia nacional y llamar, para que con fe y amor se enciendan y broten miles de iniciativas en todas las dimensiones de la vida nacional.
La Iglesia no tiene cañones, pero está llamada a ayudar a que el tesoro escondido de la esperanza presente silenciosamente en millones de venezolanos, se active y se transforme en motor de cambio, tome fuerza y desarrolle iniciativas en miles de puntos donde hay necesidad y brasas no apagadas. Una Iglesia audaz que abre puertas y ventanas para que revivan todas las esperanzas es una de las claves para el renacer de la nueva Venezuela.
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