La reciente Cumbre de los BRICS, celebrada en Johannesburgo en agosto pasado, aumentó de cinco a once el número de países integrantes. Esta ampliación provocó diversas interpretaciones sobre el significado último de la iniciativa, que fue analizada desde diferentes ángulos: geopolíticos, económicos, comerciales, e incluso los más estrictamente nacionales.
Sin embargo, hay un aspecto abordado con menor profundidad, más allá de las implicaciones que afectan a los dos países latinoamericanos directamente implicados, Brasil, socio fundador del club, y Argentina, una de las seis posibles incorporaciones. El tema gira en torno a la relación entre los BRICS y la integración regional en América Latina. En realidad, la pregunta debería interpelar el papel de Brasil en los BRICS junto a la debilidad (o la crisis) del proceso integrador y el conjunto de sus instituciones.
Dicho de otra manera, ¿se habría sumado Brasil a los BRICS en 2009 de haber estado en marcha un sólido proceso de integración con fuertes referencias regionales? ¿Así como el gobierno brasileño se opuso a que Uruguay negociara por su cuenta, primero con EEUU y luego con China, los gobiernos de los estados miembros de cualquier esquema de integración medianamente potable, como Unasur, por ejemplo, no se hubieran opuesto a una aproximación semejante? ¿Cuán compatible hubiera sido la membresía brasileña a los BRICS con una fuerte integración latinoamericana? Probablemente, muy limitada.
Una de las tantas especulaciones sobre el resultado de la última cumbre giró en torno al papel menguante de Brasil en los BRICS, especialmente frente a China, convertida en el actor hegemónico de la organización. Sea en términos de victoria pírrica o bien de compensación asiática al único país latinoamericano presente en la organización, lo cierto es que la invitación a Argentina a adherirse al grupo sería una especie de compensación ante el menor protagonismo brasileño.
Hasta la incorporación de Sudáfrica, en 2010, ninguno de los cuatro miembros fundadores de los BRICS, Brasil, Rusia, India y China, todos gigantes geográficos, era partidario de impulsar ningún proceso de integración regional. Esto valía especialmente para los tres últimos. Incluso Brasil, entonces atraído por la retórica bolivariana de Hugo Chávez, tampoco estaba decidido a ejercer el liderazgo regional hasta sus últimas consecuencias ni a invertir demasiado capital político, ni económico, en una empresa sudamericana y, mucho menos, latinoamericana.
Tanto en Planalto, sede del gobierno federal, como en Itamaraty, sede del ministerio de Exteriores, están convencidos de que hay que cuidar a los vecinos, pero no en exceso. Brasil aspiraba, y lo sigue haciendo, a jugar en las grandes ligas, a ser un actor global relevante y a convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Son dos objetivos básicos y permanentes de la política exterior brasileña, más importantes que cualquier otra meta de alcance regional. Esto es hoy mucho más evidente, gracias al asesoramiento de Celso Amorim, que durante los dos primeros gobiernos de Lula. Entonces brillaba con luz propia Marco Aurelio García, más partidario de América del Sur y con una red de conexiones mucho más extensa tanto en el Foro de São Paulo como en lo que luego sería el Grupo de Puebla, que el actual asesor áulico internacional.
Ahora bien, la relación con los BRICS no es un fenómeno estrictamente ideológico, que responde a un sesgo progresista en los gobiernos brasileños del PT. Más allá de las profundas diferencias que separaban a Jair Bolsonaro de Lula da Silva y Dilma Rousseff, o del “comunismo” de la República Popular China, el ex presidente no menguó su entusiasmo hacia los BRICS ni hizo ningún amago, sino todo lo contrario, por sacar a su país de la organización.
En caso de que Argentina se termine sumando a los BRICS, una decisión que dependerá del nuevo presidente, los incentivos para avanzar en la integración regional, disminuirán en relación a los actuales, de por si bastantes escasos. Si bien Sergio Massa sería más partidario de dar el paso que Javier Milei, los dos serían presionados para reforzar los vínculos económicos con China, uno de los dos mayores socios comerciales de Argentina.
La pertenencia a los BRICS, y la necesaria solidaridad con sus integrantes restarán margen de autonomía a la hora de pronunciarse en ciertas cuestiones geopolíticas, como el enfrentamiento global entre China y EEUU, la responsabilidad de Rusia por su invasión de Ucrania, el posicionamiento en el conflicto del Medio Oriente y el papel de Israel, e incluso en otros temas relacionados con el futuro de Mercosur y la CELAC.
Más allá de que los BRICS, liderados por China y Rusia, se conviertan en defensores de los intereses del llamado Sur global, la presencia de Brasil y, eventualmente de Argentina en la organización, son un estímulo limitado, o casi nulo, al proyecto de construir la Patria Grande. La integración regional latinoamericana, tan vinculada a la figura de Simón Bolívar y a su gesta emancipadora, no será favorecida ni por los cuatro países ya presentes ni por los cinco que se sumen (Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopia e Irán). Ninguno de ellos, ni siquiera China, aportará algo medianamente importante a este proceso.
Artículo publicado en El Periódico de España
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