No pasó mucho tiempo y las cicatrices aún permanecen en todos sus protagonistas. Ni las sanciones a los responsables de las masacres de Srebrenica en Bosnia ni la destrucción de Sarajevo son suficientes para hacer olvidar una guerra que cobró miles de muertos -dicen que más de 130.000-, ciudades destruidas y una palabra: ethnic cleasing (limpieza étnica o racial), que quedó tatuada en millones que anteriormente vivían en un territorio bautizado como los eslavos del sur o Yugoslavia. La misma entidad que surgió luego de una de las dos confrontaciones que tuvieron los europeos y una parte del mundo en el siglo XX. También en esta región mataron al archiduque Fernando en Sarajevo, hecho que desató la primera de las grandes confrontaciones mundiales. Los Balcanes, con su cadena de montañas que lucen verdes en este comienzo del verano, me ha tocado visitarlo de manera más amplia 30 años después. Esta es una crónica de mi viaje por los territorios llenos de cicatrices de una confrontación muy reciente y cercana.
Empecé mi viaje por Prishtina, la capital del país más joven de Europa: Kosova. Nació como resultado del desprendimiento de Serbia, que no tuvo compasión con ellos en el proceso de escisión. La ciudad es joven, vibrante y con un notable crecimiento desde que se independizó oficialmente en 2008. Todavía no tienen 20 años y su bandera disputa territorio con Albania, a la que culturalmente se encuentra unida por el mismo idioma. La bandera roja con las dos águilas se observa a lo largo de todo su territorio. La encargada de la aduana mira una y otra vez mi pasaporte en un aeropuerto con no muchos vuelos. No habrán venido muchos por aquí. Llama por teléfono a su supervisor para confirmar que no requiero visa para ingresar a pesar de que el Paraguay no reconoce a esta joven nación. Lo hacen muchos pero varios: no entre ellos el nuestro, España, Francia y otros. Detrás del tema están los intereses de los omnipresentes serbios. Me desplazo hacia el centro de la ciudad desde un aeropuerto que lleva el nombre del héroe de esta nación, Adem Jashari, quien falleció junto a toda su familia en un ataque serbio a su comarca natal. Es una especie de Che Guevara local. Barba larga, ropa de granjero y en sus manos una AK 47. Me sorprende un boulevard que lleva el nombre de Bill Clinton y una estatua levantada en su memoria. Fue el presidente americano que decidió ordenar el ataque contra las posiciones serbias y fue determinante para el cese de la destrucción que el ejército de ese país llevaba adelante. Son pocos los kosovares. No más de 2 millones y medio en un territorio el doble del departamento de San Pedro.
Una universidad moderna se yergue en las afueras de la ciudad, la AAB college construida por uno de los tantos kosovares que hicieron fortuna en el exterior y que retornaron para invertir en su naciente país. Tiene 37.000 alumnos y prepara a la nueva generación de kosovares. Han decidido otorgarme la distinción de profesor doctor honoris causa por el apoyo que había dado a los países que luchaban en Europa del Este por su democracia luego de años de autoritarismo. Hablo de la necesidad de construir una verdadera cultura democrática, cosa nada fácil cuando las experiencias de diversidad compartida terminaron en un baño de sangre. El rector destaca la necesidad de abrir vínculos con el mundo y en especial con América Latina. Conoce muy poco de Paraguay. Casi nada como nosotros de ellos. Me corrigen que no debo decir Kosovo sino Kosova con la a final porque la primera es la denominación serbia del territorio. Finalizada la ceremonia vamos a comer unos trozos de carne cocinados sobre piedras calientes. Buenos vinos que son exportados acompañan la conversación sobre cómo construyen un nuevo país. El rector había sido combatiente en las fuerzas de liberación y su cabeza tiene precio en Serbia.
La Madre Teresa de Calcuta tiene una gran catedral en construcción en Prishtina. Luce majestuosa y es la hija dilecta de la región, nació en Stopje, ahora la capital de Macedonia del Norte, pero la reconocen como suya los kosovares y los albaneses. Una gran luminosidad se destacan en sus vitrales. La población aquí es mayoritariamente musulmana. Santa Teresa de Calcuta fue elevada a los altares por su trabajo a favor de los más desfavorecidos en la India y en varios países donde sus hijas extienden su labor.
Cerca de la Europa organizada
Tengo una cita con el jefe del Estado en un día feriado. Es el Día de Europa, pero Albin Kurti tiene tiempo para conversar conmigo por casi una hora. Los protocolos de seguridad son simples pero eficientes. La oficina y el despacho son austeros. El político de los kosovares habla de la necesidad de ser reconocido a nivel global, luchar por elevar los estándares de seguridad, aprender la lección de la guerra de los Balcanes, poner atención a los serbios y sus movimientos. Me invita a la celebración del Día de Europa la noche en que tocará a Chopin un pianista ucraniano. El Auditorio de Ciencias está repleto. Me encuentro con el embajador de Estados Unidos, quien en 1993 estuvo en Asunción como diplomático y una de sus hijas nació allá. La legación diplomática ocupa un amplio espacio y su rol es protagónico en la construcción de la naciente república. La cooperación es amplia y Kosova aplicó para su ingreso en la UE y ser parte completa de la OTAN.
Al día siguiente vamos a conocer el poblado de Skënderaj donde está el símbolo de este país. Aquí Adem Jashari y 46 miembros de su familia fueron masacrados por los serbios mientras resistían la invasión y buscaban independizar a su país. Jashari tiene estatus de mártir y es casi un santo en todo Kosova. El viaje de 80 kilómetros a la región de Drenica es agradable. Nos acompaña un luchador civil de la independencia de su país, Sadri Ramabaja, quien estuvo preso y ha luchado desde las trincheras de las ideas para consolidar la república que hoy la abraza como propia. El campo custodiado por militares kosovares mantiene la estructura de la casa bombardeada por los serbios. Turistas y escolares la visitan y guardan un respetuoso silencio ante las tumbas de los familiares y vecinos que resistieron a la feroz embestida de los agresores. Fue todo tan vivaz, apabullante de información y de vivencias que un poeta kosovar, Jeton Kelmendi, orgulloso de promover la cultura de su país en el mundo sobre el valor de la palabra para construir comunidad. Él, como muchos, creen que todavía hay espacio para creer porque de eso se trata el vivir.
Un país encerrado
Es imposible entender Kosova sin Albania. El país del dictador Hoxha, quien gobernó más que Stroessner y cerró el país a cal y canto. Era la Corea del Norte actual. Fue profundamente estalinista al inicio y luego cercano a los chinos de Mao. El dictador mandó a construir miles de bunkers para esconderse de los posibles ataques nucleares que hoy son atractivos turísticos. Tenemos una entrevista en la televisión local donde la conductora del programa me mira con tanto asombro como nosotros a ellos. No creo que muchos latinoamericanos hayan pasado alguna vez por Albania, constituida hoy en un atractivo turístico por sus playas y su bajo costo. Vamos a conocer Drusses y Berat, con sus casas colgadas de las montañas que hacen parte del patrimonio histórico de la humanidad. Albania es rara y singular. Acostumbrada a ser el paso de civilizaciones aprendió a sobrevivir a todo, incluso a la mafia que se estableció a nivel global. Es un pueblo sufrido pero recursivo, como dirían los colombianos. Tienen con los kosovares no solo el idioma común sino también un proyecto de crear un mismo país hacia el futuro. Albania es el centro operativo de los aviones de la OTAN y como todos mira con recelo a Serbia.
Desde Albania vamos a Dubrovnik, en Croacia, pasando por territorio de Montenegro con su capital Podgorica. Los controles aduaneros son relativamente expeditivos. Pasando por Budva, una hermosa ciudad reconstruida luego del terremoto de 1979, llegamos por la tarde a la joya del Adriático, afectada también por la guerra de los Balcanes a la que no le importó destruir una joya arquitectónica de rango mundial en diciembre de 1991. La ciudad es hermosa y deslumbrante de día y de noche. Un gran ambiente reina en la ciudadela rodeada de una muralla desde donde es posible observar las iglesias de los jesuitas, los dominicos y la catedral erigida en honor a San Blas, el santo patrono. Han reconstruido por completo los daños infligidos por los serbios en la guerra de los Balcanes. Un grupo de monjes franciscanos canta unos salmos al fondo de una iglesia austera construida por los hijos del santo de Asís.
La sufrida
De Croacia vamos a Sarajevo, en la doliente Bosnia Herzegovina, el país más castigado por la guerra y el que guarda aún más incertidumbres sobre su destino. A lo largo del camino, en su territorio hay más banderas croatas en la cercanía fronteriza y por supuesto tienen un conflicto no resuelto con una república llamada Srpska, apoyada por los serbios que prácticamente rodean al país al norte y este de su territorio y donde vive 90% de los serbios de Bosnia. Eso fue parte del acuerdo de Dayton que puso fin al conflicto… de momento. Es hermoso el camino. Montañas, mucho verde y cicatrices de bombas y disparos que no han sido revocados aún. En Banja Luka hacemos una parada. Todavía es posible observar casas destruidas que fueron abandonadas o han sido devoradas por la flora. Aquí en este país ocurrió la matanza de Srebrenica, donde las unidades serbias al mando del terrorífico general Ratko Mladic mataron a 8.000 personas de la etnia bosnia musulmana. Fue en julio de 1995 y el general serbio, luego de años de escondite y búsqueda, fue capturado y llevado al tribunal internacional de La Haya.
Sarajevo es todavía la imagen más doliente de la guerra. El fracaso de la convivencia, la agitación de los fanatismos religiosos y nacionalistas. Sarajevo, donde se inició la primera guerra mundial, se parece al día que la visité. De momento nublada, fría y con lluvia; luego, con la salida del sol, cálida y amable. Está cortada por el río Miljacka, desde donde los sitiados habitantes de Sarajevo buscaban tomar agua que les permitiera sobrevivir mientras desde la montaña disparaban cañones, obuses y los francotiradores disfrutaban de matar a inocentes. La ciudad es mayoritariamente musulmana y la intendencia tiene reminiscencias árabes; fue completamente destruida por los ataques serbios. Tiene una placa que pide no olvidar lo que ahí ocurrió hace menos de 30 años. Fue reconstruida por España, Austria y otros países de la UE. Hay mucho de la cultura musulmana, aunque los bosnios cuentan con orgullo y nostalgia que vivieron juntos y en armonía musulmanes, cristianos, serbios y croatas por mucho tiempo hasta que vino la guerra y acabó con todo.
De Sarajevo a Zagreb, la capital de Croacia, son como seis horas. Un trayecto de 300 kilómetros. Llegamos a la capital de noche. Nos ubicamos en la peatonal más concurrida de Croacia, de donde vienen muchos inmigrantes en el mundo. Triplican la cantidad de los que viven dentro de este país balcánico. Es miembro de la Unión, su ingreso per capita es de casi 25.000 dólares y se mueve al ritmo de los demás países europeos. Sus mercados ofrecen productos de todo tipo y se disputa con Serbia el origen del inventor Nikola Tesla. Los croatas dicen que nació en su territorio, pero los serbios afirman que no. Hoy el apellido del inventor que emigró a Estados Unidos y desarrolló una gran carrera, a pesar de sus divergencias con Edison es hoy un ícono mundial con la marca de auto del magnate surafricano Elon Musk. Es una ciudad bonita con una iglesia de San Marcos con un techado particular y único. Fuerte presencia de su pasado bajo la dominación austro-húngara. De aquí era originario el mariscal Tito, quien luego gobernó Yugoslavia desde Belgrado nuestra ultima parada.
El vilipendiado
Serbia es lo mas parecido a Moscú. El idioma puede ser comprendido mutuamente “si hablan despacio”, como me dijo un serbio. Los caracteres son cirílicos y es la gran fuerza militar de los Balcanes. Recibió el gobierno al líder chino Xi Jinping y las banderas de China y Serbia flanquean todo el tránsito del aeropuerto Nikola Tesla hasta el centro de la ciudad. Mucho gris y gran parecido a las metrópolis rusas. Se quejan de la falta de recursos económicos gastados en la guerra y el poderoso arsenal acumulado y gastado en los conflictos. Los expatriados son muchos y presumen de su gran talento deportivo. Desde el tenista Djokovic hasta los grandes jugadores de básquet, incluidos futbolistas y de otras disciplinas, se destacan por su capacidad para la práctica de los deportes. Serbia asume su condición de poderoso militar y sabe las dudas y temores que despierta su poder. Quiere dar un rostro amable pero no es suficiente. 30 años después todos endilgan a este país los destrozos, desastres y muertes que acontecieron.
Los eslavos del sur han vivido lo suficiente para haber visto innumerables conflictos de ocupación y de invasión pero están lejos de haber aprendido la lección. He vuelto luego de 30 años. Estuve en Zagreb y Split en la guerra de 1994. Un misil había caído muy cerca de mi hotel en la capital croata y los desplazamientos hacia el interior del país eran “a su propia cuenta”, como dicen acá. Hoy viven en paz pero sostenida en las alianzas que se tejieron como consecuencia del conflicto. Se arman para evitar la guerra aunque eso lleve finalmente a su consumación.
Ha sido un viaje lleno de historias parecidas a las nuestras, solo que ellos con la fuerza de la inversión de los expatriados parecen olvidar exteriormente más rápido que nosotros. Internamente están llenos de resentimientos, odios, cicatrices y llantos. Hay una procesión que la llevan en silencio y con ganas de olvidar, aunque reiteradamente aparezca el fantasma de los serbios.
@benjalibre
Benjamín Fernández Bogado es un periodista paraguayo que en mayo de 2024 viajó 12 días por 6 países balcánicos para recorrer lo que dejó una guerra iniciada en 1991 y que se prolongó hasta 1995.