“Árbol que nace torcido, nunca su rama endereza” (Adagio popular)
La primavera
El cronograma de las elecciones estudiantiles de las Universidad Central de Venezuela se corresponde con los períodos académicos en los que todas las Facultades coinciden en sus actividades docentes, lo que generalmente sucede después de las vacaciones de agosto. De modo que se llevan a cabo entre los meses de octubre y noviembre. Fue particularmente caluroso aquel año electoral. Terminaban los años setenta, la época en la que un poderoso y muy creativo movimiento estudiantil derrotó, pulso a pulso, en todas las universidades y los liceos del país, a los vestigios del extremismo izquierdista, ese que, aún convencido de que el inevitable triunfo de la revolución socialista, montada en “el tren de la historia”, estaba “a la vuelta de la esquina”, insistía en el foquismo bordigano que pusiera en práctica el guevarismo desde finales de los años cincuenta y durante toda la década de los sesenta. Pero la estrepitosa derrota que habían obtenido por parte de los recién estrenados gobiernos democráticos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, los obligó a replegarse, justamente, en las universidades y liceos, de donde originalmente habían surgido. Y fue justo ahí donde recibieron la gran derrota electoral por parte de quienes, viniendo también de la Izquierda, habían llegado a comprender que detrás de la violencia y el terror sólo se hallaban las pestilencias del totalitarismo.
Es verdad que, como refiere el adagio latino, “de vez en cuando, el buen Homero duerme”. Pero, en este caso, el sueño de la razón crítica e histórica se hizo tan largo que, al momento de despertar, los monstruos ya habían resurgido. Es de suponer que ese vigoroso movimiento estudiantil que derrotó a la ultra-izquierda en los setenta, imaginó que “nunca más” el extremismo levantaría cabeza. Pues sí, la levantó, y en medio de un ambiente ideológico-cultural que fuera calificado -por algún sádico ilustrado, de ingrata recordación- como el de “la generación boba”. Curiosa expresión, cuyos sinónimos más reconocidos son los de necio, idiota, obtuso, metepatas y burro, no por mera concomitancia. Así que corso e ricorso. De nuevo surgió la primavera para el extremismo izquierdista en Venezuela. Pero, en esta oportunidad, forjado sobre la casi total ignorancia de ideas y valores, fundamentándose, más bien, sobre la base de prejuicios y presuposiciones sacadas de manuales, folletos y pasquines. Y fue así, bajo un heredado deseo de venganza, de fervor practicista, de violencia y terror, que nació el “Movimiento 80”, bajo el amparo -hay que decirlo- de autoridades complacientes, que le permitieron utilizar la universidad como guarida, apañados bajo las imprecisiones y genericidades del significado concreto de la autonomía universitaria.
L’estate
El M-80, como por entonces se le conocía, fue creciendo progresivamente por todas las Facultades de la UCV. En Ciencias era la plancha 69, en Medicina la 21, en Humanidades la 25, y así. Y no pasaría mucho tiempo en esparcirse a lo largo y ancho de los centros de enseñanza media y superior de todo el territorio nacional. Del asambleísmo, que habían ido cultivando en los años setenta, les viene la exigencia de una “democracia participativa y protagónica”, que ya todo mundo sabe en qué termina, a la manera de Robespierre. El resto fue foquismo puro y duro. Unas veces, la protesta era por el pasaje o por el seguro estudiantil, otras por el plan académico de algún Decano o contra el Fondo Monetario Internacional, los Derechos Humanos, la falta de presupuesto universitario, entre otros rubros. Daba lo mismo. Todo -siempre- concluía en violencia. Con todo, cabe reconocer que terminaron por imponerse como una poderosa fuerza política en el sector estudiantil. Eran percibidos, por aquellos años, como unos jóvenes decididos a encarrilar el país, víctimas, además, de mandatarios indiferentes y de la crueldad de los cuerpos represivos. De hecho, al fragor de las barricadas -apostadas en la Puerta Tamanaco de la Plaza Venezuela, en Las Tres Gracias o en la entrada hacia el Hospital Universitario- se presentaron como “la opción” para las elecciones de la Federación de Centros Universitarios y la representación estudiantil ante los organismos de co-gobierno. Y las ganaron en buena lid. A William Peña, primer presidente de la FCU por la ’80, lo sucedió Jorge Rodríguez -”Jorgito”, como se le conocía por entonces. Y durante casi diez años estuvieron al frente de la dirección del movimiento estudiantil ucevista. Aquellos fueron, sin duda, años de un largo, intenso y, literalmente, ardiente verano.
L’autunno
No obstante, la rutina de la violencia trajo el hastío del estudiantado, que presenciaba cómo la universidad había dejado de ser un lugar propicio para la serenidad de los estudios. Más bien, se había convertido en un centro para el vandalismo. Eran frecuentes los disparos en plenas jornadas de aula. Las capuchas, la quema de vehículos, los escombros. El fétido olor de las lacrimógenas, las explosiones, las estampidas, los detenidos, los heridos y, en más de una oportunidad, los muertos. La suspensión de actividades terminaba acortando los períodos lectivos y forzando su reprogramación. Era el pandemonium de cada jueves. Finalmente hastiados, los estudiantes tomaron la decisión de generar un cambio y organizarse para producirlo. El otoño anunciaba el final de la sampablera. Perdieron las elecciones, pero se negaban obstinadamente a entregar la Federación a los nuevos representantes estudiantiles. Fue entonces cuando cometieron su peor error: la secuestraron. El estudiantado, enardecido, tomó la decisión de hacer respetar su voluntad y terminaron por sacarlos de las instalaciones de la federación estudiantil.
L’inverno
Y como a todas las cosas insustanciales, les llegó el invierno de la fría indiferencia. Después de aquella afrenta contra la autonomía, se desató el final de la larga hegemonía que habían mantenido durante casi toda una década.
No es que los árboles que nacen torcidos logren enderezar sus ramas con alguna dificultad: es que no se enderezan, tal como sentencia el viejo adagio, porque la torcedura proviene de su naturaleza inmanente. A quienes les tocó vivir de cerca aquella infeliz experiencia, no les resultará extraña la argucia de quienes, en el presente, mantienen secuestrada -en este caso- no a una Federación estudiantil universitaria sino a todo el país. Apostados tras la sombra del populismo, se deslizaron desde el izquierdismo analfabeto y buhoneril hacia la gansterilidad. Asaltaron el erario público a costa del empobrecimiento material y espiritual de toda la población. Cambiaron los jeans roídos por los trajes de seda, los Casio por los Rolex, las busetas por las 4-Runner blindadas y el comedor universitario por las ostentosas comilonas. Todas las banderas por las que decían luchar se les voltearon, construyendo uno de los aparatos de represión más espantosos de la historia. Transformaron el Estado en un cartel, un sindicato del crimen organizado. Y una vez más les ha llegado la hora de entregar lo que no les pertenece. Dialécticamente, y como en una suerte de eterno retorno, han vuelto a cometer un grave error: el mecanismo de inhabilitación que han forjado constituye el principio del fin de sus felonías. Pedes eorum qui efferent te sunt ante ianuam.
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