Longlegs de Oz Perkins es algo más que una película de terror. Que lo es y de una calidad sobresaliente. A la vez, es una exploración densa, sofocante y la mayoría de las veces descarnada, sobre el mal y los horrores que se esconde la mente humana. La combinación crea un personaje tan depravado y oscuro que empuja la cinta a un lugar por completo nuevo del género.
Oz Perkins es especialista en crear atmósfera. Ya lo demostró en la inclasificable I Am the Pretty Thing That Lives in the House (2016), en la que narró una aparición sobrenatural a través de un ángulo incómodo, estéticamente sorprendente y al final, aterrador por todo lo que se quedaba fuera de cámara. El director usó el mismo truco — y con éxito — en la pequeña maravilla gótica Gretel & Hansel (2020), en la que convirtió a los bosques y cajas en una mirada a lo sobrenatural que se alimentaba de la oscuridad, los silencios y un punto de vista siniestro acerca del mal.
Todo lo anterior forma parte de la aterradora, tensa y en ocasiones asfixiante Longlegs (2024), una pieza tétrica y malsana en la que el mal lo es todo. No solo la mirada oscura e irrespirable que Perkins utiliza desde la primera y aterradora secuencia de la película. También, la forma en que incorpora elementos para narrar la violencia, la crueldad y al final, un tipo de horror tan ponzoñoso, que sorprende a cada nueva imagen que el narrador — entre subjetivo y objetivo — compone. A diferencia de otras tantas películas de terror, Perkins asume que la idea de lo maligno en nuestro mundo es una combinación de la crueldad más abyecta y lo que se esconde detrás de ella. Ya sea impulso, deseo o conexión, Perkins (que también escribe el guion), analiza con cuidado las sombras de la cultura, ya la vez, el fervor por los lugares más dolorosos y terroríficos del ser humano.
Por supuesto, nada mejor que un asesino en serie para tal empresa. Pero antes de solo desmenuzar el comportamiento criminal — a lo Fincher — o mostrar lo tenebroso de lo que se esconde en un genio del asesinato (a lo Demme), Perkins escoge una tercera vía más complicada. Concebir al hombre capaz de matar, violentar y de la mayor e infinita crueldad, como un centro de gravedad para todo tipo de horrores. A partir de allí, el argumento se desplazaba como un tipo de miedo, que no es el usual, en el esquema de un asesino que debe ser atrapado. En lugar de eso, la idea es cómo un único hombre puede atrapar y conjugar lo más siniestro del hombre. Lograr que florezca, como un impulso condenado a destruir todo a su paso.
El horror contado con paciencia
Para un tipo de punto de vista semejante, Longlegs se convierte en una caja espeluznante de imágenes venenosas. Cuerpos desmembrados, una presencia atroz de naturaleza tan siniestra, que parece sobrenatural, la sensación de asedio en todas partes. La cinta se vuelve un espiral, para narrar el miedo, la condición de la crueldad como hecho innegable de la naturaleza humana y también, una colección de imágenes terroríficas que el realizador utiliza como contexto — que no el centro — de su obra. De modo que la premisa — la de alguna fórmula para detener el mal — se hace más siniestra a medida que descubre sus pistas, que no ocurre fácil.
Uno de los puntos más macabros y repulsivos de la película, ocurre cuando trata de esconder sus secretos. El guion lo hace bien, sin que por eso la trama parezca desordenada o mucho menos confusa. Todos los horrores del asesino titular — interpretado por un Nicolas Cage de premio — están allí. Solo que el argumento debe ofrecer un orden para entender hacia dónde va todo lo que cuenta y cómo entenderlo en su totalidad. Lo que logra al introducir a la agente del FBI Lee Harker (Maika Monroe), una agente novata pero con una intuición casi paranormal, que podría ser la clave para detener a Longlegs.
Pero por supuesto, nada de eso ocurrirá. Y la llegada de Harker solo hará que el asesino se vuelva más violento, brutal y sin duda, más cercano a una oscuridad que se extiende a su alrededor. A través de su lúgubre apartado visual y la narración de un guion elegante, la película se traslada en distintos estadios acerca de lo condenado al horror. Tanto, que aunque es evidente que Harker va en busca de Longlegs y este lo sabe (por lo que solo hay un final para algo semejante), la cinta es lo suficientemente hábil para evitar que ese recorrido sea predecible.
Poco a poco, Longlegs cobra sentido en lo fatídica y oscura que su historia puede volverse. Porque más allá de narrar este duelo entre una criatura vil que no se detendrá y la mujer que cree que puede entender, hay un enigma que resolver. Uno tan brutal, que cuando finalmente la película lo muestra, la cinta se hace una joya retorcida del mal aciago. Con la realidad convertida en una sustancia maleable y la necesidad del bien destruida, Longlegs se convierte entonces en una dimensión terrorífica. Una que, además, elabora el tiempo, la cuestión y de la identidad, en un abismo cada vez más enrevesado. Su punto más alto y poderoso.