El personaje basado en el dios nórdico es el as bajo la manga del universo cinematográfico de Marvel, caído en desgracia después de varios fracasos de taquilla. ¿Logrará el personaje resucitar de sus cenizas a la franquicia?
El personaje Loki interpretado por Tom Hiddleston comenzó su trayecto hacia el fenómeno que es en la actualidad, de la mano del director Kenneth Branagh. Corría el año 2011 y el universo cinematográfico de Marvel estaba a punto de alcanzar su punto más alto al año siguiente The Avengers de Joss Whedon, la gran épica grupal que coronaría los esfuerzos del estudio en un proyecto de considerable impacto. Pero por el momento, los planes de Marvel, era añadir otras historias de origen de sus héroes emblemáticos. En especial una, que durante más de veinte años se había resistido a una adaptación cinematográfica de envergadura y que parecía ser indispensable para el futuro de la franquicia.
Thor, el dios del trueno, que llegó a los cómics en el año 1962 de la mano de Stan Lee, Larry Lieber y Jack Kirby, adaptaba varios de los puntos más altos de la mitología nórdica recogidos en la Edda en prosa y la poética, en una serie de aventuras de alto perfil, en que la deidad tomaba la identidad de un ser humano para manifestarse en la tierra. Pero Thor, era además, el punto central de un universo en rápida expansión que a medida que su popularidad creció, trajo al mundo de marvel otros tantos nombres familiares del panteón nórdico. Los primeros números de Thor, mostraron sus aventuras en la Tierra y también, la capacidad del dios del trueno del cómic para emular la bondad, el poder y la esporádica torpeza brutal de su homónimo mitológico.
Para el volumen 85, el miembro de su familia más problemático, violento y temible hizo su aparición: Loki, con un estrafalario atuendo verde y amarillo, cuernos y toda su extraña dualidad, llegó a la tierra para enfrentarse a Thor y por supuesto, volverse el centro de un singular recorrido propio. Porque este personaje secundario, símbolo de mal y de la trampa, era también, una criatura ambigua que permitió en más de una oportunidad demostrar la humanidad del dios del trueno, su capacidad para el perdón y su redención heroica. Pero más allá de eso, fue también atravesar el poder de la mirada sobre algo más singular que ya mucho antes del cómic, había convertido a Loki en una figura de considerable interés para el estudio de la mitología y sus diferentes percepciones sobre la memoria colectiva.
Como en su versión mitológica, el villano marvelita (también creado por Stan Lee, el guionista Larry Lieber y el dibujante Jack Kirby) ha tenido una serie de encarnaciones mayores y menores, todas unidas por la concepción sobre su humanidad cambiante y dúctil, pero en especial por su inquietante personalidad. Si ya para la mitología nórdica (uno de los ciclos más emparentados con el error humano en contraposición a lo divino) Loki era todo un misterio, sus versiones en la cultura pop son tan asombrosas como desconcertantes.
Desde la primitiva, singular y simple que apareció por primera vez en la serie Venus #6 (agosto de 1949) y que era una interpretación levemente intrigante del diablo cristiano, hasta la actual que hizo su entrada triunfal en Journey into Mystery #85 (octubre de 1962), Loki se ha convertido en una rara mezcla de interminables capas y dimensiones sobre el bien y el mal, que se sostiene de una reflexión cuidadosa acerca del espíritu humano. El hermano de Thor es su enemigo y también su antítesis. Si el dios del trueno es todo bondad, coraje y nobleza, Loki es su lado oscuro. Pero más que eso, es una entidad inquietante, la mayoría de las veces astuta y tramposa, que suele tener más ambición que cautela. El villano más humano del extenso panteón marvelita es también una rarísima combinación entre arquetipos tradicionales sobre lo moral, el espíritu combativo y la necesidad creativa, en contraste con algo más complejo.
En su larga evolución, Loki dejó de ser un villano para convertirse en un antihéroe, quizás el más profundo y con mayor inteligencia narrativa de un Marvel más interesado en el espectáculo y en deslumbrar a sus lectores. Poco a poco, la editorial permitió al personaje crecer, hacerse indispensable. Y luego de varias series en curso (limitadas o extensas) en el canon editorial o fuera de él, el dios del engaño obtuvo su propia serie de 4 números en el 2004. También fue el personaje principal de Journey into Mystery desde el números 622 hasta 645, y apareció en los nuevos números de Jóvenes Vengadores en 2013. El personaje de pronto se convirtió en una referencia del cambio, de la posibilidad del error, en un universo plagado de criaturas con poderes asombrosos y casi siempre, definidos por extremos morales conservadores. De modo que para Marvel, fue una forma de experimentar: en su serie en solitario Loki: Agent of Asgard en 2014 hubo una renovada reflexión sobre todas sus capacidades, el poder que nace de todo lo esquivo, extraño y conmovedor de un personaje inclasificable. Y la discusión continuó en 2016 con Vote Loki, cuando el dios de la mentira encarnó la avaricia moderna en un inquietante versión de todos los temores y miedos de una sociedad que teme al poder.
Pero por supuesto, el mayor salto de Loki hacia el sitial que ocupa en la actualidad, fue en su tránsito al cine. Y el momento llegó, cuando Marvel decidió añadir a su superpoblado universo de superhéroes, la clásica historia de Thor y su rivalidad con Loki, en medio de un escenario moderno y en un despliegue de técnica y efectos digitales que dieran un nuevo lugar a varios de sus personajes más complejos y antiguos. Marvel acababa de dar el paso definitivo para traer una importante parte de su historia en el cómic a la pantalla grande y también, parte de su mitología en todo su esplendor. Lo que ningún ejecutivo podía imaginar es que un personaje secundario, destinado a glorificar a Thor, no se convertiría en centro de un peculiar fenómeno, sino en un recorrido mucho más elegante hacia los infinitos matices de lo moral, el género e incluso la sexualidad de la casa de las Ideas.
Érase una vez un villano carismático
Cuanto el director Kenneth Branagh comenzó a analizar las opciones para sus personajes en la película Thor, tuvo que enfrentarse contra la robusta, a veces asfixiante y casi siempre agresiva maquinaria Marvel. Pero Branagh, que tenía muy claro que deseaba y cómo quería expresar un dilema mitológico con aires de tragedia shakesperiana, luchó como pudo para encontrar a sus actores. Por entonces, se habló de presiones del estudio para incluir en el elenco a estrellas de la lista A de Hollywood como Thor e incluso, hubo una discusión muy pública si Shia LaBeouf, por entonces una celebridad en ascenso y de considerable talento, era el indicado para interpretar a Loki.
Pero para el director las cosas estaban claras. Lo que haría funcionar una película que debía reversionar la mitología nórdica a un nuevo nivel, no serían rostros atractivos ni mucho menos, la estrategia de marketing de Marvel, que insistía en basar toda la promoción en la lucha entre el bien y el mal encarnada en dos hermanos que se enfrentaban en una situación épica. Lo haría la habilidad de sus actores para ser creíbles, sustanciales y al menos, sostener una diatriba dialéctica sobre el dolor, la exclusión y el desarraigo, que culminara en un tránsito heroico. Branagh, curtido en el teatro y un entusiasta del drama inglés, planteó todo el recorrido desde un ángulo nuevo. Exigió control sobre la selección de los actores y descartando toda una serie de grandes nombres, escogió a dos actores desconocidos. Para Thor, un gigantesco e hipermusculado actor australiano que representaba todo el brillo fanfarrón, bien intencionado y emocional del dios del trueno. Y para Loki, un jovencísimo y desconocido intérprete con mayor experiencia sobre las tablas que en el set de filmación.
Ninguno de los dos había participado antes en un film de la envergadura de una pieza de la todopoderosa Marvel. De hecho, Rotten Tomatoes se burló de la selección de Branagh y el crítico Mark Graham llegó a decir que la decisión del inglés, al escoger a “dos virtuales desconocidos” era una “temeridad”. Pero Marvel, dio luz verde al proyecto y Kenneth Branagh admitiría después, que sintió todo el peso de su decisión sobre los hombros. “Supe, sin duda alguna, que había tomado quizás el mayor riesgo de mi carrera como director”, comentó para Variety en 2013.
Pero la película resultó una sorpresa. No en específico por su historia —que no agradó demasiado— , la dudosa actuación de Chris Hemsworth (que confirmó los temores de los críticos) o su suntuosa representación de Asgard en dorado y como una plataforma interplanetaria de aspecto extraordinaria. Tampoco asombró en especial Anthony Hopkins como un Odin un tanto desganado o René Russo, una Frigga exquisita con acento norteamericano. En realidad, lo que interesó a la audiencia y se convirtió en fenómeno fue Loki, interpretado por un desconocido Tom Hiddleston actor de teatro y con una maestría en literatura y lenguas muertas. El Loki imaginado por Branagh era una reencarnación de cualquiera de los personajes shakesperianos más intrigantes y complejos. Y de hecho, fueron sus escenas las que se consideraron de considerable relevancia en la película.
Por si eso no fuera suficiente, la decisión del director inglés de contratar un actor que fuera el reverso del radiante y saludable Chris Hemsworth, creó un contraste inmediato que dotó a ambos personajes de un conflicto mitológico. Thor llegó a la pantalla grande como un estándar masculino todo virilidad, con un cuerpo musculoso y una larga melena rubia. La resonancia mitológica fue imposible de ignorar y de hecho, fue esa contradicción, lo que hizo más notorio al Loki de Hiddleston. Delgadísimo, con un traje que resaltaba su aspecto frágil, un rostro lampiño y brillantes ojos maliciosos, el personaje basaba su poder en la capacidad para analizar, reflexionar y profundizar sobre su maldad. Un pozo profundo de envidia, odio, rencor y desazón que el actor llevó a una plenitud terrible y por momentos, casi dolorosa. En uno de los enfrentamientos más duros entre ambos hermanos, Loki acusa a Thor de blando, de haber permitido “que el amor de una mujer le hiciera débil”. Thor reacciona con un sobresalto, miedo y furia. Pero es Loki, con los dientes apretados, temblando de una cólera genuina lo que desconcertó a la audiencia.
La película, que no ha sido la más taquillera ni mucho menos, la más popular de Marvel, si tuvo una repercusión distinta: la de traer a la vida al antihéroe favorito del cómic y brindarle la oportunidad de triunfar en la pantalla grande. Loki, ataviado con un traje de batalla que resaltaba su elegancia, no necesito de Mjölnir para sorprender. Y fueron sus escenas, en las que la traición, la manipulación y la mentira eran sus armas predilectas, la que otorgaron una rara personalidad a una película confusa y por momentos, con reales problemas para sostener su blando argumento. Al final, la muerte de Loki sorprendió pero de la misma manera que la ruptura del Bifrost, fue una sacudida al mundo del dios del trueno y a la forma en que Marvel concebía a sus héroes hasta entonces. Pero además de eso, el villano que tuvo más brillo que el héroe, reconstruyó algo esencial: el modelo de lo viril para Marvel y de hecho, para el mundo de los superhéroes. Un fenómeno acababa de ocurrir pero su verdadera envergadura se mostraría en la secuela inmediata de Thor, estrenada en 2013.
Un héroe que no quiere serlo y que quizás, nunca lo será
En el universo cinematográfico de Marvel, la apariencia de sus héroes es un punto de enorme importancia. En especial, porque el colectivo de superhéroes suele representar la omnipresente representación del arquetipo de la fortaleza, el hombre fuerte e indestructible. Desde el playboy y genio por derecho propio Tony Stark (Robert Downey Jr), atravesando la pulcritud integral de Steve Rogers (Chris Evans), los superhéroes de la casa de las ideas representan en muchas formas, variados símbolos primitivos de la psiquis colectiva.
De Baco, deslumbrante, poderoso y peligroso hasta el Apolo íntegro con momentos de oscuridad, los antiguos dioses del panteón griego se reflejan con enorme nitidez en el universo marvelita. Mucho más, cuando su universo comenzó a hacerse más complicado, interconectado y en busca de una épica gloriosa. El tránsito del camino del héroe de Joseph Campbell comenzó a reflejarse película tras película, no sólo con la madurez de los héroes, su nacimiento y redención, sino en la búsqueda (casi siempre fallida) de un villano creíble y consistente con el que valiese la pena enfrentarse. El mal en Marvel seguía siendo inmaduro. O al menos, lo era en todas sus versiones superficiales y blandas. Por lo que al momento de llevar su proyecto más ambicioso hasta la fecha, el estudio tomó una decisión crucial.
The Avengers sería la versión cinematográfica de un conocido arco argumental del mundo del cómic. Uno que además, lograría lo que parecía imposible: incluir en escena a los máximos héroes de la casa, trabajando juntos en un equipo disfuncional. Para dirigir semejante hazaña, se escogió a Joss Whedon, que insistió que el villano central debía ser una pieza separada del malvado central (un por entonces desconocido Thanos) y que tendría que ser uno además, que vinculara la historia a algún punto más emocional que una mera batalla por la victoria. Y por supuesto, el elegido fue Loki, que regresó de la muerte por primera vez para ponerse al frente de un ejército invasor a punto de destrozar el mundo para saciar las ansias de su líder.
Se trató de un movimiento arriesgado. No parecía que el dios interpretado por Tom Hiddleston fuera un oponente suficientemente carismático o al menos con la impostura, para enfrentarse al grupo de los héroes más populares de la franquicia. Pero no sólo lo hizo, sino logró varios de los momentos más memorables de un film convertido en el epítome de entretenimiento puro. Más allá de eso, fue el elemento que movió las piezas en su dirección correcta. Ya para entonces, algunos críticos y analistas de la cultura pop comenzaron a buscar el motivo de la popularidad de un antihéroe capaz arrancar el ojo a uno de sus víctimas, hablar sobre libertad, dominación y libre albedrío y además, ponderar sobre el miedo y el pasado. Todo eso, mientras se jactaba de su inteligencia, usaba el humor negro y juegos de palabras en momentos imprevisibles y por último, estallaba en una furia casi infantil e incontrolable. “Criatura estúpida, ¡Soy un dios!”, gritó Loki a un enorme y enfurecido Hulk, solo para recibir una monumental paliza que marcó historia entre las cientos de anécdotas de Marvel en pantalla.
Pero también, fue la primera vez que Loki se mostró en la plenitud heredada de su homónimo mitológico. Esta versión, que bien podía usar traje como armadura asgardiana, era delicado, de una palidez frágil y a diferencia de su hermano, de una envergadura casi femenina. En un mundo en que los superhéroes suelen ser representados con una brillante mezcla de virilidad musculosa, imponente y temible, este villano delgado y esbelto que sin embargo se enfrentaba a todos ellos con una ferocidad imparable, fue una mirada directa al Loki mitológico, de género fluido, en una multitud de ocasiones usando una versión suya femenina para alguna de sus complejas intrigas y convertido en una sombra alrededor de Odin. La representación Marvel logró reconstruir el viejo arquetipo de Loki, Hermes y otros tantos dioses embaucadores y además dar un vuelco insospechado a su mitología en pantalla. No en vano, la última escena de Loki en The Avengers, es junto a su hermano y con un bozal de metal que le cubría la boca. De pie, uno frente al otro, el contraste visual nunca fue más obvio, más simbólico. En la mitología nórdica, a Loki se le cosió la boca para evitar pudiera hacer más daño.
Pero el fenómeno Loki fue patente no en una de las película de la casa de las ideas, sino en el evento de fanáticos por excelencia norteamericano, lo que llevó a una dimensión nueva la repercusión de un villano perdedor que todos parecían preferir a la gran mayoría de los héroes de la casa. Para el Comic Con 2013 y transformado en un peculiar ídolo, el actor Tom Hiddleston participó en el evento y causó revuelo. Con el mismo atuendo de The Avengers, el antihéroe que provocaba discusiones en foros especializados y el centro de atención del evento, logró una ola de entusiasmo a tal nivel que se consideró inédita, imprevisible y desconcertante. Se habló de una nueva mirada al bien y al mal en el universo de los superhéroes, pero sobre todo, la posibilidad que podía brindar una influencia semejante en un personaje que todavía no había encontrado su lugar —real— en el universo marvelita.