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Lógica perversa 

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De muchacho, me entretenían las historietas con nombre de “El extraño mundo de Subuso” en el suplemento dominical de El Nacional. Trataba de un señor que atestiguaba, desconcertado, hechos insólitos que parecían contrariar toda lógica. Pintaba, con humor, un mundo en que muchas cosas ocurrían al revés. Hoy en Venezuela asistimos a una versión oficial, pero dantesca, de esa inversión.

Atestiguamos a un régimen que, reconociendo la necesidad de romper su aislamiento, se compromete con unas elecciones libres en acuerdo firmado con la oposición en Barbados para, al voltear, tomar decisiones que son diametralmente opuestas. Para un evento en el que se supone se elige a quien cuente con mayor apoyo popular –las elecciones presidenciales– lanza la peor candidatura, la del personaje más repudiado por ser el máximo responsable del desastre urdido sobre los venezolanos. Y semejante personaje destructor, ante la reimposición de sanciones a su gobierno por parte de Estados Unidos por incumplir esos acuerdos (de Barbados), se jacta desafiante de que ello no afectará su “nuevo modelo económico productivo”(¡!). Léase bien, dijo, modelo económico productivo, no destructivo. Luego firma un “acta de soberanía e independencia” de Pdvsa, sujeta nuevamente a sanciones ahora, cuando había entregado tan importante empresa para nuestra soberanía a militares y “revolucionarios” que la devastaron. Se rasga las vestiduras ante la explotación petrolera en la zona reclamada del Esequibo, siendo que el “comandante eterno”, padre del actual desastre, manifestó ante el presidente de Guyana en 2004 que no se opondría a “ningún proyecto que fuese en beneficio de sus habitantes”.

En el plano político, la apertura que se suponía iba a signar la conducta de Maduro tras la firma del acuerdo de Barbados mutó en una oleada represiva bajo las más inverosímiles acusaciones. A Rocío San Miguel, reconocida defensora de derechos humanos, se le detiene con la imputación de conspirar para atentar contra la vida de Maduro (¡!). Igual acusación acompaña la captura de integrantes de la dirección del movimiento político de María Corina Machado, imputación insólita pues es evidente para todo el mundo que ella lo derrotaría con muy amplio margen en unas elecciones libres. En absoluto ella o su equipo necesitaban “conspirar” contra Maduro. Para más vergüenza, quien formula tan absurdas acusaciones es alguien a quien se tenía como defensor de derechos humanos en algunos círculos de los años noventa, Tarek “Torquemada” Saab. Y, como guinda de esta torta macabra que, por su abierta vulneración de derechos humanos básicos, solo puede tildarse de fascista, el régimen introduce un proyecto de ley antifascista (¡!) en la Asamblea Nacional. Entre otras cosas, penalizaría el uso de “lenguajes de odio”, tan propios de la retórica de insultos usada por Chávez, Cabello y Maduro, desde el poder. Ante la denuncia desde Chile del involucramiento en hechos delictivos en ese país del llamado “Tren de Aragua”, incluyendo el secuestro y asesinato del exmilitar venezolano Ronald Ojeda, el canciller Yván Gil, para no quedarse atrás, afirma que esa organización, amparada mucho tiempo en la cárcel de Tocorón, “no existe” (¡!). Y ahora anuncia Maduro una guerra contra la corrupción, amenazando con cadena perpetua a los imputados, cuando el sostén de su régimen es, claramente, un tejido de alianzas mafiosas que viven de las corruptelas. Y todos estos desafueros se “justifican” en nombre del “pueblo”, cuando es obvio que el pueblo dejó de acompañarlos hace años.

Podrían largarse estas contraposiciones insólitas ad infinitum, pues son distintivas de esta “revolución”, su santo y seña. Se nos recordará que ello no es más que el doble-habla de la neolengua descrita por Orwell en su libro 1984. Es la misma “posverdad” que se extiende hoy, de forma algo más sutil, entre movimientos populistas en distintos países para conquistar y preservar el poder. Pero, en Venezuela, estos falseamientos no son simplemente ardides del régimen para engañar o manipular a la gente. Responden, al menos en su núcleo central, fascista, a una forma alterna, perversa de entenderse con la realidad, con la cual es prácticamente imposible conectarse desde este lado de la contienda política.

La palabra del (des)gobierno, en absoluto es creíble. A propósito, Maduro y cía. no hacen esfuerzo alguno en concertar acuerdos sobre terrenos comunes, de interés nacional, con factores democráticos. Acuden, más bien, a la represión, intimidación, manipulación, cooptación o compra abierta a personeros “opositores” –los conocidos como “alacranes”– para afianzar sus propias “reglas de juego” alternativas –excluyentes– y sembrar cizaña entre quienes insisten en respetar las reglas de juego consagradas en la Constitución. Y es que el chavo-madurismo considera que Venezuela le pertenece, y punto. Es secuela de las contraposiciones maniqueas cultivadas por Chávez para llegar al poder, que desterró a todo aquel que no comulgase con su gesta redentora, calificándolo de “enemigo del pueblo”.

Lo insólito es que, cuando ya nadie cree en tales manipulaciones, develada y sufrida en carne propia la enorme tragedia que ha significado esta “revolución”, los jerarcas siguen comportándose como si todavía tuviesen efecto. Se han atrincherado en una lógica perversa, contraria a la razón, que desprecia toda consideración por las opiniones y, sobre todo, por los derechos de los demás. Su “razón” es la de la fuerza, tan cara a la preservación del poder y de sus fuentes de lucro, ahora que son repudiados por la inmensa mayoría de los venezolanos. El desafío para los demócratas es saber cómo lograr algún tipo de acuerdo con semejantes monstruos para poder abrirle posibilidades de solución al país.

La negociación con el fascismo no puede descansar en la aquiescencia con algunos de sus atropellos, sugerida por analistas que se consideran “pragmáticos”, a fin de transmitir “la buena fe” del liderazgo opositor, y ganarse su confianza y respeto. Si acaso todavía quedaban ilusos, los atropellos últimos, que buscan anular abiertamente la expresión de la voluntad popular en las próximas elecciones, deben haber disipado toda duda respecto a quienes nos enfrentamos. Esperamos, también, que hayan empujado a más de un filo-chavista, nacional o extranjero, a entender, ¡por fin!, que, con Maduro y su combo en absoluto puede haber un futuro de convivencia y de eventual prosperidad.

La única posibilidad de avanzar es negociando con el (des)gobierno a partir de una posición de fuerza. El reto, dada la naturaleza de los opresores, es cómo acumular progresivamente esa fuerza. En ello hay que felicitar al liderazgo democrático actual por no haber torcido su rumbo en aras de satisfacer algunas pretensiones del fascismo madurista. Esta posición firme, realista, es la razón de la ascendencia, ante el grueso de la población venezolana, de María Corina Machado. Si bien, en un comienzo, se podía objetar que tal postura se empañaba de actitudes intransigentes que no contribuían a esa acumulación de fuerzas, su conducta actual da fe de un aprendizaje innegable, sin que haya mermado su compromiso con una ética y unos valores políticos frontalmente contrapuestos a los de la camarilla que hoy nos desgobierna. Porque, con esa ética y esos principios, aplicados, no solo en un plan “B”, sino con todas las opciones hasta el plan “Z”, es que habrá de derrotarse al fascismo. Y confiamos, con base en ello, deberá poderse convencer a los chavistas honestos, de base, sobre la necesidad del cambio político.

Finalmente, en esto debe jugarse cuadro cerrado con las distintas expresiones de la oposición democrática, así como con gobiernos y movimientos del mundo democrático. Contrario a lo que muchos han insistido, las sanciones sí han tenido efecto. Es obvio que no han producido la salida de Maduro, pero han restringido claramente su margen de acción, pues el usufructo discrecional de la renta petrolera y minera es alimento básico del tinglado de alianzas que sostienen su poder.

El “extraño mundo de Maduro” es uno en el que este alardea de campañas contra la corrupción, pero que no funciona si no se restablecen las garantías constitucionales, la transparencia, rendición de cuentas y la vigilancia celosa de los medios de comunicación para desterrar, de verdad, ese flagelo. Y es que ello tranca el motor del régimen de expoliación instaurado, mermando los nutrientes que alimentan el dominio despótico del chavo-madurismo. Se va quedando sin oxígeno y fenece. De ahí la dimensión ética de la lucha, tan central a las posibilidades de conquistar una verdadera democracia.

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