OPINIÓN

Loa al ciudadano común

por Emiro Rotundo Paúl Emiro Rotundo Paúl
Democracia y Libertad, Gente del Petróleo y Venamerica invitan al foro "Situación de Venezuela en la CPI"

Foto: AFP / FEDERICO PARRA

En la larga lucha contra el totalitarismo chavista han intervenido diversos actores. En primer lugar, dando la cara, los partidos políticos, pero con mayor peso, proporcionando la masa y la energía imprescindibles, el ciudadano común. Ambos formaron un equipo formidable. El ciudadano común era, con todo, el elemento fundamental por ser objeto y sujeto de la lucha. Sin su presencia ésta no hubiera tenido lugar. Pero por una sobreestimación de los partidos políticos arraigada en el país, el ciudadano común ha sido relegado, dejado de lado, no tomado en cuenta ni consultado en relación con los asuntos que han determinado su terrible condición actual.

Con la denominación genérica de ciudadano común nos referimos a los hombres y mujeres que forman la inmensa mayoría de la sociedad venezolana, que no militan en paridos políticos y que tienen reservas en relación con ellos por la mala conducción del país que hicieron en los años anteriores a la insurgencia chavista, ocurrida porque no pudieron paliar la crisis económica y dar un giro al país para sacarlo del marasmo, del populismo, de la partidocracia y de la corrupción que socavaban las bases del sistema democrático. El presidente Carlos Andrés Pérez intentó el cambio en su segundo mandato pero las llamadas fuerzas vivas y su propio partido no lo acompañaron en el empeño y fracasó.

Ese ciudadano común, salido principalmente de la amplia clase media formada en los años de auge petrolero, se movilizó masivamente desde el primer momento, cuando Chávez abandonó la senda democrática y se internó por los vericuetos del castro-comunismo. Protagonizó las más grandes, entusiastas y pacíficas movilizaciones civiles vistas en América Latina y el mundo. En esas acciones se enfrentó muchas veces a las fuerzas represivas regulares e irregulares del régimen que bloqueaban su acceso a los despachos e instituciones públicas a los que se le negaba acceso, con un saldo crecido muertos y heridos. Algún día habrá que hacer un balance de ese sacrificio, un recuento de los caídos y un reconocimiento a los héroes que ofrendaron sus vidas por la libertad y la democracia.

La lucha de los partidos de oposición y del ciudadano común tuvo su punto culminante en diciembre de 2015, cuando la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que representaba a todas las fuerzas políticas opositoras, propinó una contundente derrota al régimen madurista. Cuando parecía que con esa rotunda demostración de rechazo colectivo el fin de la tragedia estaba cerca, los líderes de la oposición fallaron, no supieron enfrentar la furiosa arremetida del régimen y finalmente se fraccionaron. Las razones de esa ruptura tan desafortunada podrán ser explicadas una y mil veces por quienes la protagonizaron, pero jamás podrán justificarlas ante la historia y frente al ciudadano común. La permanencia de la unidad opositora a todo trance hubiera permitido la salida del régimen desde hace tiempo y hubiera ahorrado muchísimo sufrimiento al pueblo venezolano. Los dirigentes opositores le fallaron al país y abandonaron al ciudadano común en el momento cumbre de la lucha.

A partir de allí y luego de la última movilización desesperada de 2017, criminalmente sofocada por el régimen, el ciudadano común se refugió en la abstención como un último recurso. No tenía por qué ni por quién votar. No podía hacerlo por los dirigentes legítimos que estaban inhabilitados ni por los partidos políticos que habían sido intervenidos y puestos en manos de los secesionistas. Mucho menos podía hacerlo por quienes rompieron la unidad e iniciaron un diálogo solitario y una alianza cómplice con el régimen que ya había pateado cuatro intentos de diálogo anteriores, con todo y las mediaciones de agentes tan acreditados como la Fundación Carter, el Vaticano y los gobiernos de Noruega y República Dominicana.

Es falso afirmar que la abstención electoral es producto del llamado de los líderes de oposición que no han claudicado. Ellos, simplemente, captaron la voluntad del ciudadano común y no cometieron la insolencia de llamarlo a votar. Por lo demás, la abstención ha propinado al régimen los golpes más duros que éste haya recibido. El desconocimiento de su legitimidad, las imputaciones penales contra sus principales cabecillas y las sanciones económicas impuestas al mismo son productos de ella. Como resultado, la lucha del régimen ya no es contra los partidos políticos ni con los dirigentes de oposición, sino contra las democracias del mundo y contra el ciudadano común que sigue resistiendo.