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Lo sentimos, protestas no cambian gobiernos

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Los movimientos de protesta en los últimos años han catalizado agravios, pero no han cambiado régimen alguno. Se estima que en Venezuela hubo en 2014 unas 9.000 protestas y en 2022 unas 7.000. Las protestas violentas en Colombia, Chile, Perú y Argentina tampoco cambiaron gobiernos. El asalto al Capitolio de Estados Unidos y al de Brasil no impidieron la transferencia de poderes. El asesinato de una joven activista en Irán provocó protestas callejeras y muertes en más de cuarenta ciudades, pero no modificó al gobierno teocrático de Irán.

La reciente protesta de maestros en toda Venezuela contribuyó a crear la falsa sensación de fuego en la pradera. No ha sido así. Más que un medio para un cambio de régimen, la protesta es una forma de participación política activa, por eso es también un derecho garantizado por las constituciones de Estados democráticos

En sociedades no-desarrolladas, las corporaciones militares tienen tres importantes ventajas políticas comparadas con las organizaciones civiles; una superioridad organizativa, un estatus simbólico emocional y el monopolio de las armas. La centralización, el sistema de jerarquías, la disciplina, la intercomunicación y el espíritu de cuerpo hacen de los ejércitos entes mucho mejor organizados que cualquier entidad civil. Mucho más serias son las diferencias si se comparan con nuestra fracturada y desorganizada oposición.

Pensar en disidencias en la FAN luce poco realista. La misma oposición se ha encargado de disuadir a potenciales militares disidentes de unirse a ellos. En las ocasiones en que oficiales de alto rango han roto con el gobierno, han sido tan brutalmente rechazados por la oposición que no pueden esperar más separaciones. Basta evocar los casos de los generales Raúl Isaías Baduel y Miguel Rodríguez Torres.

Sector civil vs sector militar

La forma centralizada y de estricta obediencia que separa a los militares, no solo de la sociedad a la que se presume que sirven, sino de los miembros de su propia comunidad es una barrera más radical que la diferencia de clases de la población civil. La especie de que la FAN es pueblo con uniforme es retórica.

De estas características se derivan dos debilidades políticas intrínsecas en las corporaciones militares.

a) Su incapacidad para administrar sociedades complejas.

b) Una carencia absoluta de principios para imponerse a través del expreso uso de las armas.

A diferencia de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, la mentalidad de barraca del comandante Chávez no alcanzó a comprender esto y arruinó al país usando oficiales ineptos para administrar a Pdvsa, el sistema de salud, las finanzas públicas, etc. El militarismo pues ha sido un factor decisivo de atraso en nuestro país y en la región. ¿Habría alcanzado Estados Unidos su lugar de prominencia mundial de desarrollo en poco menos de un siglo desde su independencia bajo un régimen militarista como el que caracterizó a América Latina? ¿A mitad del siglo XIX, con 20 millones de habitantes y la tercera parte del territorio de Venezuela, habría sido Gran Bretaña la primera potencia del mundo bajo un régimen militarista?

La desconfianza

Pese a los intentos cosméticos para disimularlo, la mayoría de opositores están persuadidos de que el gobierno no aceptará elecciones genuinamente competitivas que ofrezcan una oportunidad real y justa para una transición democrática. La ambigüedad de la Comisión de Primarias sobre puntos cruciales del proceso genera más desconfianza y la dinámica parece conducir a un atajo que favorece abiertamente al gobierno bajo estas premisas: a) primarias organizadas o asistidas por el CNE; b) la no participación, por razones técnicas o cualquier otro pretexto, de los venezolanos residenciados en el exterior en las primarias y en la elección presidencial.

Aceptar estas premisas, como se vislumbra, sería debilitar aún más la oposición de suyo mucho más frágil que el régimen. Por dos décadas la dirigencia opositora, sin diferencias, ha calificado al gobierno bolivariano de “totalitario”, “dictadura militarista”, “mafiosa” y de “dictadura rampante”. El cardenal Baltazar Porras afirmó en 2018 que «en Venezuela no hay una dictadura tradicional, sino un gobierno que actúa como un grupo mafioso». ¿Cómo entender que la Comisión de Primarias acepte con normalidad que el CNE, clave de todo este engranaje autoritario, maneje o asista las elecciones primarias de la oposición, para elegir al candidato de la oposición? La sola apariencia que proyecta este esquema es de un desequilibrio inaceptable y torpe.

Juego trancado

Las elecciones de 2018 por medio de las cuales el CNE proclamó ganador a Maduro fueron acusadas de fraudulentas y sobre esa base legal se originó el gobierno interino y su apoyo de cerca de 59 países de la comunidad internacional. Admitir ahora que el CNE le manejará las elecciones a la oposición es más que una contradicción, una bobería que acarreará consecuencias.  Por otra parte, negarle el voto a quienes han huido del país para escapar de gobierno que no les permitió vivir con normalidad y ahora impedir que voten, es insano, antidemocrático y pérfido.

Si en la oposición predomina la tesis de doblarse para no partirsey en consecuencia las premisas de asistirse del CNE y que no participen los venezolanos residentes en el exterior se cumplen, se coloca a la oposición en una posición inexplicablemente vulnerable.

Si por el contrario la oposición hace de estas dos premisas un principio irrenunciable y el gobierno se niega, se debe conducir a un juego trancado, una situación que es menos favorable para el gobierno que busca desesperadamente y por todas las formas posibles de salir de ese purgatorio ilegítimo que le impide gobernar con normalidad.

La solución no es complicada. Así como el interinato y en general la oposición recibió un respaldo sin precedentes durante estos últimos 3 años de las principales potencias del mundo, las mismas, todas con un equivalente de un Centro Carter pueden hacer que los venezolanos residentes en el extranjero voten. Para estos países democráticos votar y elegir es una forma de vida política cotidiana.

Trancar el juego, equivaldría a atacar al adversario por sus líneas de menor resistencia, como recomienda la estrategia militar más elemental. La ilegitimidad es el flanco más débil de Maduro. Si la oposición acepta un arreglo que suprima el potencial del voto en el extranjero, y que el CNE maneje o asista en las primarias, está perdida. Si en extremo el gobierno insiste es preferible que no haya elecciones primarias y Maduro gane otra elección marcada por el fraude y el estigma de la ilegitimidad.

El estigma de la ilegitimidad

Si con el respaldo y la bellaquería de algunos opositores se hace reelegir de nuevo con el estigma de ilegitimidad y el fraude, la debilidad intrínseca de su gestión que lo hará mucho más vulnerable que ahora.

En las encuestas opositoras, entre las decenas de potenciales candidatos gana “Ninguno” con un 60%, un factor que, reforzado con una intensa promoción estratégica de abstención y el retiro de los candidatos más favorecidos ¿Guaidó y María Corina? provocaría una cascada de abstención que aseguraría la ilegitimidad de Maduro y su gobierno, la esencia misma de sus más serias complicaciones. La abstención no afectaría equilibrios parlamentarios de la oposición como en otras ocasiones. Solo impediría que Maduro recobre la imperativa legitimidad que necesita para que medio le funcione el gobierno. Esta estratagema colocaría a Maduro “entre los cachos de un dilema”, como famosamente dijo el general Sherman de un adversario a quien le dejó sin una retirada fácil.

Participar aún con desventajas, como lo han hecho otras veces por arrogancia o por el prurito de participar es un error que tendría serias consecuencias. Una participación bajo estas condiciones de desequilibrio es una derrota segura y significa el derrumbe estructural de toda la oposición que quedaría solo para estimular protestas.

Lo sentimos, pero las protestas no cambian gobiernos.

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