“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Gabriel García Márquez
La fecha del 10 de enero de 2025 se perfila como un punto de inflexión crucial en la historia política de Venezuela. Al punto, que muchos han apelado a un viejo adagio popular: A ponerse alpargatas, que lo que viene es joropo. Otros presagian un escenario color de hormiga, mientras otros dan por descontado un cielo despejado, analogía usada para significar cierto desenlace adverso para el régimen. Todas elucubraciones válidas en un escenario donde es más que evidente que Nicolás Maduro intenta aferrarse al poder, mientras Edmundo González Urrutia, reconocido recientemente como presidente electo por Estados Unidos y otros países, se prepara para asumir un liderazgo legítimo, no en el exilio, aquí, en la Asamblea Nacional. Esta dualidad plantea una pregunta fundamental sobre el futuro del país: ¿será este el inicio de un cambio significativo o simplemente otro capítulo en la prolongada crisis venezolana? Como dijo el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken: la democracia exige respeto a la voluntad de los votantes. Viniendo de él, alto representante de un gobierno blando con Maduro, sería un mensaje a García, dirigido al régimen.
Bajo el régimen de Nicolás Maduro, Venezuela enfrenta una crisis multidimensional que equiparan a lo que en mi linda Barinas llaman un berenjenal, un embrollo, para más señas, porque abarca lo económico, lo social y lo relacionado con los derechos humanos, sobre todo esto último, tema que sería para algunos altos funcionarios del régimen motivo de sobresaltos. Claro, cualquiera preocupación o angustia en el alto gobierno no es gratuita, la hiperinflación ha devastado la economía, llevando a millones a la pobreza extrema y provocando una migración masiva sin precedentes, con récords insuperables en el Darién. Por si fuera poco, las violaciones a los derechos humanos son sistemáticas, con informes de torturas y detenciones arbitrarias que han sido documentados por organizaciones internacionales. En este contexto sombrío, las reacciones internacionales han incluido sanciones severas contra el régimen y una creciente presión diplomática. La investigación en curso en la Corte Penal Internacional sobre crímenes de lesa humanidad añade una capa adicional de incertidumbre para Maduro y su círculo cercano, especialmente con la llegada al poder de Donald Trump, quien ha prometido un gabinete que apoyará políticas firmes contra el perdedor en los comicios del 28J. En verdad, tremendo berenjenal.
En contraste, según sondeos de opinión dados a conocer en fechas recientes, Edmundo González Urrutia sigue representando una esperanza renovada para la gran mayoría de los venezolanos. Su trayectoria como líder opositor, su desempeño como presidente electo de los venezolanos y su reciente reconocimiento internacional como presidente electo por el imperio mismo son testimonio de su capacidad para estimular el apoyo popular. Desde su exilio en España, ha articulado una visión clara para Venezuela: restaurar la democracia, promover la justicia social y reconstruir la economía. Su promesa de regresar a Venezuela el 10 de enero para asumir el cargo es un símbolo poderoso de resistencia y determinación, esperemos que sea de coraje también llegado el día. Además, el respaldo internacional que ha recibido, refuerza su legitimidad y su posición frente al régimen. Con todo, el camino hacia una transición pacífica y efectiva, como lo ha anunciado el presidente electo, no está exento de desafíos. La resistencia del régimen de Maduro será feroz; no solo intentará desacreditar a González Urrutia, como han pretendido hasta el día de hoy, sino que también podría recurrir a extender al infinito las tácticas represivas para mantener el control. Los obstáculos logísticos y de seguridad son significativos; garantizar un entorno seguro para la toma de posesión será crucial. En este sentido, la movilización ciudadana será esencial. La historia ha demostrado que el cambio real proviene del pueblo; su apoyo masivo puede ser un factor decisivo en la lucha por la democracia.
A pesar de los desafíos significativos que enfrentamos en esta Tierra de gracia de cara al 10 de enero de 2025, hay varias razones para ser optimistas sobre nuestro futuro inmediato. La primera, es la reciente decisión de Estados Unidos, entiéndase, de Biden forzado por el triunfo del catire, de reconocer a Edmundo como presidente electo, y eso es un hito bien importante. Este reconocimiento no solo valida la voluntad del pueblo venezolano expresada en las elecciones del 28J, sino que también podría impulsar un mayor apoyo internacional hacia su gobierno y facilitar la presión sobre el régimen. Si a lo anterior añadimos que la situación política actual en nuestro hemisferio y en Europa, por no irnos tan lejos, está caracterizada por un creciente escrutinio internacional y presiones sobre el régimen de Maduro. Las sanciones impuestas e inminentes medidas de fuerza, no ya las investigaciones en la Corte Penal Internacional, amenazan con debilitar aún más la posición del régimen, creando un ambiente muy bueno para el cambio. Y es que, a largo plazo, Venezuela tiene potencial para recuperarse económicamente, especialmente si se logra una transición política exitosa, cono estoy seguro que será. La riqueza en recursos naturales, como el petróleo y minerales estratégicos, junto con un enfoque renovado hacia la inversión extranjera, podría sentar las bases para una recuperación económica significativa. Pero hay un recurso aún más valioso, las nuevas generaciones, que en Venezuela están cada vez más comprometidas con el cambio y son menos tolerantes hacia las políticas autoritarias. Sin duda, este cambio generacional será un motor importante para la transformación social y política en el país.
En este camino lleno de incertidumbres, la esperanza y la determinación serán nuestras mejores aliadas. El 10 de enero de 2025 debe ser visto como un hito que marca el inicio de un proceso de transición impostergable para Venezuela. La realidad es que, por el desgaste y la ilegitimidad del régimen actual, así como por la creciente determinación y legitimidad de quienes anhelan un cambio, estamos ante una oportunidad única. De tal manera que la posibilidad de un nuevo comienzo es inminente; depende de nosotros abrazar esta oportunidad con valentía y esperanza.