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Foto: EFE/ Miguel Gutiérrez

Sin lugar a dudas, el debate o el conversatorio sostenido por los candidatos a las primarias fue un buen acto unitario y, obviamente, en él no se podían abordar todos los problemas que confronta el país, pues estos son tantos que rebasan el ámbito de validez de iniciativas como estas.

Pero creo que hay algunos temas que la organización del debate debió haber incluido. Me hubiese gustado, por ejemplo, haber escuchado algo sobre el modelo de transición. Aunque, es cierto, todos hablaron de la necesidad de la transición democrática, ese era el objetivo del debate, ninguno señaló cuál sería el camino de un proceso que lejos de ser ordenado y tranquilo, va a ser conflictivo.

Pero, ¿cuál sería la ruta? Presumo que, primero, se debe debatir si se haría mediante una reactualización de la Constitución del 99 que el chavismo terminó convirtiendo en letra muerta. En ese sentido, seguiríamos el camino, bien sea, de España, que transitó democráticamente mediante lo que se ha llamó “Ruptura Pactada” o el de Chile, bajo la premisa de la “transición continua”, esto es, que se encaró la transición democrática con el mismo aparato constitucional de Pinochet, que ahora mismo, está sometido a un proceso constituyente en Chile.

Eso sería una vía, la otra vía, consistiría en la creación de un espacio institucional democrático que remplazaría totalmente el espacio institucional chavista, que no ha sido un paréntesis, sino que tuvo un carácter refundacional del orden existente en ese momento. Se trataría así de una nueva refundación del orden que no corrige, que no mejora, sino que lo reemplaza.

Claro, en ambos casos, se podría discutir, pero este no es espacio para ello, sobre la calidad de la democracia resultante, dado el choque de las “racionalidades contrapuestas” que caracterizan a los diferentes sectores democráticos que conforman el “pacto democrático”, ejemplo, la racionalidad que articula la narrativa de María Corina Machado, basada fundamentalmente en el mercado como código de orden y el eje que articula la narrativa, por ejemplo, de Capriles, Rosales, Superlano, que son favorables al Estado-centrista. Pero, reitero, este no es un espacio para esa discusión.

Otro tema que a muchos nos hubiese gustado escuchar era la opinión de los candidatos sobre el papel que tendría la FAN dentro de un proceso de transición democrática. Aunque la exclusión en el debate de ese tema pudo ser responsabilidad de los organizadores o, a lo mejor, los candidatos acordaron no tratar ese tema que siempre ha sido un tabú en la política venezolana.

En el debate se habló de los errores cometidos por la oposición en el cuarto de siglo que ha gobernado el chavismo. Me atrevo a resumir los errores cometidos en uno solo, que no deja de ser paradójico, pues se trata de que los actores políticos que han ocupado la dirigencia opositora, no han hecho lo que por su naturaleza debieron haber hecho: “hacer política”.

Este error tiene la virtud de develar el resto de los errores cometidos. Y es que en toda ocasión en la que la democracia parecía haber estado a la vuelta de la esquina, el liderazgo político se ha olvidado de hacer justamente lo que le compete, es decir, hacer política.

Por ejemplo, para citar solo dos casos, recordemos, el espectáculo realizado por Henry Ramos Allup, a quien creíamos el más hábil y maduro político de la coalición política opositora que arrasó en las elecciones de la Asamblea Nacional de 2015, al comportarse de manera infantil cuando ordenó sacar los cuadros de Chávez del parlamento en una escena que nos recordó aquella lamentable del ¡Exprópiese! de Chávez frente al edificio Francia, casi en el mismo tono de voz del comandante. El otro fue el intento golpista encabezado por Leopoldo López y Juan Guaidó el día 30 de abril de 2019, que mató tempranamente al interinato.

“Hacer política”, en las circunstancias políticas de la Venezuela de hoy, significa que esta (la política) se oriente a “generar un tejido de acuerdos y compromisos, tanto por dentro como por fuera de los mecanismos estrictamente electoral, y de gobierno también, para darle a lo electoral legitimidad, credibilidad y confianza y al gobierno estabilidad institucional para construir el proyecto de transición”.

Así que el pacto democrático es fundamental. Dicho pacto, para que los pactantes no se aventuren a salirse de lo acordado, debe tener una dimensión institucional, cuestión que fue ensayada por Betancourt, Caldera y Jóvito Villalba, con el “Pacto de Punto Fijo” que de una manera u otra fue asumido por los españoles con el “pacto de la Moncloa” y por los chilenos con la “Concertación”.

Es cierto que el espíritu de los candidatos que allí conversaban fue distendido y se habló continuamente de unidad, como correspondía, pero, también se reveló que el “pacto democrático, no es para nada un dato, ni un supuesto, es un problema” por la propia naturaleza de los actores pactantes”.

Esto pudo apreciarse en el gesto, incomprensible e inexplicable de María Corina Machado de retirar su mano y negarse a ser levantada por Superlano y Pérez Vivas y aunque a algunos dirigentes, inclusive Pérez Vivas, ha explicado el porqué de ese desaire, no estaría de más recordarles a los “pactantes” que un acuerdo de la naturaleza que el ciudadano venezolano está demandando es un acuerdo soportado sobre la reciprocidad, el reconocimiento mutuo y la confianza generada entre los diferentes actores.

Si esos actores, sobre el que hemos depositado la confianza, no hacen un esfuerzo por realizar un acuerdo, electoral y de gobierno, mal podrían pedirle al ciudadano que valore a la Democracia (ahora sí, con mayúscula) como un “bien de autoridad” y el chavismo habría logrado un triunfo: que la construcción ciudadana de un “sentido del orden”, del orden democrático, sea imposible.


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