Los operadores del régimen chavista de verdad creen que pueden sustituir la realidad por la propaganda. Venezuela se cae a pedazos con niveles de pobreza que arrastran a millones al límite de la supervivencia porque no hay comida ni formas decentes para vivir. Sin embargo, el chavismo no admite que hay crisis y menos aún admite que luego de 23 años de saqueo la crisis sea por su culpa.
Lejos de eso el régimen está embarcado en una campaña según la cual hay problemas, pero aun así Venezuela es un país donde se puede trabajar y vivir gracias a las bondades del Estado chavista y el carnet de la patria. Y los problemas que hay con los ingresos petroleros por supuesto son culpa de las sanciones aplicadas por los Estados Unidos y otros países. Sanciones, por cierto, inefectivas e inútiles que en 3 años no impidieron que el chavismo siguiera traficando y saqueando.
Ese discurso patético con el cual Nicolás Maduro y Jorge Rodríguez se presentan como víctimas de una conspiración internacional contra la revolución bolivariana es una retórica sólo potable para sus clientelas civiles y militares. A ellos hay que persuadir que aun en medio del más rotundo fracaso es necesario seguir apoyando al régimen.
Estas clientelas civiles y militares, a diferencia del resto de los venezolanos, reciben prebendas y dineros por su lealtad aunque a la final tengan que ir con los mismos bolívares devaluados a comprar como todos los demás. Es precisamente cuando esos chavistas enchufados tienen que enfrentar los rigores que sufren los demás venezolanos cuando surge la contradicción entre mito y realidad.
Para muchos de ellos esto ha significado aceptar el desengaño y la dolorosa realidad que muestra un régimen decadente e inviable que es absurdo sostener, a menos que no sea bajo una condición clínica de locura e irracionalidad. Esto ha llevado a una súbita toma de conciencia de chavistas y exchavistas que en los últimos meses se han sumado a las protestas que exigen dolarizar los salarios como mínimo.
Tienen razón Maduro y Rodríguez cuando gastan millones de dólares lavándole el cerebro a sus huestes civiles y militares para mantenerlos en un estado permanente de idiotez y que no se levanten contra su propio régimen. Y es que no hay peor cuña que la del mismo palo. No habrá peor enemigo para el régimen que un chavista desengañado y ablandado por la realidad.
El mito del apoyo popular al chavismo es algo que se desvaneció hace mucho tiempo. Por alguna razón esotérica el chavismo se niega a soltar el control del CNE y hacer elecciones libres. Nada queda de las promesas que hizo Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992. Las banderas de honestidad y redención social ofrecidas entonces hoy no son más que harapos deshilachados en una Venezuela árida destruida por el chavismo y reducida materialmente a niveles de pobreza crónica.
El mismo énfasis que pone el régimen chavista en persuadir a sus clientelas del dudoso milagro económico de Nicolás Maduro lo tiene a la hora de celebrar el 4 de febrero como una fecha patria de connotaciones épicas superiores al 19 de abril o el 24 de junio. En ambos casos se trata de un mensaje cuidadosamente elaborado para mantener el ánimo de unos seguidores cansados y decepcionados que, al igual que todos los demás, se preguntan qué queda de ese 4 de febrero de 1992.
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