Hace unos días me preguntaron por qué criticaba tanto a Juan Guaidó. «Todo es Guaidó, pero nada de María Corina», me dijo Elías Pino Iturrieta, historiador y compañero en El Nacional, editorialista con el que he tenido la gran oportunidad de compartir estos últimos años.
«Tú eres guaidocista», le dije, si el término se me permite para acuñar a aquellos que son fans del presidente encargado. Yo no lo soy. Reconozco su esfuerzo y lo que ha hecho por el proceso político opositor, pero me sigue generando inquietud su entorno. Pero eso ya lo he dicho.
Tampoco soy fan de María Corina Machado, aunque confieso que admiro que durante años ha mantenido una posición frontal, radical, alineada en contra del chavismo. Ella sabe que eso gusta a su gente y se cuida de ser consecuente y no empantanarlo con planteamientos tibios, aunque no descarto que por debajo pueda negociar con personeros que con ella no tienen nada en común porque es muy hábil.
Su discurso, sin embargo, es poco práctico. De hecho, no ha logrado establecer una vía concreta a lo largo de los años: nos ha dicho que la salida es pronto, que el régimen está caído, pasando de una a otra opción, esperando más bien que sean otros los que cometan los errores, cayendo ella a su vez en algunos de cálculo.
Muy efectista, eso sí, María Corina se limita a apariciones controladas, en las que sabe exactamente qué decir, en las que cambia poco su discurso, y cuenta con apoyo abrumador de las redes sociales. No digo que eso sea malo, trato de no hacer juicio de valor, solo afirmo que es así.
Esa forma de proceder le ha llevado a mantener un pequeño nivel de aceptación, sobre todo en grupos radicales, pero el grueso de la población no termina de digerirla. En todas las encuestas aparece, pero nunca en posición cimera.
Al chavismo no le disgusta, por lo menos a la mayoría, por eso la dejan hacer y decir: les justifica en su afán de aparecer como democráticos y tolerantes. En algún momento se le salió una rueda a la carreta y la atacaron, pero eso fue bien aprovechado mediáticamente, por lo que siempre van a cuidarse de una nueva agresión.
Que María Corina quiere ser presidente de la República no me queda duda, pero no estoy muy seguro de que pueda lograrlo. Yo quisiera más riesgo, más concreciones, más negociación y menos habladera para el público de galería, en otras palabras, más política.
Me gustaría que no fuera un francotirador y que aprovechara su nivel de influencia para amalgamar un gran movimiento que nos lleve de verdad al cese de la usurpación.
Creo, sin embargo, que al igual que otros políticos mide muy bien el efecto de lo que hace o dice y no está dispuesta a hipotecar su nivel de aceptación, aunque este sea bajo. Está al acecho y espera su momento, por lo menos creo que eso es lo que piensa.