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Lo que los militares vieron y no vieron el 3 de diciembre

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Foto EFE

Voy al grano: el 3 diciembre, los militares desplegados como parte del Plan República, fueron testigos de una extrañísima, de una inusual experiencia como responsables de la seguridad de las votaciones: una jornada electoral fantasmagórica. Centros de votación vacíos o semivacíos. Silenciosos. Abrumados por la falta de actividad. Funcionarios aburridos o cabeceando de sueño. O que se preguntaban, delante de quien pudiera oírlos, ¿y esto para qué lo habrán organizado, si no son capaces ni siquiera de traer a los votantes?

Los uniformados veteranos, que en anteriores procesos habían participado en funciones de custodia de centros electorales, quedaron desconcertados. Lo comentaban entre ellos, evitando que los escucharan. Lo reportaban a sus superiores: transcurrió el día sin electores. Esto que narro aquí proviene de testimonios de militares activos que estuvieron operativos en distintas partes del territorio.

A lo largo del día recibían llamadas de sus superiores: “Aquí no hay nadie”. “Los pocos que han venido son personas mayores”. “En una hora votaron solo tres señores”. Y así. Ante la petición de que retrasaran -ralentizaran- el proceso, para que se formaran colas en los lugares en los que se concentra un mayor número de electores, la respuesta era la misma: no hay con quienes armar colas. En algunos lugares, por momentos, se hicieron algunas colas: soldados a los que llevaban a votar en unas busetas destartaladas. Obligados. Sin saber qué hacían allí ni de qué trataban las preguntas. “Marque ahí y no pregunte”.

Los militares no sólo vieron que no había electores -con las implicaciones que ello tiene como expresión de la desaparición casi total del vínculo que unía al régimen con una parte de la sociedad venezolana-, sino que constataron, sin posibilidad alguna de ocultarlo, de que la consecuencia principal de que los jefes de la FANB la han convertido en el brazo armado del PSUV y del poder, es una fuerza militar, cada vez más ajena, separada, de espaldas al pueblo. El 3 de diciembre los militares vieron la indiferencia, el desdén de una sociedad a la que no le interesa, no le importa la maniobra patriotera cuyo único objetivo es evitar las elecciones de 2024.

Miles y miles de soldados hambrientos, enflaquecidos, cansados y ojerosos, vieron y escucharon las conversaciones, las preguntas y los reclamos que uniformados y jefes del PSUV hicieron a los coordinadores por la ausencia de votantes. Escucharon a los responsables de la movilización preguntar por los dólares para pagar a los votantes. “Si no llevas el efectivo no vendrán”. Incluso surgieron reclamos: en zonas de los estados orientales del país todavía no le han pagado a los electores los 50 dólares que eran parte de un compromiso anterior. Quedó claro: el régimen no le paga ni a los suyos.

No hay estado del país, ni organismo del Estado, en el que sus jefes no hayan reclamado o suplicado a sus empleados que fuesen a votar. Son centenares los audios que han circulado por las redes sociales en los que se repite el caso: en un tono entre el ruego y la amenaza, los jefes se preguntan cómo es posible que los funcionarios no hayan ido a votar. Yo he tenido oportunidad de escuchar decenas de esas grabaciones. Todos son expresión de que el rompimiento entre el poder y el pueblo ya se ha consumado: el único argumento es el del chantaje: no habrá bono navideño, no habrá bolsa CLAP, te sacaremos de la lista de beneficios.

Porque de esto también fueron testigos los militares el 3 de diciembre: de la silenciosa protesta, de la silenciosa manifestación de rebeldía, del evidente rechazo a  Maduro y a sus socios, por parte de más de 4,5 millones de funcionarios, es decir, más de 87%, que se quedaron en sus casas: se negaron a asistir. Se negaron a unirse a la comparsa con la que Maduro pretendía justificar la peligrosa jugarreta militarista que ha puesto en curso para evitar las elecciones de 2024.

Otro hecho llamativo del que fueron testigos los militares, mejor dicho, de un doble hecho, es el siguiente: los altos funcionarios del gobierno -profesionales de la complicidad- fueron a votar sin hacer ruido. Sin aspavientos. Procurando no llamar la atención. Para cumplir, pero sin que se note mucho. Son numerosos, cada vez más, los que mandan mensajes a través de sus socios alacranes: no están de acuerdo con el plan de Maduro.

Esta actitud de pasar por debajo de la mesa en el referéndum contrasta con la secuencia de pequeñas parafernalias de los dirigentes de la oposición (¿oposición?), alacranes, subvencionados, políticos erráticos, saboteadores, canallas que reciben prebendas del poder que, con sus pequeños bombos y sus platillos chillones, fueron a votar, no tanto para votar, sino para hacerse ver por parte del poder. Como respondiendo a un observador que, desde alguna de las entrañas del régimen, les estuviese vigilando, pidiendo rendir cuentas de sus actos. Esos políticos de maniobra y sin seguidores, fueron los que aparecieron con fotógrafos y cámaras que documentaran su deseo de plegarse a la estrategia del poder.

En efecto, los militares vieron el 3 de diciembre. Constataron que el régimen está cada vez más solo, desquiciado y sustraído de las necesidades del país, y que la sociedad venezolana, que entre los ciudadanos de todas las regiones, crece la coincidencia de que no hay otro camino para Venezuela que un urgente cambio político. Antes de que las cosas se pongan todavía peores.

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