No hay nada que lo acerque a uno más a su patria que la lejanía. Estar afuera y oír ese tono impelable del maracucho, del gocho, del caraqueño, del oriental nos traslada a esos rincones que siempre llevamos dentro de los ojos, dentro del pecho.
Encontrar tanto paisano fajado en tierras lejanas nos debe llenar de satisfacción, de orgullo criollo del que sabe sembró bien; nos deja ver que de alguna manera se le dio herramientas a esa «gentará» para pelear decentemente y abrirse paso en mundos desarrollados donde ser competitivo no es lujo.
Estar al tanto de nietos descendientes de venezolanos en varios continentes ya no es novedad, es parte de la orgullosa verborrea que exponemos en encuentros o charlas y a pesar de los ambientes adversos, nadie se quiebra y apenas algunos regresan porque no les dio la cosa, siendo el come back la última opción, lo que nos deja claro de qué esta hecho el venezolano.
Así que con tanta familia y conocidos afuera me atreví a preguntar: ¿qué te inspira, que te hace soñar y esquivar tantos obstáculos?
Las respuestas me pusieron a pensar en otra dimensión, en otro estrado que no me parecía iba a aparecer en primera fila. Las respuestas: me inspira el mismo venezolano porque es solidario, caritativo, trabajador, amistoso. Es decir, la inspiración es algo intrínseco de nosotros….
La inspiración tiene que ver con los sueños del país que queríamos forjar, con los venezolanos que queríamos llegar al pódium, a lo más alto para que convirtieran a nuestra patria en el país más desarrollado de América Latina, el más feliz, como en la canción «Mis ilusiones»: solo quiero amanecer entre tus brazos, solo quiero envejecer entre tus flores, tus mujeres que derriten corazones, con trabajo ya vendrán tiempos mejores. Lo que nos inspira, lo que nos mantiene soñando, lo que nos mantiene en la pelea es la querencia, ese sentimiento que en la chiquita te llama como el hada seductora.
La inspiración tiene que ver con aquellos sueños que la democracia nos ofreció, con aquellos trabajos que desarrollamos con amor de niño, con el inquebrantable corazón del servidor público que se fajaba y lo lograba.
Es que el venezolano sabe que hay un mundo mejor porque lo vivió y no descansará hasta saborear algo parecido: en los humanos retroceder es desdicha; además, entendiendo que la cosa tiene que ver más con la psiquis familiar, vecinal, social, que con los reales y el terreno.
No es fácil salir pateado, en la mayoría de los casos con una mano adelante y otra atrás, levantarse y comenzar a crear pautas, sembrar nuevos sueños, enarbolar aptitudes, conducta que le permite navegar esas aguas turbulentas del destierro.
Quisiera preguntarles a otros venezolanos que los inspira, particularmente al caminante que cruza sierras y llanuras para llegar al sur trasladándose como puede hasta 6.000 kilómetros. ¿Qué le quita el miedo? ¿Cómo ese citadino o pueblerino arranca y no lo para nada?
La verdad estas letras lo menos que pretenden es hacer apología del dolor pero nunca se podrá olvidar esta gesta del criollo que antes de poner la rodilla en tierra ante unos mediocres prefiere gastarse los zapatos caminando y llegar a otro destino donde no tenga que pagar por el hecho de pensar diferente y su trabajo, como en el pasado en su patria, tenga valor suficiente para formar una familia y vivir decentemente.