La realidad política venezolana se ha puesto de manifiesto con emoción y se ha recuperado la esperanza; pero a veces da la impresión de que son burbujas que se elevan y desaparecen tan pronto suben. La euforia de tener una legítima representante de la sociedad civil ha traído el optimismo de un cambio, pero las fuerzas del mal actúan rápidamente y amenazan con la injusticia despreciando las opiniones no solo de los nacionales sino de los internacionales. Hacen gala de la omisión e ignoran los compromisos que han firmado los operadores del régimen, quienes muestran intemperancia insólita, provocación, chabacanería y retos. Sus amenazas se concretaron con los miembros directivos de una organización que hizo una consulta privada, organizada por la gente, con la colaboración y deseos de muchos que quieren un cambio, pero todo se convierte en obstáculos frente a la amenaza de descabezar un movimiento de rectitud y de valores ciudadanos violando cualquier derecho.
La respuesta se hace evidente, opinadores, analistas, comunicadores, etc. señalan el camino, hacen planteamientos claros, la diáspora se organiza y protesta, se prepara un esquema electoral con la visión optimista de ser arrollador; sin embargo, el tema cae en el saco roto institucional y los objetivos se desvían: que si Guyana, el plebiscito, la Corte Internacional, los militares y sus movimientos. Los gremios buscan acercamiento con el régimen para conseguir dádivas negadas, las universidades silenciosas hablan de reformas y acercamientos, pero ellas son un secreto bien guardado. Ignoran la desfachatez del gobierno y regresan al esquema del presupuesto justo que además es una utopía inútil mientras el sistema no cambie. Todo este escenario, confuso, prolijo en declaraciones, informaciones atosigantes en las redes y el activismo desplegado están soportados por un discurso alterado, romántico e ignorantes de lo esencial.
Lo esencial está montado sobre un esquema democrático y pacífico, es decir, ir a unas elecciones limpias, transparentes, pero que estén basadas no en acuerdos frágiles, fáciles de violar sustentados en intereses de las partes sin ignorar lo relevante. Para casi ningún analista pasa inadvertido que el padrón electoral montado sobre la increíble cifra de 22 millones de electores es una fantasía estadística. En realidad, solo está registrado la mitad del padrón de manera objetiva, el resto no tiene direcciones, no está actualizado y simplemente ubicado en centros desconocidos o inaccesibles. 4 millones de votantes se fueron huyendo del país y no los dejarán votar, es una fuerza poderosa que el régimen sabe que la única forma de vencer en elecciones fraudulentas es no dejarlos participar.
He ahí un primer elemento, si esa cantidad de personas no ejerce su deber ciudadano todo estará perdido. Por otra parte, más de 2 millones de nuevos votantes no están en los registros, y otros tantos no tienen sus datos actualizados, bajo el supuesto negado de una repartición oportunista del voto es una fuerza que puede hacer la diferencia, en otras palabras, el esfuerzo para lograr su registro es obviamente obstaculizado por el régimen conociendo que es una fuente importante de decisión electoral.
Cientos de miles de registros están montados en documentos falsos, u otorgados a personas que no son venezolanos, no se descargan los movimientos demográficos, se conservan las irregularidades tantas veces reiteradas y, que además no se corresponden con las estadísticas oficiales, en cientos de municipios hay más votantes que gente, en otras palabras, estimaciones hechas sobre las bases de un censo muy viejo, sin actualizaciones y diseños inadecuados. En resumen, los elementos mencionados determinan que objetivamente el régimen va a afirmar que la oposición está integrada por insignificantes tres millones de votos y que ellos demuestran disponer de 7 millones, obviamente tomando como referencia un registro fraudulento, el chantaje y la obligatoriedad a la cual sientan a 4 millones de empleados públicos chantajeados permanentemente, incluyendo a conscriptos cuya fuerza está integrada por cientos de miles de jóvenes que lograron que se les diera uniforme, arma, comida y licencia para hacer lo que quieran. Esto se traduce en que finalmente, si no se cambia el sistema electoral simplemente la dictadura “ganará nuevamente con una elección fraudulenta”, se declarará legitimado y la fiesta socialista continuará con sus políticas humillantes, depredadoras y colaboracionistas con países antidemocráticos.
El tema es preocupante, o cambiamos el sistema electoral o no habrá oportunidad de lograr un cambio; la desesperanza alimentará la miseria del venezolano, y continuará el éxodo dejando al país en manos de los fariseos y el país se diluirá hacia otras culturas donde solo queda el recuerdo de ser venezolano, transculturizados y viviendo la fantasía de estar en otro lugar donde sus congéneres se agruparán en una simulación de lo que han hecho los cubanos, musulmanes, italianos, o chinos en cualquier parte del mundo.
El mensaje de unidad y la llamada lógica de lograr una organización que enfrente al sistema se ha planteado miles de veces, lógicamente es imprescindible, la organización empieza por la construcción de redes de comunicación, activismo planeado, la denuncia y puesta de manifiesto de los destrozos y abusos del régimen; luchar contra el apoderamiento de los medios por el régimen, oponer gran resistencia a la información falsa y a la propaganda inútil. Para ello es importante saber dónde estamos y cómo podemos ayudar, y que, mediante un movimiento civil nacional poderoso, enfrente los desmanes, fraudes cantados y sistemas corrompidos.
Pasemos de la narrativa inútil a la acción, no basta con buenos análisis, no basta con planes fallidos, no basta mirar los hechos con óptica optimista y subjetiva, la acción de cambio comienza con defender hasta donde sea necesaria una candidatura, pero sin un CNE y órganos judiciales represivos. Es necesario apoyarse en la fuerza demostrada por los ciudadanos, de la influencia internacional y de la diáspora para lograr cambiar el sistema de votación y gritar hasta el último rincón la necesidad de tener un país libre y democrático.