Esta semana el Observatorio Venezolano de Finanzas publicó un estudio en el que revela que el sector privado llega a pagar salarios que son 15 veces superiores a los del sector público. No es poca cosa, tomando en cuenta que según el propio observatorio 26,6% de los trabajadores en Venezuela, es decir, cerca de 2,8 millones de personas, son empleados públicos.

Al mismo tiempo, casualmente por Twitter, Adán Celis, actual presidente de Conindustria, me comentaba que según encuestas recientes los empresarios venezolanos se ubican en el segundo lugar como el grupo que genera más confianza en el país después de la Iglesia.

En medio de toda la turbulencia que vivimos, estos datos, de alguna manera, me generan un sentido de esperanza. Porque si bien hay mucho ruido en redes sociales contra el empresariado venezolano, ruido que, de paso, es secundado por la actitud de ataque gubernamental -recientemente elevado el tono si se observan las declaraciones que ofreció Nicolás Maduro contra Fedecámaras calificando a la organización de “conspiradora”- que deja atrás los encuentros y la visión conciliadora que hace pocas semanas había ofrecido Jorge Rodríguez al reunirse con la entidad gremial en su sede en los predios de La Campiña.

En todo caso, si se observa con detenimiento, hay que ver las cosas que son realmente importantes, y que reafirman las premisas de por qué debe lucharse por una sociedad con mayor apertura y facilidades para la labor empresarial. Primero, se está demostrando que a pesar de todas las dificultades y ataques, la empresa privada puede dar sueldos más competitivos a sus trabajadores que el gobierno. Y en un país colmado de pobreza, de insuficiencia calórica, de falta de acceso a bienes y servicios, que se pueda ganar más se traduce en una mejora del nivel de vida que tanto hace falta. Segundo, se reafirma que más allá de voces críticas que demonizan el papel del empresario, de forma mayoritaria la población del país le otorga a la empresa venezolana un voto de confianza en el ejercicio de sus funciones.

Estos datos deben servirnos de aliciente porque pueden ser de utilidad para la reconstrucción del país. Indudablemente, un gobierno con espíritu democrático tomaría esta percepción y praxis positiva de la empresa privada para ayudar a paliar las profundas distorsiones y problemas que padece Venezuela. No es el caso, y las andanzas gubernamentales se han dirigido a su consabido ataque a la empresa privada. Están como el zorro, que pierde el pelo pero no las mañas.

Sin embargo, el rol del empresario se sobrepone a toda la adversidad descrita. Pienso, además, en lo que pudiera llegar a hacerse si existieran otras condiciones. Es decir, cuántos empleos nuevos pudieran generarse, cuánto más pudiera elevarse el nivel de vida de los venezolanos, la cantidad de proyectos que pudieran ejecutarse. Hoy son solo visiones, cavilaciones, pero sé que el material está allí presente por lo que mi optimismo es mayor. Tuviera más pesadumbre si estos insumos no estuvieran allí, partiendo desde cero.

No es el caso. Y en estos tiempos de profunda complejidad emocional -no solo se vive una pandemia, sino que además toca padecerla dentro del contexto de un Estado fallido acompañado de un poder caribeño totalitario- pues toca nutrirse de las señales positivas que el entorno da para sobrevivir y, finalmente, prevalecer. Al largo plazo, la labor constructiva de la empresa privada en Venezuela prevalecerá y, con ella, los frutos positivos para todos los venezolanos.


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