Tienen razón quienes afirman que Venezuela atraviesa la peor situación de toda su historia. Nunca antes la nación había sufrido tanto. Los problemas están sobrediagnosticados y nada indica que el régimen dirigido por Nicolás Maduro pueda retirarse por las buenas o, al menos, rectificar las líneas pésimamente ejecutadas del socialismo del siglo XXI.
Los índices de pobreza extrema, el éxodo masivo calculado en algo más de 5 millones de compatriotas, la inseguridad de las personas y de los bienes, el cierre de las oportunidades para trabajar honestamente para las personas naturales y jurídicas, entre otros factores, nos han colocado en la cola de Latinoamérica y calificado como uno de los peores países del mundo.
Lo último y extremadamente grave ha sido la aprobación apresurada y casi que misteriosa de la Ley Constitucional Antibloqueo para el Desarrollo Nacional y la Garantía de los Derechos del Pueblo Venezolano. Fue aprobada por una constituyente ilegítima e inconstitucional. Es una puñalada trapera contra los principios y valores de la democracia y, más que eso, contra quienes más allá de toda consideración ideológica o partidista aspiran a vivir honesta y decentemente.
Juristas, constitucionalistas, académicos y sectores especializados en cada una de las ramas amenazadas por esta “ley”, la han analizado en detalle rechazándola sin dobleces. Tiene de positiva, eso sí, que le pone punto final a las medias tintas, a las indecisiones calculadas, a las maniobras abiertas o encubiertas para una convivencia imposible de aceptar a estas alturas.
El país se desmorona. Aunque parezca exagerado, tiende a desaparecer generando una creciente atomización de estados y municipios, de familias y personas, que deberán sobrevivir por su cuenta sin depender de un centralismo pernicioso que no está en capacidad de responder a las necesidades fundamentales.
Los demócratas estamos sometidos al reto más importante de nuestra vida. Se impone la lucha inmediata sin cuartel para ponerle punto final a la usurpación. Para ello hay que utilizar todos los recursos a nuestro alcance. Esto incluye los apoyos de la comunidad internacional, es decir, de los aliados del mundo entero en general y del vecindario en particular. El núcleo usurpador, controlado y dirigido por factores extranjeros como Cuba, Irán y desde otra perspectiva Rusia, así como los movimientos desestabilizadores que están trabajando intensamente en el mundo occidental, incluido el narcoterrorismo, parecieran querer una verdadera guerra civil para exterminar radicalmente cualquier oposición a sus pretensiones. Se equivocan.
Es hora de plantear el problema en toda su magnitud. Basta de seguir discutiendo sobre el tema de las elecciones convocadas para el 6D. No se puede seguir perdiendo tiempo por cuenta del electoralismo agudo de algunos protagonismos circunstanciales. La obligación es centrar la lucha en el objetivo fundamental. Para lo demás, para el día siguiente, el país tiene con qué salir adelante.
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