En ocasiones, resulta complejo entender los vericuetos mentales de Sánchez. No por brillantes, sino por estar faltos de toda lógica democrática. Parecen más los atolladeros de un hombre alejado del equilibrio que se aferra a cualquier rama de un árbol, aunque este sea de extrema izquierda, antes que abandonar la droga de su adicción, que es el poder a cualquier precio. El resultado de semejante estado de ánimo es que la sociedad española está más enfadada que nunca. Hemos dejado de ser un país alegre para ser un pueblo enfurruñado. Y a ello ha contribuido, como ninguna otra cosa, la indigencia política e intelectual de Sánchez, a quien acompañan tres luminarias del pensamiento «torrentero» llamados Marisú Montero, Óscar Puente y Bolaños, quien añade a sus escasas lecturas la poca comprensión lectora, a tenor de la interpretación que ha hecho del informe de la Comisión de Venecia sobre el proyecto de ley de Amnistía.
Lo peor de Sánchez no es que nos haya aliado internacionalmente con los más diabólicos protagonistas de la escena mundial –Hamás y la extrema izquierda comunista–. Ni siquiera es que su mentira galopante de que la economía va bien, cuando en realidad registramos el récord histórico de deuda y el falseamiento de las estadísticas del paro. O que haya sacado adelante leyes que ponen a violadores en la calle e indulte a golpistas. O que haya arrasado con todos los controles y balances que hacían de España una democracia homologable, ocupando y mal gestionando esos controles, con la Fiscalía General como ejemplo más palmario. Incluso, y mire que esto es gravísimo, que haya instalado la mentira como herramienta normalizada en el debate político.
Lo peor de Sánchez es que ha llevado a España de nuevo al marco mental de la Guerra Civil. A enfrentar a una España contra la otra. Cuando estos días recordábamos a Adolfo Suárez, en el décimo aniversario de su fallecimiento, y lo escuchábamos hablar de la concordia y de la reconciliación, no podíamos dar crédito al momento que vivimos, en que se dilapida semejante herencia. Es la misma concordia por la que clamaron en el Congreso de los Diputados los comunistas Marcelino Camacho y Sánchez Montero. La misma que ha hecho grande a España en las últimas décadas y que ha permitido que la clase política más iletrada de la historia nos gobierne. Si no fuese por esa concordia y por el respeto al consenso democrático, Sánchez y su pandilla jamás hubiesen tenido ni la más mínima oportunidad de ejercer la política. Aunque conociéndolo, seguro que se anotaba a concejal por el tercio familiar.
Lo peor de Sánchez es que ha radicalizado a España, ha inoculado el odio en la ciudadanía y nos lleva camino del abismo, ese despeñadero donde tantas veces en la historia fracasó nuestra nación. No podemos permitírselo. Nos quedan todavía unas cuantas herramientas: la inteligencia, la cultura, la justicia, la resistencia pacífica, la profundización de la democracia y perseverancia en todas ellas. A la democracia se la defiende con más democracia.
Artículo publicado en el diario El Debate de España