OPINIÓN

Lo mismo, porque es igual, todo cambiará

por Armando Martini Pietri Armando Martini Pietri

¿Hasta cuándo van a seguir con lo de que “llegó la hora de la verdad”? Es una mentira tantas veces dicha que se hace cosa de todos los días, otra promesa banal como los “te amo” de los casanovas y lo “vamos a hacer” de los politiqueros. El momento que atraviesa la humanidad es catastrófico, habrá quienes sobrevivan y los que, aun sobreviviendo, mueran. La decisión depende de cada quien.

El alejamiento social dará resultados positivos si cada quien hace su parte, a conciencia. De no hacerlo será inútil y los lamentos de nada servirán. Los que logren transitar la calamidad sin voluntad, impresionables, pesimistas, sin arrojo y cobardía, caerán sin remedio en el fondo profundo y oscuro.

En cambio, si por el contrario aprovechas la oportunidad para repensar vida y muerte, cuidarte, velar por los demás empezando por los tuyos y también tus vecinos, superarás con éxito la dura y no necesariamente eficaz, pero esperanzadora receta médica. Es la hora de ser responsable.

Opositores y oficialistas inventan ofertas, vociferan promesas y siempre tienen a la mano –a la boca, en realidad– las respuestas con que creen interpretar al ciudadano, o simplemente imaginan que esperan de ellos.

Para cínicos de la clase política, y eso sí es vergonzoso, la epidemia no es un problema sino una oportunidad de quedar bien y hacer quedar mal a los adversarios reales o imaginados. Pensar que algunos dirigentes van a ponerse de acuerdo para beneficiar a los ciudadanos, es una ilusión débil, una artimaña preocupante a la vez desconsoladora que la gente percibe como ilusoria especialmente de los que suman o presumen de mayor número de votos, y buscan incansables un culpable de las fallas y responsables de los embustes, que nunca son de ellos mismos.

La crisis produce demanda y exigencia social, también espiritual, ambas de la mano, y el mundo no estaba preparado para enfrentarlas. Solo un ejemplo de la situación inédita, dolorosa, que ha provocado la maligna pandemia; familiares y amigos que no pueden despedirse de sus difuntos, un escenario que nadie o muy pocos podían haber previsto. En el caso de fallecimiento, se incinera el cadáver y a los entierros no deben acudir los deudos, por los riesgos sanitarios de la congregación social.

Sin embargo, saldremos del aprieto, la humanidad siempre lo hace. Quienes se consideran o sean dirigentes políticos, sindicales, gremiales, comunitarios o empresariales, tienen la obligación y la responsabilidad de enfrentarlas como guías de la sociedad. Puede que tengan miedo de “¿qué pasa si reacciono de forma exagerada?”, “¿la gente se reirá, me rechazará?”, “¿se enojarán, me insultarán?”, “¿me veré estúpido?”, “¿no será mejor esperar a que otros tomen medidas primero?” y algunos, los menos, hasta se preguntan “¿haré mucho daño a la economía?”

Para gobierneros, cómplices y socios, es la derecha, el imperio, la burguesía, capitalismo y demás sandeces y tonterías periclitadas de los años sesenta y setenta, por supuesto sin olvidar las sanciones, bloqueo, guerra económica y la maldad codiciosa de los gringos. Es que estos encerrados izquierdosos son mentecatos, majaderos y nada originales en su discurso, no solo es que no logran evitarlo, es que temen hacerlo.

Para sectores cómplices de esa oposición que convive acomplejada, sumisa, cohabitante y timorata, los culpables son quienes desean un cambio radical, defienden principios éticos, valores morales y buenas costumbres ciudadanas, los que no se apaciguan ni ceden ideales, no negocian con corruptos bolichicos, ladrones y bandidos del tesoro público, manteniendo coherencia, actuando con valentía y coraje en su terquedad venezolanista y sincera.

Así como al virus lo esperaba medio mundo, para el régimen fue solo otro histerismo para tratar de salir airoso, incluso haciendo propaganda de la misma medicina de cascarón, plagada de hospitales desabastecidos, con tecnología obsoleta de mediados del siglo XX (en el mejor de los casos), y para los adversarios fue solo otra advertencia de que al déspota lo agarrarían con los pantalones bajos y las mentiras altas.

No las muertes y sufrimientos, esas son realidades revolucionarias que, como el militarismo y la destrucción de lo que cae en manos castristas, como ya todo el país, llevamos veinte años padeciendo. Tampoco la esperanza de que esa tragedia acabe, la cual alimentamos durante mucho tiempo.

Por eso seguimos igual. Esperando milagros cubanos que jamás ocurren, medicinas chinas que solo se diferencian en el idioma de las etiquetas. Lo que ha venido a demostrar esta epidemia es que tanto el castrismo-madurismo como la oposición asociada siguen viviendo en mundos ficticios; ambos estuvieron haciendo alardes y convocando manifestaciones hasta el día en que no les quedó más remedio que cambiar de estrategia y ninguno estaba preparado para nada excepto que la gente se quedara encerrada, el país paralizado, alcabalizado, militarizado, que es lo mismo de siempre, pero con más sobresalto, represión y susto.

La única diferencia es que con el socialismo bolivariano del siglo XXI no nos podremos recuperar cuando esto pase, y con la oposición tal vez sí. En caso de que para entonces quede todavía un país para rescatar.

Pero no hay que sentirse culpable por ser alegre, feliz. En nada ayuda estar triste, lamentándose, dándose golpes de pecho y sin energía. Es a través de la esperanza, fe y optimismo que se resiste. Cuando la tormenta nos deje, serás importante en la reconstrucción. Se requiere estar bien, fuerte, con ánimo de espíritu y cuerpo. No es trivialidad, ni habladera de pendejadas, es una estrategia de resistencia. Enfrentemos miedos y dificultades con entereza, coraje y serenidad.

@ArmandoMartini