Leyendo al profesor Carlos Ñáñez, ilustre y sobresaliente intelectual carabobeño, llamó mi atención un trozo de su artículo donde señala textualmente, cito: “Basta de miedo, basta de silencios impuestos, basta de traiciones y basta de horror. Estamos hartos de la incertidumbre, hastiados de la miseria y de esta existencia de utilería con sabor a derrota colectiva”.
Inmediatamente se me vino a la mente en esa etapa de terror en la que, algunas veces, quizá con mucha frecuencia, entramos los columnistas y que desde la sala de redacción del diario nos azotan para que cumplamos con nuestro ineludible compromiso, con el tiempo instituido.
En estas épocas de la política venezolana sucede todo tipo de cosas, muchas veces inimaginables, desconcertantes, tanto que hasta los modernos GPS y las bolas de cristales y poderosas se trastocan sin saber quién o quiénes se aprovechan de las circunstancias para obtener beneficios personales, sin importar principios éticos ni consecuencias que de ellas se deriven. Con una agilidad asombrosa acomodan sus ideas y acciones según la situación o el ambiente que prive.
Por supuesto que le pasan por encima, priorizando resultados sobre ideales. Aprovechan las oportunidades rápidamente; por consiguiente, son desleales, interesados y poco confiables, con el argumento a punta de lengua de que así es la política y eso es suficiente para patear cualquier norma moral que se interponga en sus impúdicas pretensiones. Se expresan justificando y diferenciando entre el oportunismo y el sentido de la oportunidad. En concordancia, inconsecuente e infiel en el campo político. Tan absurdo, que llegan hasta el extremo —como si se tratara de la alemana, politóloga y socióloga Hannah Arendt o el filósofo y politólogo italiano, Norberto Bobbio— pues, pasando por encima de estos dos cerebros, justificar las tesis políticas incomprensibles por incoherentes y desordenadas… Llegar hasta los absurdos de apoyar al actual régimen venezolano en todos sus desmanes. Apoyan leyes que condenan con severas sanciones a aquellos que reclaman sus derechos a opinar y disentir. Nunca han abogado por los presos políticos y tienen el atrevimiento de decir que ellos son políticos que están del lado de la democracia, con el desparpajo propio de aquellos que no procuran ni siquiera guardar las formas ni respetar la capacidad de interpretación, de discernimiento de sus interlocutores. Llegan a esos absurdos que los muestran como sujetos con el hipocampo desocupado, vacíos y vagos.
En resumen, la solidaridad con los partidos políticos debe ser un acto voluntario y consciente, basado en valores compartidos y en un compromiso con la democracia. Es importante que esta solidaridad sea crítica y constructiva, y que contribuya al fortalecimiento de los partidos políticos como instrumentos. Pero, evidentemente, algunos partidos políticos no tienen posibilidades respetables de resurrección, afortunadamente, para bien del pueblo venezolano.
La solución a estos problemas a menudo requiere un esfuerzo concertado de los ciudadanos, los líderes políticos y las instituciones para proteger y fortalecer los valores democráticos. Como contrapartida, la democracia se autocorrige, a diferencia de cualquier otro sistema de gobierno. Es por ello por lo que la democracia es considerada como una forma de gobierno justa y conveniente para vivir en armonía. En una democracia ideal la participación de la ciudadanía es el factor que materializa los cambios, por lo que es necesario que entre gobernantes y ciudadanos se establezca un diálogo para alcanzar objetivos comunes. Por fortuna, mucha gente ha empezado a abrir los ojos y con arrepentimiento, callada o no, comienza a entrar en razón y a dejar de apoyar a un gobierno elegido en un momento de majadería colectiva.