“La producción mundial de cocaína se encuentra en máximos históricos, con 1.976 toneladas en 2017, 25% más que el año anterior”. Esto es lo que rezaba el Informe Mundial sobre Drogas 2018 emitido por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.
Según alertaba el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías en su informe anual, también de 2018, “España sigue a la cabeza de la Unión Europea tanto en consumo de cocaína como de cannabis, mientras el mercado de la cocaína en Europa está en alza, con una mayor disponibilidad de esta droga, a precio estable y con el nivel de pureza más elevado en la última década”.
O sea, el negocio florece, y en el mundo la cocaína llueve. Solo hay que ver los números. En el viejo continente, 2% de la población de jóvenes de entre 15 y 34 años de edad ha consumido de esta nociva sustancia en el último año y en el caso de España, Reino Unido, Dinamarca y Holanda, el consumo alcanza y supera 4%dentro de este segmento etario. Pero en Europa igualmente, de todo el contingente de personas que se encuentra entre 15 y 64 años, 5,1% lo ha probado, en uno u otro momento de sus vidas.
Para complementar lo anterior, el hecho de que el consumo de marihuana supere con creces el de la cocaína –400% veces más alto– es demostrativo de la tendencia de una importante masa poblacional a drogarse. Pasar de una droga a otra solo depende del estímulo comercial de parte de sus productores o vendedores o de conseguir el dinero por cualquier vía para satisfacer una dependencia creciente.
Para 2013 –seis años atrás– el valor del mercado minorista europeo de la cocaína había sido estimado en 6.000 millones de dólares, cantidad suficiente para poner a salivar a cualquier productor o intermediario. En estos tiempos, una red oscura establecida a través de los canales de Internet se encarga de mantener la oferta y de facilitar su comercio. Eso solo ayuda a imaginarse cómo el mundo de los jóvenes es su target inmediato y preferido.
Estados Unidos enfrenta un drama similar, quizá más grave aún, porque la metodología de medición del consumo y abuso no es comparable a la europea. Lo que sí indica la tendencia es que la demanda entre los jóvenes y adultos norteamericanos es creciente y los estudios del Departamento de Estado lo que determinan es que ella está directamente estimulada por la creciente producción colombiana. Es que 90% de la cocaína consumida en el país del norte proviene de la vecina tierra neogranadina y 70% del suministro mundial.
Para la fecha en que se escribe esta nota, más de 18 millones de personas son consumidores en el orbe, mientras 35 millones de seres humanos sufren desórdenes generados por su consumo.
Pensemos pues, por un instante, en el papel que Venezuela está teniendo en este espantoso escenario de perversión de la humanidad y de contaminación de la juventud de todos los países, en el cual las fuerzas del mal criollas se han puesto al servicio de los productores colombianos para conseguirles un mejor acceso a los mercados del mundo. No hay que ser genio para darse cuenta de que la única motivación de tal barbaridad es económica: un kilo de cocaína pura en las calles de una ciudad del primer mundo puede valer entre 12.000 y 32.000 dólares en función de su grado de pureza, calidad y mercado en el que se transa. En la cadena productiva hay para todos y los beneficios del crimen son milmillonarios. Cuando la moral es un bien escaso, dejarse tentar es lo corriente.
Dicho lo anterior y basados en las investigaciones serias pero inexactas –hay que reconocerlo– de los órganos de vigilancia de este monstruoso crimen debemos interrogarnos cuánto de lo que se produce en suelo vecino pasa por territorio venezolano para acceder a los mercados externos. ¿Es esta intermediación lo que mantiene con oxígeno al chavismo?, como me aseguraba un buen amigo colombiano.
“Piensa mal, y acertarás” dice la máxima, pero aun pensando bien, es muy posible que los montos de dinero que se transan en nuestro suelo para hacer llegar la cocaína a sus destinos finales sean colosalmente grandes. No solo los márgenes son en extremo jugosos en este particular negocio, sino que los riesgos que se corren por el criminal gesto de facilitar el tránsito y su comercio son bajos cuando todos los lugares de paso están bajo la férula del régimen madurista.