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Llorar con los que lloran

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Es de común entendimiento que profesar cierta fe te somete al tamiz de ciertos comportamientos que se esperan tácitamente de ti. Sin embargo, con dificultad se alcanzan los estándares correctos a los ojos de evaluadores corrientes. Esta semana llena de retos, preocupaciones, lunas nuevas llenas de brillo y algo de somnolencia pude meditar en la importancia de uno de esos llamados deberes cristianos que es: llorar con los que lloran.

La escogencia de la fe te exige por sí sola apartarse y buscar celosamente alcanzar sabiduría, y en el proceso vas descubriendo que algunas cosas que no te apetecen hacer son de gran valor y se consideran importantes en el banco de gracia, que constantemente alimentamos con la única moneda de cambio permitida que es la conducta. Conforme nos comportemos con quienes pasan un mal momento, seguramente otros se comportarán con nosotros llegado el tiempo de nuestra propia aflicción. Sí, aunque desencante decirlo, a todos nos alcanza el tiempo de prueba donde se evidencia la materia que nos constituye, el incorruptible oro de la voluntad con cimientos de fe y la perecedera vulnerabilidad de la finitud corpórea humana.

Con especial ahínco cala en mi corazón este deber de compartir el dolor con los que sufren, particularmente porque no especifica el tipo de sufrimiento en el que se debe acompañar a las personas, tampoco el parentesco o la familiaridad que se deba tener con ellos, solo de forma imperativa dice plañir con los que plañen; de tal manera que sea cual sea el sufrimiento o la afinidad es correcto ante los ojos del Creador que nos acompañemos en temporadas de dolor.

Sin duda, parece algo casi natural, pero en la era del individualismo no es tan común compartir las cargas, el poco tiempo que se tiene motiva a ocuparse de lo que parece ser prioritario a expensas de cualquier otra cosa que desenfoque, desmotive o distraiga de la meta. Empero, cuando ves ataúdes pequeños o de personas muy jóvenes recuerdas que quizás no hay tanto de aquello que percibes como tiempo.

Pedir la sabiduría de administrar correctamente el mayor activo que tenemos puede ser la oración más oportuna que se haga, ya que si sembramos tiempos de calidad y apoyo, seguramente cosecharemos largas conversaciones, abrazos y buenos consejos. Probablemente esto no sea algo que se pueda negociar a conveniencia, al contrario las letras pequeñas del contrato bancario lo dejan muy claro, aquello que deposites será lo que puedas retirar, lo cual es muy justo si meditamos al respecto.

Es así como considero esta oportunidad, como el abonar la tierra proscrita de todo corazón que anhela buenas cosechas y tiempo extra para disfrutar de sus frutos. Por lo que tras un par de carrozas fúnebres aún desfilan los pensamientos, sueños y deseos no cumplidos de quienes desearon minutos adicionales que no podían cosechar. Ser sensible siempre será la mejor respuesta en lugar de menospreciar el dolor o minimizarlo por no saber cómo enfrentarlo. Sollozar con quien sufre es suficiente, no necesitas hablar.

@alelinssey20

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