OPINIÓN

Llámame dicta-dura

por Ender Arenas Ender Arenas

 

Maduro Dictadura

Luego del ascenso en las encuestas de la intención de los venezolanos de producir un cambio de régimen, este ha asomado su cara verdadera y ha desarrollado la violencia a escala ampliada.

Todas las dictaduras que nos han azotado tienen como característica común el ejercicio de la violencia directa. Esta, que hoy domina al país, sin embargo, se diferencia de las anteriores porque desde los lejanos días en los que Chávez representaba la única mediación entre su régimen y los gobernados, haciéndose cargo del resentimiento de los sectores más pobres de la población inicialmente, construyó dispositivos de una violencia que pudiéramos llamar “violencia cultural”.

De hecho, y creo que no es una exageración, Chávez es realmente el precursor de “la posverdad”, rentabilizó la mentira, la impuso como narrativa que liquidó la verdad común, recordemos cómo impuso como cierta una campaña publicitaria de que los venezolanos, durante la democracia civil, comían “Perrarina” y la gente le creyó….  Y es que Chávez entendió como nadie la naturaleza de la irracionalidad del resentimiento. En todo caso, esa forma de violencia, casi invisible, le sirvió al comandante para legitimar el ejercicio de la violencia directa desarrollada por mediaciones afectas al régimen que se encargaron de construir “enclaves autoritarios” en el seno de la sociedad civil.

Con la desaparición de Chávez el ámbito de “la violencia cultural” desaparece y la violencia directa queda sin elementos que la legitimen. Maduro carece de los atributos mediadores que encarnó Chávez y solo le ha quedado, a él y compañía, el ejercicio puro de la fuerza.

Ese uso de la violencia es lo que hemos visto en las recientes semanas con los secuestros realizados de manera ostentosa por los cuerpos de seguridad del Estado contra dirigentes opositores del partido Vente Venezuela, el uso de sus aparatos autoritarios de poder (la Contraloría, el TSJ, el CNE, la FAN, los cuerpos de seguridad del Estado, el Ministerio Público y los medios de comunicación alineados al aparato de gobierno) para reprimir e inventar planes desestabilizadores, magnicidios que primero fueron tres intentos, luego cuatro, después cinco y llegar al día lunes al mágico número de siete intentos, de los que solo hay un video de un militar maltratado que pronuncia el nombre de MCM silenciado por un piii. La guinda ha sido la inhabilitación, precisamente, de María Corina Machado, que como la novela de García Márquez, se convirtió en la crónica anunciada de una inhabilitación, tantas veces anunciada por Cabello Rodríguez y hasta Luis Ratti.

Todo ha sido una enorme puesta de escena sin pudor. Todo el país ha visto en videos el secuestro de los dirigentes de Vente Venezuela. Secuestros realizados con los viejos métodos de las dictaduras latinoamericanas: a plena luz del día, carros, motocicletas y camionetas de alta gama, ocupados por hombres armados y vestidos de civil rodean al objetivo, en este caso Freitas, Camacaro o Vanegas, los introducen de manera violenta en los carros y desaparecen. El objetivo: liquidar a los otros, con el mismo montaje represivo que fue usado por Trujillo, Pérez Jiménez, Pinochet o Videla.

Secuestros, desaparecidos y llevados a casas clandestinas donde se tortura y hasta se asesina.

El viernes en la tarde fue una tarde triste. Recordé un viejo texto de Adam Pzeworski: “Todo el que haya pasado por momentos en que una dictadura estaba a punto de caer y la democracia se volvía una auténtica posibilidad, recordará una tensión casi constante, unas esperanzas alternadas a veces con temores, brotes de entusiasmo y el dolor de la derrota”. Y así nos ha pasado, cada vez, cuando todos creemos ver que el cambio está a la vuelta de la esquina, que la democracia más que una esperanza parece una realidad ineludible, la dictadura vuelve a golpear los anhelos haciendo lo que mejor sabe hacer: la trampa.

El régimen ha decidido, de una vez por todas y sin el más mínimo pudor, negar toda posibilidad de permitir que la gente se dé el cambio que anhela acudiendo, esta vez, además de un fraude electoral anticipado, al ejercicio de la violencia desnuda, acompañada de una combinación de mentira, infantilismo y sociopatía. Su objetivo, es, entre otros, quebrar la confianza de las mayorías.

Pero la gente ha cambiado y ya sabe que hoy el régimen y la camarilla que los sustenta “son solo molinos, no gigantes” (Sancho dixit).