«Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero»
Al hablar de la literatura mística española, cuyos inicios se datan cuando ya el siglo XIV va tocando su fin, suele recordarse que tiene una vinculación con la mística del fundador de la corriente en Alemania, Johannes Tauler; así también con Meister Eckhart, maestro de este último y con Jan Van Ruysbroeck, célebre monje neerlandés, de igual corriente. Se le atribuye al afamado cardenal Francisco Jiménez de Cisneros una gran contribución a este legado, puesto que él hizo traducir las obras de estos teólogos al castellano.
Llama la atención las disímiles interpretaciones que se hacen del surgimiento de la literatura mística en España, pues algunos la consideran como una reacción a la Contrarreforma, que, según estos críticos, había impedido exteriorizar los sentimientos más profundos; otros, señalan que el misticismo se propaga justamente cuando España ha desterrado a los judíos y a los musulmanes de su territorio y es profundamente cristiana. Frente a estos juicios, encontramos a autores que ven en el surgimiento dela mística una hermosa mixtura de las tres religiones y el «trilingüismo», así como la Contrarreforma inspira e insta al escritor a emplear un simbolismo que permita trasladar al lenguaje su experiencia mística, lo arcanum y lo numinosum (lo oculto y lo providencial) de dicha experiencia. Añado que en un excelente estudio de Manuel Suances Marco, su autor recoge las distintas influencias y las características propias del misticismo español y dice enfáticamente que:«La mística española del Siglo de Oro no brotó como una planta por generación espontánea. Más bien es fruto de una rica síntesis que recoge una larga herencia cristiana, judía y musulmana».
Es preciso enfatizar que la obra literaria mística de este período del Siglo de Oro, no se reduce a santa Teresa de Jesús y a san Juan de la Cruz; insoslayable es la poesía de Fray Luis de León y la obra de Fray Pedro Malón de Echaide o Chaide. Hace ya un tiempo, escribí en estas mismas páginas de El Nacional sobre santa Teresa de Jesús, pero nunca es suficiente reflexionar sobre su personalidad y su obra.
Nació en Gotarrendura, Ávila, 1515, y falleció en Alba de Tormes, 1582. También se le conoce como santa Teresa de Ávila. Su nombre civil es Teresa de Cepeda y Ahumada; fue hija de Alonso Sánchez de Cepeda y de Beatriz de Ahumada, perteneciente a una noble familia oriunda de Ávila. El recorrido vital de santa Teresa se conoce al detalle precisamente en sus escritos: Libro de la vida, Relaciones espirituales, Libro de las fundaciones y sus Cartas.
El Libro de la Vida engloba su vida desde su niñez hasta 1562, año de fundación del convento de San José de Ávila. En esa narración, santa Teresa da cuenta de su afición a los libros de santos y también a los libros de caballerías. Más allá del carácter autobiográfico referido a situaciones anecdóticas, quiero centrar mi atención en el aspecto confesional de esta obra. Precisamente por querer centrarme en este rasgo del texto, encontré un interesante artículo, cuyo autor, Roger Celis (2008), analiza este escrito relacionándolo con Las Confesiones de san Agustín. El propósito de Celis en ese ensayo es poner de manifiesto la relación de la escritora con Dios; enfatizar cómo santa Teresa expresa su espiritualidad y cómo describe magistralmente sus experiencias místicas. Muchos de los estudios que se han hecho sobre el Libro de la Vida, afirma Celis, han pecado de reticentes con esta perspectiva y han priorizado la narrativa o la referencia autobiográfica.
Al establecer la correlación con Las Confesiones, indefectiblemente este nexo posee alcances muy importantes. Ante todo, santa Teresa se declara pecadora y, en consecuencia, asume su alejamiento de Dios. Al asumirse de esa manera, su posición, reflejada en cada línea de su obra, está encaminada a solicitar la Misericordia divina, además de fijar una especial forma de dirigirse a Dios, un «tète-a-tète», que le confiere el tono intimista propio de ese arte narrativo.Añadamos a estas dos notas características, la mirada evocativa de la escritora que permite diferenciar entre la persona pecadora del comienzo de la obra y la persona que expresa su confesión y su arrepentimiento. Celis también relaciona ambas obras, Las Confesiones de san Agustín y el Libro dela Vida de santa Teresa, con la Imitatione Christi, el inigualable clásico de la literatura mística. En breves palabras y citando textualmente a Celis, ambas obras, la de san Agustín y la de santa Teresa muestran «El itinerario del sujeto de un texto confesional, dentro de un contexto religioso, [que] es el de un progresivo abandono del mundo de los sentidos y de las apariencias».
Sigue en orden cronológico de la tríada formada por el Libro de la Vida y Las Moradas, El Camino de Perfección. Pertenece a una etapa de mayor discernimiento espiritual de santa Teresa; han transcurridos diez años durante los cuales ha experimentado muchas de sus experiencias místicas. Es un texto que se cataloga como la Constitución de las Carmelitas Descalzas.
En Las Moradas,santa Teresa expone los niveles necesarios que debe tener la oración para alcanzar la unión con Dios. En un manejo extraordinario del lenguaje y figuras literarias, hace uso de una alegoría consistente en un castillo que posee siete moradas y, en cuyo centro, está Dios; el castillo es el alma que entra en el mismo castillo y transita por todos los recintos hasta llegar al último, que no es otro que el matrimonio místico.
Muchos críticos literarios establecen relaciones de Las Moradas con el Evangelio de san Juan «In domo Patris mei mansiones multae sunt» («En la casa de mi Padre muchas moradas hay») (Juan, XIV: 2). Mientras que otros de los estudiosos de la obra de la Doctora de la Iglesia, como es el caso de Asín Palacios, relacionan el castillo de Las Moradas con una selección de narraciones y pensamientos religiosos de la mística islámica, los Nawādir, datados en el siglo XVI –los Nawādir constituían una de las peculiaridades de la cultura marroquí.
La Inquisición siempre vio con tremenda suspicacia la vida y la obra de santa Teresa. El Libro de la Vida fue divulgado sin su autorización y fue examinado y utilizado para acusar a Teresa de ser una «alumbrada» o «iluminada», secta herética perseguida por la Inquisición. Salió bien parada de la acusación, pero en relación con «Camino de perfección», se vio obligada a reescribirlo; santa Teresa acató la orden, aun cuando guardó la primera versión celosamente y es la que hoy se conserva en la biblioteca de El Escorial.
Su producción poética se vio un tanto eclipsada por estas obras; sin embargo, sus poemas son considerados hoy en día la máxima expresión de la poesía mística española.
@yorisvillasana
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