Puerto Cabello ha hecho contribuciones ostensibles a las letras venezolanas, especialmente a la poesía, en las que destacan hombres y mujeres. Nuestros son José Antonio Maitín considerado el más importante poeta romántico del siglo XIX, e Ida Gramcko quien regentara cátedra de poesía y poetas en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, distinguida en 1977 con el Premio Nacional de Literatura. Ambos representan los extremos de una rica tradición –de claro predominio femenino– que no se extingue y que afortunadamente encuentra en nombres como los de Germania Galíndez, María Inés Arrabal, Mirih Berbin, Xiomara Malenche y Zonia Molina sus continuadoras del presente.
El destacado rol de las mujeres, sin embargo, no ha estado circunscrito a la actividad creadora, sino también a la difusión. Ya en 1867 Anita Jahn de Wittstein, radicada en el puerto, publica en Leipzig (Alemania) una antologia titulada Poesías de la América Meridional, en la que incluye algo de la producción de Maitín y del también carabobeño Abigail Lozano. Hablaba perfectamente el alemán, inglés, francés y el castellano, además de ser una excelente pianista; perdió a su esposo y su único hijo, viviendo desde entonces en absoluto retiro hasta su fallecimiento en 1916. También se dedicó a la docencia musical, contando entre sus discípulos al compositor Augusto Brandt.
Mención aparte merece Consuelo Lope-Bello, iniciada en las letras de la mano de su padre el periodista Lope Bello, fundador del diario El Estandarte. Nacida en la ciudad marinera hacia 1910, dedica su vena creadora a la poesía escribiendo bajo el seudónimo de Conie Lobell. Durante la dictatura gomecista, la familia sale al exilio a Puerto Rico, en cuya universidad Consuelo asiste a las clases que dicta allí Gabriela Mistral, de quien era ferviente admiradora. A la muerte del dictador, luego de dieciocho años de ausencia, la familia regresa a Venezuela radicándose en la capital, en donde tras un divorcio alternará sus inclinaciones literarias con un trabajo de escritorio, desempeñándose como Jefe del Servicio en la Dirección de Política Económica del Ministerio de Relaciones Exteriores.
En febrero de 1943 funda la revista “Lírica Hispana”, suerte de publicación de bolsillo por sus reducidas dimensiones, un proyecto que se extiende por casi tres décadas, convirtiéndose en importante vehículo para la difusión de consagrados y nóveles poetas. Más tarde, será acompañada en la dirección de la publicación por la poetisa Jean Aristeguieta. Se trató de una difícil empresa, a la que Consuelo le dedicó todos sus esfuerzos. Y es que como explicara en las palabras introductorias al volumen conmemorativo del 25º aniversario de la revista (se habían publicado 296 números a la fecha), muy joven sintió la necesidad de hacer algo por quienes “eran para mí las más indefensas criaturas: los poetas”, de quienes además dice: “Se les tilda de vivir en las nebulosas, de bohemios, de incapaces. Gentes buenas sólo para una velada agradable oyendo sus versos. Nadie recuerda que tienen las mismas urgencias de los normales y, que en sus bolsillos, hay poemas que necesitan publicar porque si no el mensaje que sienten necesidad de revelar, se perdería…”. Es así como Conie Lobell resuelve fundar “Lírica Hispana”, ya que “regados por mi patria y por todo el mundo, había poetas a quienes nadie tendía sus manos…”.
Por sus páginas desfilaron las producciones de Juan Liscano, Mercedes Bermúdez de Belloso, Luis Pastori, Luis Beltrán Guerrero, Joaquín Gabaldón Márquez, por citar algunos patrios; pero también de autores foráneos como Gabriela Mistral, Dora Isella Russell, María Beneyto, Antonio Murciano, Ramón de Garcíasol, Fernando González Urízar, Mario Ángel Marrodán, Clara Silva, Concha Zardoya, Isabel Moscoso Dávila, Clemencia Laborda, Yolanda Bedregal, Luis Ricardo Furlan y Gabriel Celaya.
Como podría esperarse el dinero no abundaba para el sostenimiento de aquella aventura literaria, circunstancia ésta que suponemos marcó el final de la publicación. A pesar de las dificultades, de la amargura y los muchos sinsabores que embargaban a Conie, transcurridos los años y como fuera su deseo, le había tendido la mano a muchos poetas cuyos versos teñidos de tinta, llenaron cientos de páginas en aquellos simpáticos volúmes, acerca de los que Alfonso Rumazo González (1954) escribió: “Lo mismo el inmenso y consagrado mago del poema, como el espíritu de los pasos iniciales; lo mismo la mujer que el hombre; todos han cabido en la sugestiva antología que tiene el poder secreto de irse directamente del recato de su pequeñez a la mesita de noche, donde se la toma amorosamente y se la acaricia antes de que caiga sobre los párpados el absurdo peso de la inconciencia nocturna”.
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