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Líneas rojas en España

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La política en España genera interés en muchos venezolanos. Sustento esta afirmación en la frecuencia con la que recibo preguntas sobre el tema y solicitudes de análisis. Pensé entonces en escribir este artículo y, al hacerlo, lo primero que vino a mi mente fueron unas líneas rojas. Al menos desde 2014, año en el que comencé a seguir de modo rutinario la política española,  ella ha girado alrededor de “supuestas” líneas rojas, en su mayoría vinculadas a la tensa relación del Estado con los independentistas. Ellas no han resultado ser tan sólidas, sino más bien líquidas.  Han sido irrespetadas sin que se hayan producido los graves efectos previstos por los delineadores de las mismas –de allí las comillas–.

A los efectos de concretar la idea un tanto metafórica, voy con un ejemplo. Del actual presidente, Sánchez Castejón, se dijo en su anterior investidura que había violado una línea roja, al negociar acuerdos con el partido independentista vasco EH Bildu a cambio de que sus votos le permitieran mantener mayoría en el Congreso de los Diputados. ¿Por qué esta decisión era tan grave? EH Bildu viene a ser la herencia civil de la otrora organización terrorista vasca ETA. Existe una conexión orgánica, incontrovertible, entre ese horroroso pasado y su presente político. Su coordinador general, Arnaldo Otegi, perteneció a dicha banda armada y tuvo vinculación con atentados terroristas. Es él quien controla dicha agrupación y no se esconde a la hora de asumir, públicamente, las decisiones de EH Bildu cuando estas conllevan particular relevancia.

A pesar de este relato, cuyo trasfondo y entretelones seguramente son más complejos pero que con mi aproximación a la política española desde una perspectiva algo distante no alcanzo a profundizar, la supuesta línea roja  fue de hecho dinamitada y ello no le generó consecuencias políticas graves al infractor. Cada vez que se traspasa una de estas líneas rojas es como si el quehacer de los actores políticos se ubicara en un territorio inexplorado, lo cual implica riesgos. Sánchez se la jugó pero los “árbitros” –los ciudadanos como potenciales habilitados para sacarle una tarjeta roja– no le penalizaron. Quizás estén distraídos mirando hacia otro lado, poniendo mayor atención hacia otros  inquietantes asuntos terrenales como el incremento de los precios de la comida.  La alianza PSOE–EH Bildu constituye un ejemplo que puede ser trazado con pinceladas muy sencillas, pero también muy bien definidas en cuanto a su poder de ilustrar el concepto. Esta capacidad de sintetizar en trazos que, siendo sencillos, trasmiten lo realmente importante es una ventaja que nos concede esa  “mirada externa” –o distante–. Yo, por ejemplo,  desconozco la cultura y los intríngulis del clima interno de sus organizaciones políticas, pero esto no la desmerita. Lo contrario, tiene el valor de facilitarnos ver el bosque sin que los árboles, y menos los pequeños arbustos, lo impidan.

España no se escapa al fenómeno mundial de ascenso del modelo populista. Sánchez gasta más de lo que ingresa en caja. ¡La deuda ha crecido a un 120% del PIB! Hay inflación: el acumulado en tres años en el renglón de alimentación es el 28%. Se insiste en privilegiar lo político–electoral por encima de las realidades económicas. Así vemos como: a pesar de los problemas de sostenibilidad del sistema de pensiones jubilatorias, se aprueba por Ley la actualización anual de las misma aplicando el IPC, cuando hasta el más tonto sabe que la economía no se puede manejar por decretos. El punto es que ni lo económico, ni otros temas de importancia capital –la falta de competitividad del modelo educativo por señalar otro ejemplo– alcanzan el estatus de marcadores del debate político. Los jaleos con los independentistas catalanes han dominado la agenda en la última década, con excepción, muy recientemente, de los desvaríos legales del Ministerio de la Igualdad.

La excesiva fragmentación de la cámara, en la que ya es muy difícil para los grandes partidos tener mayoría absoluta, y la radicalidad del enfrentamiento entre ellos, han elevado de manera ostensible el precio de las acciones del “chiripero” –los votos de los partidos extremistas e independentistas se cotizan al alza–. Esto les ha otorgado un poder que antes no tenían. Yo alucino al ver cómo recrean sus desplantes al Jefe del Estado. Se dan el lujo los líderes independentistas de no asistir a la ronda de consultas convocadas por el Rey y reconocerlo de manera pública con absoluto desparpajo, pero esto es material para otro artículo. Lo cierto es que, envalentonados por la desidia con la que se han venido tolerando sus desafíos a la unidad nacional, en 2017 se intentó realizar un referéndum ilegal separatista en Cataluña.

Encabezaron ese golpe de estado dos agrupaciones políticas independentistas: ERC y Junts. Sánchez, a los fines de poder armar su “Gobierno Frankestein”, acordó también con ERC –cuya tendencia es similarmente izquierdista–. A cambio: indultó a los dirigentes de esa agrupación que fueron a la cárcel y promovió por la vía de urgencia una reforma del código penal para eliminar el delito de sedición y modificar los alcances del de malversación –dos líneas rojas que también se saltó–  para, de esta manera,  complacer las peticiones hechas públicas por ERC.

Pero al menos ellos fueron a la cárcel. Peor ocurrió con Carles Puigdemont, Presidente de la comunidad catalana al momento del írrito referéndum y líder de JUNTS. Se escondió en un maletero y huyó a Bruselas. Tras seis años siendo prófugo de la Justicia, en días recientes le visitó la Vicepresidente Segunda del Gobierno.  ¿El objetivo? Iniciar las negociaciones de cara a la posibilidad que Junts también aporte sus votos –-ahora Sánchez los necesita para su deseada segunda investidura, más Frankestein aún–. He vuelto a alucinar viendo el espectáculo y asombrándome del ridículo en el que se ha dejado a toda la institucionalidad judicial.

Puigdemont ya ha anunciado que no apoyará si primero no le decretan una Ley de Amnistía –-eso de “vuele ahora y pague después” no va con él–-. La síntesis de este relato en verdad le conduce a uno a preguntarse: ¿Hasta dónde se prolongará esta preocupante deriva de España? Todas las líneas rojas han sido demolidas, dinamitadas,…pareciera ya no haber límites. ¿Lo podrá hacer Sánchez también con esta desafiante línea roja que se le interpone en su camino? El ambiente se está tensando. De no poder completar con éxito su record en salto de pértiga hasta ahora, habrá repetición electoral. Pero, en definitiva, quién se atreve a predecir el futuro en esta España extraviada, ni siquiera yo que a veces me siento como un alienígeno venido del futuro.

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