En los últimos años el mundo ha visto el ascenso de líderes autoritarios que quedan encasillados como si todos fueran lo mismo. Sin embargo, es pertinente señalar que homogeneizar el autoritarismo implica reducir y sesgar su análisis. La política comparada desde mediados de los años sesenta y la evolución de la literatura han establecido nuevos conceptos que pueden ser de ayuda para no caer en ese error.
Autores como Guillermo O’Donnell, Arendt Lipjhart, Joseph Colomer o Phillip Schmitter han destacado, a lo largo de sus investigaciones, la importancia de la política comparada como subdisciplina de la ciencia política para explicar ciertos fenómenos. Ahora bien, a efectos metodológicos partiré de los regímenes totalitarios hasta las democracias defectuosas.
El término totalitarismo se caracteriza por la ausencia total en un estado de pluralismo económico, político y social. Existe un liderazgo como cabeza del gobierno o un partido político que sirve como vehículo para mantener el poder. Puede haber una rotación de liderazgos en el partido, pero no una alternancia política. Además, hay una ideología elaborada que pretende establecer una visión del país, y en algunos casos llegan a celebrar elecciones que no son competidas y que gana el mismo partido o líder.
Un ejemplo paradigmático de ello es Cuba. Desde 1959 hasta hoy la isla ha sido gobernada por el Partido Comunista Cubano, bajo el liderazgo de Fidel Castro (1959-2008), Raúl Castro (2008-2019) y Miguel Díaz-Canel (2019-actualidad). El país vive bajo un régimen de partido único; las libertades civiles no existen y el gobierno interviene en todos los ámbitos de la vida pública y privada.
Luego tenemos los regímenes postotalitarios, que se caracterizan por el derrumbe del totalitarismo. Cuentan con vestigios de la formación anterior, es decir, la ideología oficial aún tiene fuerza y los rubros económicos, políticos y sociales son inestables. Es un punto medio entre la caída del totalitarismo y la transición hacia otro régimen que puede ser democrático o no.
En América no hay ejemplo de ello, pero a nivel mundial sí: Rusia. Tras el derrumbe del socialismo real en 1991, el país intentó caminar hacia la democracia con Boris Yeltsin, Dmitri Medvédev y Vladímir Putin. Sin embargo, con la llegada de Putin al poder, el país se ha estancado en un postotalitarismo en el cual la fuente del poder político ya no es el Partido Comunista, sino el propio liderazgo del mandatario ruso.
También tenemos los regímenes sultanísticos, un término acuñado por el sociólogo Juan Linz para catalogar a la España franquista. Estos se caracterizan porque la columna vertebral del régimen es el caudillo, que no necesariamente tiene que ser carismático, sino que impone su voluntad mediante la fuerza y el miedo. Algunos liderazgos intentan conformar ideologías pero no lo logran, ya que todo se basa en la imagen del tirano. Otra característica es que basan sus cimientos en prácticas clientelares y corruptas.
Algunos ejemplos de ello fueron François y Jean-Claude Duvalier en Haití, Leónidas Trujillo en República Dominicana o la dinastía Somoza y Daniel Ortega en Nicaragua. Estos personajes ejercieron el poder de forma arbitraria, sin límites y de forma personalista. Los sultanistas no son tan herméticos como los totalitaristas: permiten algunos espacios para disentir. Estos regímenes llegan a ser inestables porque, a falta del líder, este puede caer; son contados los casos como Haití y Nicaragua, en los que se traspasó el poder a los familiares.
Las primeras cuatro categorías se caracterizan por ser regímenes menos democráticos y plurales y distan mucho de los autoritarismos clásicos, que tienen otras características. Por ejemplo, los autoritarismos dejan espacios para la deliberación, algunos permiten la crítica, carecen de una ideología y adoptan una mentalidad, de acuerdo con Linz.
América Latina presenció el auge y caída de los regímenes cívico-militares, que se caracterizaron porque las fuerzas armadas trabajaron de forma conjunta con perfiles técnicos del Estado para implementar políticas económicas de desregulación y liberalización. Estos regímenes carecen de ideología y los límites al poder no están claros: depende de lo que dicten las fuerzas armadas. Como ejemplos encontramos a Argentina bajo Rafael Videla y a Chile con Augusto Pinochet.
Por otro lado, también es posible identificar regímenes nacional-populares, que fueron encabezados por militares con visiones progresistas. Es decir, defendían el reparto de tierras, el nacionalismo, implementaron el desarrollismo como política económica para hacer crecer a sus países. El panameño Omar Torrijos es un ejemplo de ello, ya que reivindicó el derecho del país sobre el Canal de Panamá y pedía la salida de Estados Unidos de su territorio.
Luego de revisar estos conceptos y algunos ejemplos, es pertinente señalar que los cambios en la realidad y la literatura han dado pie a la creación de zonas grises o puntos medios. Esto significa que hay regímenes que no son democracias en su totalidad pero tampoco son autoritarismos consolidados. Principalmente, estos términos surgieron en los albores de la tercera ola democrática.
En medio de estos conceptos, existe lo que se denomina regímenes híbridos, es decir, países que combinan elementos autoritarios y democráticos; sin embargo, en estos países prevalece el primer componente. El ensanchamiento de las facultades de la presidencia, la erosión institucional y el acecho a otros poderes son características de este tipo de sistema. Como ejemplos, México, Bolivia, El Salvador y Perú, para mencionar algunos.
Autores como el periodista Fareed Zakaria han dado vida al concepto democracia iliberal. Engloba a naciones que celebran comicios periódicos para la elección de cargos pero no son limpias, transparentes; además, en este sistema conviven elementos pluralistas con prácticas autoritarias que debilitan la división de poderes. El término fue acuñado para referirse a la Hungría de Viktor Orbán.
Dentro de este tenor, también es posible identificar los autoritarismos competitivos, un concepto propuesto por los politólogos Steven Levitsky y Lucan Way, plantean que hay naciones que transitaron del autoritarismo a la democracia pero no consolidaron el pluralismo. No obstante, también los países que ya llevan tiempo en democracia pueden retroceder a este modelo, en el cual las elecciones pueden ser competidas pero están plagadas de irregularidades que no permiten una competencia limpia y efectiva.
Venezuela es el caso ilustrativo, un país que en su última elección demostró la competitividad de la oposición pero que hasta la fecha no ha comprobado la victoria del oficialismo. El chavismo mantiene el control sobre el aparato estatal, lo que le permite retener el poder y la mayoría de los espacios de representación. Sin embargo, no debemos olvidar que desde el 28 de julio el país sigue sumido en una crisis postelectoral.
Por último, Wolfgang Merkel acuñó el término de democracias defectuosas para referirse a países que ejercen la democracia procedimental-electoral pero no garantizan una gobernanza efectiva y en los que las libertades civiles no son ejercidas con plenitud. Son países que tienen problemas para consolidar el pluralismo, la división de poderes y los derechos humanos, pero esto no significa que sean autoritarismos o dictaduras.
En conclusión, la ciencia política y los nuevos conceptos acuñados ofrecen un panorama completo que busca explicar de forma certera y objetiva los regímenes. El ascenso del autoritarismo en el mundo no puede ser visto como un fenómeno homogénea, sino que el estudio particular de casos, aunado a la revisión de la literatura, permite una delimitación objetiva y concreta de la realidad que estamos observando.