María Corina Machado se ha convertido en el motor de la política venezolana. Estamos frente a un testimonio innegable de la realidad, de manera que no hacemos ningún descubrimiento deslumbrante cuando lo pregonamos. Solo insistimos en la constatación de un fenómeno palmario. Pero el crecimiento de su influencia en la sociedad, hasta llegar a cumbres que pocas veces se han alcanzado en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI, se alimenta de la precariedad o de la desaparición de anteriores influencias que habían dominado en el campo de la oposición. El ascenso viene acompañado de numerosas decadencias, de no pocos descalabros debido a los cuales se pueden explicar las resistencias que todavía puede generar, y que entorpecen la posibilidad de una victoria como la que se puede uno imaginar de un desenvolvimiento arrollador que no tiene rivales a la vista.
Ese desenvolvimiento arrollador proviene de la aceptación y del entusiasmo que ha producido en la mayoría de la población la presencia de una sola causa primordial, acaso solo comparable con la fe en un propósito fundamental que cundió en el pueblo después del derrocamiento de Pérez Jiménez. Entonces la esperanza de una sociedad se juntó para abrir y caminar derroteros flamantes, pero desde entonces no se había repetido un suceso tan aplastante alrededor de una necesidad colectiva de fabricar un proyecto político en torno a un solo liderazgo personal. El fenómeno no ha llegado hasta la meta debido a la resistencia de la dictadura, que ha endurecido los rigores de la represión al comprobar que no se enfrenta a un rival pasajero frente al cual no solo debe perpetrar un escandaloso fraude electoral, sino también una opresión encarnizada. Eso lo sabemos todos, de manera que parece innecesario remacharlo ahora. De allí que, por no dejarlo pasar inadvertido y porque salta a la vista, convenga más bien detenerse en los dirigentes de la oposición a quienes no les ha causado gracia el liderazgo de la señora Machado y hacen lo que pueden para llenarle de trabas el camino.
El arraigo y la popularidad del aludido liderazgo no solo han dependido de una afirmación constante frente a un régimen incapaz y corrupto, sino también de convertir a los partidos políticos de la oposición y a sus líderes en actores de segunda fila, no pocas veces en simples figurantes que si están en la escena es como si no estuvieran porque el actor principal, debido a la luz que irradia, realmente no necesita de comparsas en las tablas. La estrella femenina, en este caso, para escribir con cierta propiedad. Solo que, pese a la contundencia del hecho, no nos hemos detenido en las consecuencias que ha producido en la sensibilidad y en los intereses de los rivales del régimen. Nos percatamos de los problemas que ha causado a la dictadura y los aplaudimos con regocijo, pero no hemos posado la vista en las frustraciones y aun en los odios que ha causado entre ciertos habitantes de la casa de la oposición que en la víspera pasaban por principales. ¿Cómo se han sentido después de perder el rol de inquilinos estelares de una coalición que aspira o aspiraba al poder? ¿Les ha caído bien la pérdida de influencias que les ha producido el asenso de quien solo era antes una aspirante a la popularidad y al predominio? ¿No añoran las luces, las cámaras y los micrófonos que ahora monopolizan María Corina Machado y los flamantes líderes que la acompañan, dueños de un espacio que antes frecuentaban ellos a solas?
El liderazgo que se ha impuesto implicó una contienda con dos rivales formidables: la dictadura y muchos líderes decadentes de la oposición. Lo primero parece evidente, pero no así lo segundo, debido a que los curiosos antagonistas de nuestra orilla han tratado de disfrazar sus frustraciones en un discurso unitario y en acompañamientos esporádicos del nuevo factor aglutinante. No les ha quedado más remedio que usar un antifaz de cohabitación, pero la tapadera no puede esconder la envidia y la rabia de ver pasar desde el hombrillo una marcha triunfal que no los tiene en la vanguardia, ni en las ilusiones de quienes la integran. Un examen de la realidad, hecho cuando el almanaque rutinario debe cerrar su última página, no debe hacerse el tonto con estos sucesos lacerantes que pueden explicar muchos de los atolladeros que todavía se experimentan para el derrocamiento de la dictadura.
Pero no si reconocer, por fortuna y para alegría, que buena parte de esos líderes, ya sea por convencimiento o por no perder el tren, ya sea por virtud o por necesidad, o solo porque les funciona mejor la lupa que a unos excompañeros que el futuro reconocerá como anacrónicos, o como otra cosa peor, han sido viajantes asiduos del proyecto orientado hacia la victoria.
Artículo publicado en La Gran Aldea