OPINIÓN

Libros de la danza (I)

por Carlos Paolillo Carlos Paolillo

Duraciones visuales (1963), de Sonia Sanoja, revela las revolucionarias fotografías de Bárbara Brändli

Las artes escénicas, efímeras por naturaleza, atentan contra la memoria. Viven el momento a plenitud  y con rapidez desaparecen. Constituyen, se ha insistido siempre, un momento único e irrepetible. Y así es en efecto: no hay una representación idéntica a otra y solo el recuerdo del espectador es el lugar de registro verdadero.

La letra impresa, no obstante el desarrollo tecnológico audiovisual y la expandida virtualidad del tiempo actual, ha sido y continúa siendo el justo medio para la investigación historiográfica, la reflexión teórica y la expresión del pensamiento crítico sobre la praxis de una disciplina fugaz y trascendente, a un mismo tiempo, como la danza artística.

Venezuela, no obstante lo relativamente reciente de su historia de las artes del movimiento, ha contado con una actividad editorial sostenida. Sobre libros de danza publicados en el país trataremos a continuación. Juntos darán cuenta de la presencia de esta manifestación escénica diversa durante el siglo pasado y los 20 años transcurridos del actual.

Las páginas parten de los evocadores comentarios contenidos en Historia del Teatro en Caracas (1967, Concejo Municipal del Distrito Federal), de Carlos Salas, que se unen a los encontrados Teatro Municipal de Caracas 1881-1981, de Guillermo Feo Calcaño (1981, Fundarte), como importantes referencias de las manifestaciones iniciales de la danza escénica, nacional e internacional, en la capital.

Dentro de ese mismo espíritu evocativo, Carlos Augusto León publicó el libro de ensayos Vivencia de la danza (1975, UCV), donde se palpa la conmoción del poeta ante sus visiones de Anna Pavlova o Sonia Sanoja, la Ópera de Pekín o los bailadores del Tamunangue del Tocuyo.

De una de las primeras aventuras vividas por la danza moderna en Venezuela promovidas por Grishka Holguín, la Fundación de Danza Contemporánea, surgió una publicación de excepcional contenido y valor estético: Duraciones visuales (1963, Fundación Neumann), que lleva consigo las revolucionarias fotografías de Bárbara Brändli, junto a los concisos y profundos textos de Sonia Sanoja, el prólogo de Alfredo Silva Estrada y el diseño gráfico de John Lange.

La danza en Venezuela (1968, Oficina Central de Información) de Elías Pérez Borjas, supone el primer intento historiográfico integral de esta manifestación en el medio nacional. El autor ubica su origen a mediados de los años cuarenta con la creación de la cátedra de ballet del Liceo Andrés Bello, y a partir de allí expone sus iniciales desarrollos profesionales dentro de la danza tradicional popular teatralizada, danza académica y danza moderna durante las décadas de los cincuenta y sesenta.

El nombre de Sonia Sanoja remite a una creadora que vinculó la danza contemporánea con la literatura, en especial la poesía. En A través de la danza (1971, Monte Ávila Editores) este especial vínculo adquiere plenitud. El texto está presentado por Roberto Guevara y ofrece las fotografías de Heide Herbig y el diseño gráfico de John Lange. Una segunda edición fue publicada en 1981 –acompañada por el ensayo antropológico de Miguel Acosta Saignes Tiempo secreto de Sonia Sanoja– con prefacio de Juan Liscano, fotos de Miguel Gracia y diseño de Blanca Strepponi.

La danza en Venezuela (1968), de Elías Pérez Borjas

La danza nacionalista venezolana representa una expresión escénica singular, altamente popularizada y no exenta de controversias dentro de algunos sectores. De su génesis e impacto da cuenta su promotor fundamental Manuel Rodríguez Cárdenas en El Retablo de Maravillas y Danzas Venezuela (1981, Ediciones de la Presidencia de la República). Del texto emergen las acciones cumplidas por ese influyente movimiento sociocultural y su máxima exponente Yolanda Moreno.

Pocos proyectos culturales de tanta resonancia, aunque corta duración, como el Ballet Internacional de Caracas. Dos libros con miradas antagónicas si se quiere del mismo acontecimiento, abordan esta experienciaen más de un sentido aleccionadora. Zhandra Rodríguez y el Ballet Internacional de Caracas (1980, Centro Simón Bolívar), editado en español, inglés y francés, con textos de Teresa Alvarenga y fotografías de J.J. Castro. En estas páginas sus principales protagonistas –Rodríguez y Vicente Nebrada– son abordados en sus facetas personales y profesionales.

Igualmente, a través de El BIC, imagen de un ballet perdido (1981, Fundación Neumann), Rubén Monasterios analiza abiertamente la breve historia de esta exitosa compañía, así como las causas de su temprana y escandalosa disolución. Destacan las reveladoras fotografías de Ricardo Armas y el diseño de John Lange.

La voz del poeta nacional Rafael Cadenas se hace presente, impensadamente, en un libro que contiene su traducción del inglés de fragmentos, por él seleccionados, del Diario de Nijinsky (1982, Fundarte). Los textos de Cadenas parten del original escrito por el bailarín mito de la temprana centuria pasada, poseedor de un virtuosismo interpretativo sorprendente, al tiempo que una personalidad dual y enajenada.

El BIC: Imagen de un ballet perdido (1981), de Rubén Monasterios

Una acercamiento general al baile teatral profesional venezolano en sus manifestaciones de ballet clásico y moderno, danza contemporánea y danza nacionalista, permite también Monasterios en Cuerpos en el espacio (1986, Producciones Lithya Merlano). En sus páginas aparecen sus juicios críticos sobre la actividad de danza en Venezuela durante los años sesenta a ochenta, junto a consideraciones sobre sus principales personalidades y proyectos.

Dos publicaciones están dedicadas al trabajo artístico de igual número de agrupaciones: Taller de Danza de Caracas (1986, John Lange Ediciones), sobre la obra creativa de José Ledezma, prólogo de Isaac Chocrón, texto de quien suscribe, y fotografías de  Bárbara Brändli, José Sigala, Gonzalo Galavís, Nelson Garrido y Soledad López; y Por amor a la danza (1985) acerca del Ballet Contemporáneo de Cámara, fundado y dirigido por María Eugenia Barrios, estimulante compañía aportadora en la configuración de un movimiento alternativo dentro de nuestro contexto.

Aspectos escasamente divulgados, así como un acercamiento a la danza realizada en la provincia venezolana, contienen dos ediciones: Ballet venezolano, inicio y desliz (1982), de la pionera bailarina y maestra de danza clásica Belén Nuñez, quien comenta épocas, acontecimientos y situaciones que rodearon el nacimiento y los primeros momentos vividos por la danza académica en Venezuela. Se trata de un punto de vista muy personal de su autora, que tal vez revela aspectos de una historia de la danza no divulgada. Igualmente, Taormina Guevara y su Ballet Barquisimetano (1986), homenaje a la bailarina precursora y docente de dilatada trayectoria en el estado Lara.

La danza en Venezuela (1989, Armitano Editores), texto de Helena Sassone y fotografías de Roland Streuli, ofrece una mirada amplia e inclusiva sobre la danza escénica –clásica, contemporánea, nacionalista y jazz– del país ya hacia finales de una vibrante década.

Esta suerte de recorrido,continuará por las páginas sobre la danza venezolana escritas en la transición entre los siglos XX y XXI, tiempos para ella de cimas y declives.