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Líbrenos Dios de los genios estables

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“Las armas del coronel” es el blog del momento. Hay que tomarlo muy en cuenta. El exiliado venezolano Gustavo Coronel, geólogo formado en Estados Unidos, ha explicado brillantemente por qué adversa a Donald John Trump, pese a reconocerle ciertos méritos innegables y agradecerle cuanto hace por Venezuela. Suscribo todos sus argumentos. Me apodero de ellos. “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”, afirmó Antonio Machado.

En medio del juicio político establecido contra el presidente Trump, dos reporteros de The Washington Post  han publicado un libro singularmente demoledor contra el personaje. La obra se titula A very stable genius: Donald J. Trump’s testing of America. Lo de “un genio muy estable” es una forma de autodesignarse, proclamada por el propio presidente de los americanos, una persona que jamás será acusada de modesta.

Los autores son Philip Rucker, jefe del buró de The Washington Post en la capital gringa, y Carol Leonnig, una excelente reportera investigativa que ya tiene en su haber un Pulitzer por su trabajo sobre el gobierno de la nación. Los dos son graduados de magníficas universidades. Él estudió en Yale y ella en Bryn Mawr College.

El libro es el resultado de más de 200 entrevistas a partidarios, adversarios y lesionados por el “fuego (supuestamente) amigo” salido de la Casa Blanca. Algunos de los entrevistados son funcionarios en activo que no se atreven a dar la cara por temor a represalias. El material recopila muchos de los trabajos aparecidos en The Washington Post en los primeros tres años de la presidencia de Trump, aunque incorpora cierto material que no pudo incluirse en el diario por razones de espacio.

El retrato que sale de Donald Trump no es nada recomendable. Comparece un personaje caprichoso, grosero, maltratador, que se impone mediante el miedo físico a sus subordinados, pero lo más grave no es su estilo de gerencia –muchos jefes son así–, sino la sorprendente ignorancia sobre la historia contemporánea de su propio país, y no digamos del resto del planeta.

De esa ignorancia surge su desdén por la OTAN, por la globalización y por el papel de Estados Unidos como cabeza de Occidente. No entiende que Roosevelt y Truman asumieron esas responsabilidades para salvar a su nación del horror y el costo de las carnicerías mundiales. Ya habían conocido dos y habían quedado puestos y convidados.

Trump no entiende que a los socios no se les trata de la manera que ha tratado a Macron y a los franceses, a Merkel y a los alemanes o a México y a los países centroamericanos. No entiende que, cuando coloca a su país junto al brexit, en contra de la mitad de los británicos y a las tres cuartas partes de los europeos, daña aún más la percepción que tienen los europeos de su alianza con Estados Unidos.

No entiende que a Estados Unidos le conviene la existencia de una Europa fuerte y próspera con la cual realizar transacciones mutuamente satisfactorias, como le conviene la existencia del euro. No entiende, en fin, que no se pueden juzgar las relaciones internacionales por dólares y centavos, como cuando era un developer en Manhattan y competía por la adquisición de bienes raíces.

Para mí es difícil escribir este artículo. No todo es desdeñable en el gobierno de Trump. Le temo como a un nublado a la candidatura de Sanders. Sé que la Bolsa y el nivel de empleo van viento en popa. Me parece bien respaldar a Israel hasta sus últimas consecuencias, dado que es la única democracia de la zona y la gran referencia ética del mundo occidental, como me parece inteligente sospechar de las intenciones de los ayatolás de Irán. Me agrada que le ponga el hombro a la maltrecha democracia colombiana. Me resulta acertado continuar con las sanciones a los personeros de las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua, aunque me gustaría ver más acciones en los tres casos, especialmente en el de Venezuela, que es el que está más cerca del final. Pero la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

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