En momentos en los que en el centro de los grandes debates globales se encuentra el intrincado asunto del papel de las redes sociales en la salvaguarda de las libertades de expresión e información —y el de la consideración o no de tales redes como medios de comunicación—, los miembros del régimen, con su acostumbrado y malsano entusiasmo por la procura del mal de la sociedad venezolana, y quizá aprovechando el clima de confusión que aquella controversia está generando, han acelerado y profundizado la enésima purga comunicacional que recientemente emprendieron y que ya se cobró como primera víctima a VPItv y amenaza con arrojar al foso de la imposibilidad informativa a medios de larga tradición, como el diario Panorama, y a otros más jóvenes —aunque no por ello de menor importancia para el país—.
Tal vez lo reiterado de esa práctica persecutoria la ha convertido en un algo que cada vez menos interés despierta en una ciudadanía cuya cotidianidad, o caída libre en un infinito abismo, se mide tanto en agresiones como en dificultades que deben tratar de sortearse para sumar un nuevo día a la más dura de las supervivencias, pero ello no la hace menos perjudicial para la nación, ya que el peor escenario que para esta se podría materializar es uno en el que no se tenga ninguna posibilidad de conocer de manera oportuna, e incluso con anticipación, los movimientos de aquel que se ha erigido en su implacable enemigo; un escenario en el que, por ese motivo, no habría margen para una preparación que minimice el efecto de sus arremetidas y hasta para la realización de los pertinentes ajustes en las estrategias y acciones de lucha dentro de las ventanas de oportunidad que con el transcurso de los años se han ido haciendo más y más estrechas.
Claro que no es tan sencillo, como de seguro sí se cree en el seno de la nomenklatura criolla, conducir a cualquier sociedad a una situación de total ausencia de información, o aun a una de parcial acceso a ella, en esta era en la que el ciudadano se ha transformado en el verdadero protagonista de su generación, hallazgo, registro y difusión gracias, entre otras cosas, a incontables recursos tecnológicos, como por ejemplo los teléfonos inteligentes, y, principalmente, a las redes sociales en línea que, en conjunto, conforman una gran ágora global que no solo coloca la información al alcance de los que participan de modo directo en tal espacio virtual, sino también al alcance de quienes, sin hacerlo, forman parte de esa compleja red de comunicación planetaria por el simple hecho de relacionarse en su día a día con uno o varios de aquellos.
No son estos los tiempos que tan propicios fueron para el «aislamiento» de sociedades y para la creación de fantasías propagandísticas sobre la vida en ellas, como esos en los que pudieron establecerse crueles tiranías como la nazi, o las socialistas/comunistas de la Unión Soviética, China, Cuba y muchos otros países, y además venderlas al resto mundo, por largo tiempo, como las piedras angulares de paraísos terrestres. No lo son y, de hecho, aparte del mencionado papel protagónico del ciudadano, los actuales criterios por los que las libertades de expresión e información se consideran de primera necesidad, los mismos por los que cualquier infructuoso intento de creación de una artificial isla dentro de esa red mundial de comunicación es visto hoy como la más clara prueba de emergencia o existencia de un sistema totalitario —indistintamente de las camufladas formas con las que los arquitectos de tales maquinarias de opresión y muerte pretendan hacerlas pasar por vitales democracias—, han llevado al surgimiento de innumerables iniciativas cuyo propósito es contribuir al pleno ejercicio de esos derechos fundamentales.
Desde redes públicas de largo alcance, para hacer posible la conexión a Internet en lugares en los que se priva a sus habitantes de tan esencial servicio, hasta herramientas como las redes privadas virtuales, o VPN por sus siglas en inglés, para salvar el obstáculo de la censura, son muchos —y serán cada vez más— los recursos para facilitar tal ejercicio de los derechos en cuestión y, por tanto, para dificultar el establecimiento de esas islas.
Por supuesto, entre las inmediatas consecuencias del acoso a los medios de comunicación, como aquel del que en este instante es víctima el grueso del gremio periodístico venezolano —y la población de Venezuela en general, por cuanto son sus libertades las que se intentan constreñir aún más—, se cuenta la pérdida del medio «natural» de sustento —su medio— que experimentan trabajadores de ese ámbito, como bien lo acaba de recordar el Colegio Nacional de Periodistas del país, pero en esta era de la información, por lo ya planteado, donde se cierra con perversidad y abuso un espacio creado para su intercambio, surgen de inmediato varios más… y esa es una tendencia irreversible.
@MiguelCardozoM