A la fecha de hoy, día de Navidad, hay 1.877 venezolanos encarcelados por razones políticas, de acuerdo con el registro del Foro Penal, una organización de la sociedad civil que suple la ausencia de información oficial, como es común en un montón de áreas de interés público. El país se sostiene por los pelos con el invalorable aporte de ciudadanos, conocidos o anónimos, que se entregan a la causa de la solidaridad y la justicia.
Son varias las organizaciones civiles que claman en esta hora por la libertad de los presos políticos. Debería ser esta una categoría extinguida, que solo se mencionara como recuerdo de un tiempo que fue superado por la calidad humana de su dirigencia política y el avance de las instituciones públicas. La sola mención, su triste y dolorosa existencia, es una vergüenza como nación, un despropósito, una vulneración flagrante de las letras iniciales de la Constitución Nacional, que en su preámbulo promete “la garantía universal e indivisible de los derechos humanos”. ¿Dónde están los que firmaron tal cosa para verles, si fuera posible, la cara enrojecida de tanta pena?
La organización Justicia, Encuentro y Perdón, tres conceptos clave, en un sencillo y sensible texto recoge el anhelo de los miles de familiares de esos casi 2.000 presos en días como hoy y en la proximidad del Año Nuevo, que siempre es promesa de días mejores. Dicen:
“El país sufre dolores como consecuencia de las violaciones de los derechos humanos. Ante esto, nos solidarizamos con las familias de los detenidos por razones políticas, quienes sufren la angustia y la incertidumbre de la separación de sus seres queridos. Sepan que no están solos, que estamos aquí para apoyarles en estos momentos difíciles y que lucharemos incansablemente para que recuperen su libertad y obtengan reparación. A las familias que han perdido a un ser amado, les enviamos nuestro cariño en estos momentos de profundo dolor. Que encuentren consuelo en el amor y el apoyo de quienes les rodean, y que la memoria de sus seres queridos perdure en sus corazones como un legado de amor y valentía. Ante el sufrimiento y la pérdida, nos comprometemos a buscar junto a ustedes justicia y a transitar el camino del perdón para que nunca más el odio y la violencia acaben con vidas y esperanzas”.
“Un legado de amor y valentía”, ciertamente. Nada que ver con esas infundadas y malévolas acusaciones de terrorismo y traición a la patria que esgrimen los voceros oficiales ante la carencia absoluta de argumentos y de principios para aceptar, con valentía, el peso del compromiso con el país y su gente. El de la palabra empeñada, el de la palabra escrita en aquel preámbulo que, si la leyeran sus autores, debería estremecerlos y avergonzarlos.
La entrega de tantos venezolanos a la lucha por la libertad y la democracia, un río de gente de todos los credos y pareceres, deberá desembocar más temprano que tarde en esa nación sin rejas ni carceleros, sin torturas ni torturadores. Es tiempo este de creer en que ese sueño lo haremos posible. Es la oportunidad para una obra humana de dimensiones históricas que podemos sintetizar en, precisamente, justicia, reencuentro y perdón. Para que la Navidad sea de aquí en adelante más feliz y más venturosa.
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