¿Por dónde comenzar? Sin dudas, por el título. Cuando me enteré del secuestro de mi amigo Roberto Abdul por parte de los esbirros del Sebin, me invadió ese inexplicable sentimiento de angustia, arrechera e impotencia al cual ya estamos acostumbrados los venezolanos. El mismo que has sentido tú tantas veces y que sentí yo cuando se llevaron a mis hermanos: uno, saliendo de su casa, y el otro, en su casa. Pero no importa en cuantas oportunidades se haya repetido ese zarpazo contra todos nuestros hermanos venezolanos, ese que en pocos segundos te arranca de tu cotidianidad hasta el infierno. Ese que llevarás contigo hasta que todos seamos libres y es para el cual no han inventado vacuna. El dolor es el mismo, la sensación de ardor en la boca del estómago, la presión en los pulmones donde se esconden los deseos de gritar ¡Justicia! Pero sabes que a nadie le interesa escucharte hasta que nosotros mismos conquistemos nuestra libertad.
Cuando de la misma manera arbitraria e injusta se llevaron a mis hermanos, como a tantos presos de conciencia esperando hoy liberación, pensé: ¿Cómo explicar lo que sientes cuando el verdugo encaja su puñal en tu dignidad y sabes que él sabe que en el corazón es donde menos te duele? ¿Cómo luchar por tu país por años sometido por una dictadura a sobrevivir cada día con las pesadas alforjas de la tragedias propias y comunes, ambas cada vez más apremiantes?
La única respuesta que he aprendido con los años es aquella que alimenta la fortaleza de tu propio espíritu y la de la energía con la cual nos baña a menudo la admirable resiliencia democrática de los venezolanos. Cuando me tocó organizar la Primaria en Massachusetts, me sorprendió gratamente lo que me dijo el profesor de Harvard Steve Levitstky cuando lo invité a ser observador internacional: “Ana Julia, estoy absolutamente impresionado con la naturaleza democrática que tienen los venezolanos, cuenta conmigo para ser observador, es un orgullo para mí”. Tengamos la convicción de que con nuestra lucha constante y sin descanso, no importa cuán efímera parezca en ciertos momentos, seremos libres nuevamente y muy pronto.
Roberto y yo coincidimos en Súmate en 2004, liderado en ese entonces por dos personas a quienes admiro, María Corina Machado y Alejandro Plaz. Durante varios años desde esos días del referéndum revocatorio contra Hugo Chávez, compartimos esta guerra con algunos éxitos y decepciones, pero siempre con una meta: lograr unas elecciones libres para que los venezolanos podamos elegir un presidente que represente la voluntad de la mayoría. Súmate no ha cejado ni un momento en ese esfuerzo. Por eso lo pusieron preso, con el objetivo de enviar un mensaje amedrentador a todos quienes luchamos por la misma causa. ¡No los dejemos amedrentarnos!
Todos esos años Roberto ha manejado su vida entre dos nobles pasiones: Venezuela y su familia. En el camino, se convirtió en un sabio. Hoy en el Sebin, estoy segura de que Roberto debe estar conversando con guardias y presos llevándoles la luz de la esperanza. Por más que nos duela su encarcelación, él ya ha asumido esa misión y la está cumpliendo con gusto porque nadie encarcela su espíritu libre.
A diferencia del momento en el cual mis hermanos fueron secuestrados, hoy tenemos una esperanza como un visillo de luz en el horizonte cercano. El grito por nuestra anhelada Justicia anidado en nuestros pulmones, ahora encuentra desahogo. Nuestra candidata María a Corina Machado llegará a ser nuestra presidente y Comandante en Jefe de nuestras Fuerzas Armadas en el año que comienza pronto.
2024 es el año de la libertad, estamos en el camino para lograr unas elecciones libres con el respaldo de la comunidad internacional. El pueblo venezolano no cejará en su lucha para lograrla y así será.
Libertad para todos los presos políticos y libertad para Venezuela. Roberto, amigo, nos vemos pronto en libertad junto a todos nuestros hermanos venezolanos.