OPINIÓN

Libertad en confinamiento

por Lidis Méndez Lidis Méndez

¿Cómo vive y entiende la pandemia la población migrante venezolana confinada en los Estados fronterizos luego de sobrevivir a dos décadas de crisis estructural? El desplazamiento forzoso de más de 5 millones de personas hacia distintas partes del mundo, en especial hacia América Latina, revierte su flujo hacia el territorio nacional, proporcionándole al régimen una cucharada de su propia medicina.

Quienes por diversas razones decidimos salir del país en distintos momentos, regresamos casi por una misma causa y en un corto período de tiempo, aprendiendo una doble lección, muy distinta a la que pretenden creer las autoridades, que se ven obligadas a recibir diariamente a centenares de connacionales y repatriados, como nos llaman al llegar, situación injusta de por sí, ya que la gran mayoría retorna voluntariamente, costea su pasaje y sustento.

Estoy convencida de que la gran mayoría de retornados ha pagado un precio bastante alto para poder llegar al territorio nacional, y más alto aun para mantenerse sano y salvo dentro de los campos de concentración pandémica. Hombres, mujeres, niños y personas de la tercera edad, además de disponer de sus ahorros, les tocó privarse de la seguridad, confort y cobijo que proporcionan los lazos familiares, para tener acceso a alimentación adecuada, vestido, educación y vivienda con algún grado de dignidad.

Los migrantes han subsistido en condiciones similares a las que se viven en tiempo de guerra (sin ningún vestigio de esta), debido al papel invertido del Estado, que en lugar de cuidar, defender y velar por sus ciudadanos, se convierte en verdugo de los mismos ante la mirada atónita de la comunidad internacional.

Todos ejercemos el voto delegando el ejercicio del poder, hacia nuestros representantes una vez que son elegidos, convencidos de que actuarán hacia nosotros respetando el principio de la autonomía y la libertad. Sin embargo, debido a la pérdida de la capacidad de intermediación de nuestros representantes, el poder se torna violento, coercitivo, y abusivo en cuanto a la prolongación injustificada del confinamiento.

Sin embargo, y pese a todas las calamidades, el sentimiento de libertad de los venezolanos sigue latente, no desmaya ni en las condiciones infrahumanas de los campos de concentración pandémicos de la frontera, donde se aprenden dos cosas: a confiar más entre nosotros mismos como civiles y a ser más aguerridos que la autoridad. Ana Frank lo expresó mejor en su tiempo cuando escribió: “Quien no pierde el valor ni la confianza, jamás perecerá por la miseria”, aun en condiciones con escasa posibilidad para actuar.

En los refugios del estado Apure, las personas allí confinadas se cohesionan a través de la confianza mutua, el reconocimiento reciproco y la valentía de repeler en colectivo las sanciones negativas e injustas. De frente a los organismos de seguridad, ejercen el poder libre para organizarse y resguardarse. En pocas palabras, en los campos de concentración pandémicos se viven a diario lecciones de autonomía, autogobierno, empatía, rebeldía como ejercicio de libertad en confinamiento.

Así es Venezuela, una sociedad que se empodera desde adentro, a pesar de la precariedad del sistema, habitada por gente que entiende la necesidad de recuperar el poder innato de la ciudadanía, la capacidad para autogobernarse y preservarse frente al poder desmedido del Estado.

En los campos de concentración pandémicos no existe el miedo, tampoco la distinción entre socialista u opositor, entre funcionario y ciudadano; porque en medio de esa pesadilla todos intentamos mirar hacia el horizonte para encontrar algún sentido; allí se aprende a manejar con eficacia la comprensión necesaria de la realidad, para tomar acciones que nos permitan salir hacia adelante. En los campos de concentración pandémica, la lección que mejor se aprende de la libertad en confinamiento es que todos somos golpeados con el garrote de las cúpulas de poder. En una noche de cacerolazos en Elorza comprendí que la falta de voluntad del régimen para gobernar lo conduce a un vacío sin sentido. Los niños y jóvenes que permanecen en esos refugios 30, 60 y hasta 90 días, refinan su espíritu de libertad en confinamiento.

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@lidismendezm