La libertad es una palabra muy bella, todos de una forma u otra, quizá intuitivamente, deseamos ser libres. Pero cuando intentamos reflexionar sobre qué es ser libre nos encontramos con una dificultad para definir libertad. ¿Se trata de no obedecer? Pero si no obedecemos, por ejemplo, las indicaciones de un médico, ¿no nos ponemos en riesgo? O si manejamos un auto sin atender las normas de tránsito, porque decidimos ser libres, ¿acaso no es imprudente con la vida del resto de los transeúntes y la propia? Si decidimos no poner freno a los deseos personales, cualquiera que estos sean, ¿no podríamos amenazar la libertad de los otros? ¿Acaso somos libres para esclavizar a los otros?. Todas esas preguntas nos conducen a comprender que la libertad tiene límites y que esas fronteras son, incluso, positivas.
Para comprender la libertad se hace imprescindible la referencia con la otredad, si se quiere, la libertad es una experiencia compartida. Se suele decir en ese sentido que “mi libertad termina cuando comienza la libertad del otro” y es una frase adecuada pero sigue sin ser totalmente satisfactoria como definición de ser libre. De hecho, esa expresión nos puede dejar la impresión de que mi libertad es amenazada antes que compartida con los otros. Por ejemplo, si en mi casa pongo las cornetas a todo volumen a las 3:20 am, porque en mi casa mando yo, ¿Soy auténticamente libre al torturar a mi vecino con mi vallenato malandro?
La libertad, para ser auténtica, debe experimentarse con los otros y para los otros. Ser libre es difícil de apreciar en uno mismo, se nos puede confundir con autoengaño, con evasión o libertinaje, para sabernos libres de forma real se requiere ver en los otros el gozo de la libertad que nosotros también deseamos disfrutar. No solo ver esa libertad en los otros, también celebrarla y promoverla. Los otros deben ser libres sin subyugar a los demás, por tanto, estar sujetos a normas socialmente aceptadas, los otros deben ser libres para elegir una vida plena y feliz sin daño a los demás y sin que los demás les señalen o critiquen, los otros deben ser libres de la esclavitud de la pobreza, del sufrimiento provocado por el hambre o por la incertidumbre de la violencia, eso supone la existencia de una autoridad legítima sobre la sociedad que asegure el respeto por las normas.
Esa libertad que buscamos y anhelamos no la podemos ver en nosotros, nos es esquiva, está en el punto ciego del retrovisor, solo podemos verla en los otros. Si los otros son libres, nosotros también lo somos. Si los otros padecen hambre, cárcel, exilio, miedo o violencia, aunque nosotros personalmente no la padezcamos ¿Podemos decir que somos auténticamente libres? Claro que no. De hecho, una situación semejante solo nos puede revelar que aún no nos ha llegado el turno de entrar en el infierno pero tenemos la invitación en la mano. La actitud más segura es asumir como guía de vida las palabras de Simone de Beauvoir “ser libre es querer la libertad de los demás”.
@rockypolitica