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Libelo de defensa

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Aporte decisivo, contundente y prolongado a nuestra cultura política, el aula escolar echó las bases de un maniqueísmo devenido poder pastoral tiempo más tarde. Perfeccionado por el aula militar, no hubo otra perspectiva para explicar la historia previendo la futura también como el saldo de una notabilísima traición.

Suele ocurrir, degenerando, el debate histórico e historiográfico se hizo enteramente político y actual para que Chávez Frías satanizara a la oposición, desbolivarianizándola. E, inédita arma, el anacronismo le sirvió para forzar el ingreso de sus adversarios a las fuerzas más obscuras del paecismo redivivo.

Todo parece indicar que el eximio sucesor, no incurre ni incurrirá en semejante temeridad, quizá porque no pasó por una y otra aula venezolana, contentándose con los cursillos cubanos; quizá porque jamás escuchó ni quedó prendado a los tempranos sermones de Pérez Arcay, como ocurrió con el antecesor que detestaba los largos y aburridos impresos, solo confiado a la tradición oral que le fuera más grata. Y, como un momento por siempre inconcluso, ha quedado intacta cada invectiva que la imaginación irresponsable agigantó y transmitió como un dogma.

Por ello, cumplimos un modesto  periplo que comenzó con Elena Plaza y, ahora, prosigue con Tulio Álvarez y su extraordinario libelo de defensa: Venezuela, anno domini 1830: el nacimiento de una nación (Caracas, 2020).  Acucioso, suficientemente documentado, consciente del tiempo histórico que le tocó vivir, reivindica a José Antonio Páez, pulverizando simultáneamente el mito fundacional, grotesco y pernicioso que dijo legitimar al único régimen que hemos soportado en toda la presente centuria, como respuesta perpetua a una vileza.

La obra es la de un avezado litigante que desvirtúa todos y cada uno de los cargos fiscales que redujo nuestra común escolaridad al triunfo electoral del maniqueísmo en 1998 y los tortuosos plebiscitos que probaron su eficacia, antecedidos por los estudios de opinión que nunca faltaron en torno a los valores que profundamente cultivamos; empero, está también el analista político que se interna cómodamente en la polémica de nuestros inicios republicanos, por ejemplo, tratando de las relaciones civiles y militares de entonces. Valga acotar, por algo el autor es probablemente el intelectual por excelencia de aquella promoción que surgió de las limpias aulas ucabistas en los lejanos ochenta, aunque ya de una macerada prudencia política.

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