OPINIÓN

Leyendo a Maurice Blanchot: El diálogo inconcluso

por Rafael Rattia Rafael Rattia

Maurice Blanchot

En título original en la lengua de Racine y de Montaigne es L’Entretien infini y vio la luz editorial por vez primera gracias a los auspicios editoriales de Ediciones Gallimard en 1969, justo un año  después de las inéditas revueltas insurreccionales originadas en la Université de Nantérre y propagó los incendios magnánimos del espíritu ácrata y libertario de la juventud parisina en mayo de 1968 dando carta de nacimiento a lo que la historia universal conoce con el mítico nombre del mayo francés. Cinco años más tarde los lectores en lengua española pudieron acceder a la lectura en el idioma de Cervantes de El diálogo inconcluso editado por la -para entonces- prestigiosa editorial venezolana Monte Ávila editores. La traducción a la lengua hispana pertenece a Pierre de Place.

La vertiginosa aventura intelectual que nos propone Blanchot se inicia con sendos paratextos de Stephan Mallarmé y Friedrich Nietzsche referidos  al insensato juego de escribir y lo que pudiera inteligirse como una filosofía poética de una dialógica no dialéctica.

Luego de una veintena de páginas que hacen las veces de prolegómenos imprescindibles para comprensión hermenéutica del texto se abre a la ávida expectativa del lector el primer capítulo con el enigmático rótulo de EL HABLA PLURAL (habla de escritura) en el cual se teoriza en torno al pensamiento y la natural exigencia de discontinuidad. La premisa lógica con la cual Blanchot da comienzo a su inconmensurable volumen de 662 páginas de portentosa escritura creativa y de densa y hermética y no pocas veces oscura crítica literaria es que “la poesía tiene una forma; la novela tiene una forma. La búsqueda, aquélla en que está en juego el movimiento de toda búsqueda, parece ignorar que no tiene forma, o lo que todavía es peor, se niega a interrogarse sobre la forma que extrae de la tradición. Aquí “pensar” equivale a hablar sin saber en qué lengua se está hablando”. (pág 27, El diálogo inconcluso, Monte Ávila editores latinoamericana,segunda edición, Caracas-Venezuela, 1996).

¿Cuál es el nombre que recibe esa enigmática forma que Blanchot denomina “búsqueda”, y también nombra como el “pensar” o “hablar”?

Acaso no es el ensayo, esa búsqueda infinita e incesante que forja su forma fagocitando de otras formas tal como apunta Blanchot al comienzo de su vasta e inmensurable reflexión. Desde sus lejanos orígenes el ensayo es intuitiva búsqueda, tanteo estético, palpo en medio de la oscura selva de las formas inasibles de la creación verbal. Acota Blanchot que a lo largo de la deriva de los tiempos existieron grandes excepciones que merecerían una especial recordación y por supuesto digno y largo estudio y cita, por ejemplo, viejos textos chinos y algunos textos del pensamiento hindú, o el primer lenguaje griego incluso el de los diálogos.  La forma de la interrogación es para Blanchot esencial; la naturaleza de la pregunta por la realidad conlleva de suyo un camino hacia una meta que el ensayista intuye pero desconoce hacia donde lleva dicho camino; de allí el profundo carácter incierto de esa aventura del espíritu que Michel de Montaigne denominó tan –paradójicamente- certeramente essais.

Dice Blanchot que “los ensayos de Montaigne escapan a la exigencia del pensamiento que pretende situarse dentro de la universidad”. Obviamente, Montaigne postula una tipología de rigor del pensamiento que se resiste a ser asfixiado por los cartabones institucionales de la academia universitaria. El ensayo en Montaigne es claustrofóbico por decirlo de alguna manera. Toda la obra de Montaigne es una insistente reivindicación de la libertad de la forma, dicho con palabras del propio Blanchot.

Maurice Blanchot subraya enfatizando con particular interés que la búsqueda de la forma incierta, para que sea genuina y auténtica debe orientarse hacia la pretensión de fusión de existencia y pensamiento dentro de esa “experiencia fundamental” que es la vida. Esa “experiencia fundamental” que subraya Blanchot comporta un método, es decir, una disposición de avanzar hacia una meta del sujeto que se interroga e interroga la realidad en su problemática interacción interrogativa del sujeto cognoscente y el objeto cognoscible.