Perdonen los lectores, que un arraigado enemigo de los juegos de azar, como yo, inicie este comentario con un título en francés, tomado del lenguaje habitual de los croupier, para cerrar la posibilidad de la apuesta sobrevenida, el equivalente de la suerte está echada, nadie más apuesta (les jeux son faites, rien ne va plus). Pero ese mandato, taxativo y claro encaja perfectamente con la situación venezolana de hoy y vino a mi atención de manera automática.
El “juego” ha sido muy largo, muy costoso y muy doloroso. Largo viacrucis en el cual se han ido esculpiendo, tamizando y tallando piedras de la mas variada procedencia, y es que la situación que vio emerger a Chávez, era –sin lugar a dudas- atípica, un país de importancia relativa no desdeñable, con una ubicación estratégica importante, con enormes y aún no cuantificadas reservas naturales, había quedado por una cantidad de razones que no viene al caso enunciar aquí, huérfano de líderes con vigencia y vocación de poder.
Los partidos políticos, victimas de un mal llamado pragmatismo que se traducía en piruetas de vuelo corto y torpe -gallináceo diría Betancourt- habían terminado distanciados de sus bases populares y encarcelados y secuestrados por miopes operarios del “aparato”, divorciados de cualquier aliento o preocupación ideológica o social. Gente así no era la indicada para enfrentar el aluvión de ira y revanchismo que emergía de la tierra misma como un fuego indignado y que -en alguna medida- se había producido por la gestión de ese mismo liderazgo o sus causahabientes inmediatos.
Los candidatos al relevo, más que justificado y necesario, lucían prometedores, entre ellos María Corina Machado. Veinticinco años de molienda y decantación han sido necesarios para perfilar el producto final de una experiencia nueva y abierta. María Corina arrancó con muy buen pie, siendo la candidata a diputado más votada en la primera elección realizada y así siempre en primera fila de la acción y el pensamiento del relevo, no solo de nombres y equipos sino de modelo de país.
Ha hecho bien, más allá del hecho simplista de que en Venezuela hay que admitir que: todo tiempo pasado fue mejor, ni José Tomás Funes, aquel sombrío tirano de Río Negro, de haber llegado a Miraflores, lo habría hecho peor que este malón de indeseables y esperpentos, en no permitir que su movimiento aparezca como un subproducto de los viejos partidos que le traerían un halo de sospecha o potencial contaminación para nada deseable ni justo.
María Corina ha devenido en un fenómeno telúrico que ha asumido por mandato de los venezolanos el rol de adalid, de campeona de una causa que no busca colores ni oriflamas, sino que ha convertido, ofrendado a su limpio perfil los rasgos de la resurrección de la Venezuela digna y triunfante de ayer, de las mejores horas del ayer, para garantizarnos el resplandor de un mañana prístino, limpio, que nos devuelva al respeto de la comunidad internacional, que hoy nos ve como la hez de la tierra, la cuna del lumpen más abyecto, criminal y amenazante…
Nos interesa enormemente que alcance el poder, los más de 3 millones de votos de las primarias, que el régimen intentó negar apenas realizada la elección interna, fueron ratificados con fervor, masivamente, durante su peregrinación con la Divina Pastora el 14 de enero en el estado Lara, una verdadera unción de manos del pueblo esperanzado, de la feligresía, de los venezolanos de a pie, de a caballo y bicicleta: la suerte está echada, María Corina presidente y todos nosotros a apoyarla con fe, consejo y participación. Electoralmente, es una pelea ganada, pero el adversario es un tahúr y un malviviente. Es además el momento para que instituciones e individualidades, que han visto desmejoradas sus preseas y opacado su prestigio, vuelvan al cauce institucional y recuperen su papel insustituible en el seno de la democracia que necesita ser rescatada.
En Venezuela se anuncia un renacimiento, cuidémoslo con desvelo, la suerte está echada…
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