“Irán vs Estados Unidos ¿se acabó el conflicto?”, “Brasil se retiró de la Celac por su apoyo a Venezuela”, “Maduro da 1 millón a diputados para traicionar a Guaidó”, “Colectivos armados atacan comisión de diputados”, “Escándalo en la UCV por renuncia del vicerrector administrativo”, son algunos de los titulares que leímos en la prensa la semana pasada. Los medios son un fiel reflejo de los enfrentamientos que tienen lugar entre los distintos actores que se mueven en la escena nacional e internacional. Solo algunos titulares marginales hacen referencia a las experiencias de convivencia. No es solo cuestión de que es lo que más se vende o lo que más le guste a la audiencia, porque la audiencia se educa. Es cuestión de los lentes que usamos para mirar la realidad.
En el ámbito de las teorías de las relaciones internacionales, por ejemplo, encontramos un interesante desarrollo teórico sobre el tema de la cooperación, que además se enriquece con una importante literatura que surge en otras disciplinas de las ciencias sociales. Sin embargo, las visiones pesimistas se imponen y pareciera que lo único importante a reseñar son las guerras.
En efecto, buena parte de la reflexión promovida por el mainstream, el denominado “realismo político”, se centra en la anarquía que caracteriza al sistema internacional, apenas manejable, en su opinión, mediante “equilibrios hegemónicos”, los cuales implican denodadas luchas por el poder con base en una “racionalidad maximizadora”, que promueve juegos suma-cero. Esto coloca al conflicto en el centro de todos los análisis. La cooperación, para esta corriente, es coyuntural, es consecuencia del conflicto y es interpretada desde la óptica de los conflictos en el marco de alianzas ofensivas o defensivas.
Por supuesto, como señala Arellano (2000), esta mirada, anclada en una visión antropológica negativa de la naturaleza humana, que más que realista (u “objetiva”) resulta pesimista, ha contribuido a consolidar la violencia estructural al educar sobre el conflicto y para el conflicto, minimizando el estudio de las posibilidades para la construcción de espacios de convivencia.
El avance que se da en el marco del “neorrealismo”, corriente que viene pisando fuerte desde los ochenta hasta nuestros días con la “racionalidad limitada” que promueve juegos de “suma variable” y “ganancias relativas”, es sin embargo insuficiente porque, en lo que a la cooperación respecta, sigue siendo bastante escéptica al señalar que es difícil de alcanzar, más difícil aún de mantener y dependiente del poder del Estado.
Por su parte, los institucionalistas y neoliberales, al considerar la interdependencia, dan un paso en favor de la valoración positiva de la cooperación, al promover un tipo de ganancias “absolutas” o para el bienestar de todos, en el marco de “regímenes internacionales” que determinan reglas y conductas. Esta cooperación con sentido comunitario es posible «cuando las expectativas de obtener máximas ganancias individuales se transforman en una expectativa de lograr un máximo provecho colectivo aunado con una razonable y equitativa utilidad individual». Según Julia Barragán (1993), a quien pertenece la afirmación anterior, los regímenes internacionales se corresponden con la idea de la cooperación como un lenguaje que progresivamente se consolida en el tiempo mediante continuas jugadas cooperativas.
En su muy interesante trabajo La aldea es una fiesta reflexiona sobre el costo social que generan las autoexcepciones de las leyes pero, sobre todo, destaca la importancia de la ética en la disposición de un colectivo a utilizar estrategias conjuntas en la solución de sus problemas comunes. Esto será más o menos fácil dependiendo de las “construcciones del otro”, las cuales se puede hacer desde la alteridad o desde la oposición, trayendo como resultado relaciones de conflicto o de cooperación, según sea el caso.
Los enfoques reflectivistas, hijos de la posmodernidad, intentan justamente comprender la construcción del otro en las relaciones internacionales, tanto desde la teoría como desde la práctica, analizando el uso de categorías dicotómicas como Oriente/Occidente, Este/Oeste, Norte/ Sur, civilizado/incivilizado, desarrollado/subdesarrollado, entre otras, otorgándole un lugar en el análisis a las identidades y las percepciones del mundo y resaltando cómo es desde la alteridad que puede lograrse el reconocimiento y el respeto de la diferencia.
Volviendo a la prensa, tendríamos que poner la lupa sobre titulares como estos: «Estados Unidos y China negocian darse una tregua comercial», «Celac: La oportunidad de México para reconstruir la integración latinoamericana», «El Hatillo se ofrece como el posible Plan B en la batalla territorial por el Poder Legislativo» y «Ucevistas por la unidad de las fuerzas democráticas se dirigen al Consejo Universitario«.
@mariagab2016