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¿Duerme usted, Señor Presidente? es un poemario del célebre autor Caupolicán Ovalles, en donde criticaba duramente la corrupción del gobierno de algún primer mandatario legítimo del pasado, razón por la cual  tuvo que abandonar el país tras su publicación.

Hoy quien esto escribe se atreve a presentar algunas sugerencias, luego de cierta maduración y examen de conciencia, a quienes ocupan o detentan el poder hoy en el país.

Señores, les sugiero cuiden su lenguaje, superiores y subalternos, civiles y militares, gabinete en pleno,  sobre todo cuando del tema de seguridad y violencia se trata. Por la salud del país, háganlo.

Como si no fuera suficiente el crispado y grave clima de inseguridad que vive el país, las increíbles estadísticas oficiales y no oficiales, nos encontramos penosamente con las no menos asombrosas declaraciones de funcionarios encargados de garantizar la vida de los ciudadanos, el público derecho que nos permite ejercer todos los otros.

Indigna saber que alguien asomó la peregrina idea de contrarrestar las legítimas protestas de los docentes, echando sobre la tragedia que padecen estos venezolanos un manto de duda, de indignidad y de suyo, de irrespeto por sus justas reivindicaciones.

Señores, lo  dije antes, el derecho a la vida es el único que nos permite hacer uso de los otros derechos. No todo el mundo tiene posibilidades de pagarse escoltas ni de blindar su carro, ni electrificar su casa. Tampoco de visitar orondos bodegones, hoteles en el Ávila ni islotes devenidos paraísos turísticos. Es decir, a diferencia de los funcionarios que sí gozan de aquellos privilegios y canonjías, la mayoría de los venezolanos estamos en desventaja ante el hampa armada y desalmada, y los desafueros de un gobierno incompetente, incapaz de corregir tantos errores o subsanar innúmeros desaciertos.

Pongan a un lado el verbo incendiario y si es posible, hágannos creer que no hay ideas explosivas ni planes diabólicos cuando desde su mando oímos hasta la saciedad la palabra “guerra”. Esto pudiera entenderse, con cierto esfuerzo, como si quisiera evitarse conflictos en el país; pero sabemos que no, porque hace rato que el gobierno no se ocupa de la seguridad de las personas y de sus bienes con la suficiente contundencia y voluntad política. Los ejemplos abundan.

Conversen entre ustedes, atiendan e intenten resolver la gravísima crisis que padecemos. Procuren poner orden en cuanto al desempeño de determinados funcionarios. Si no pueden, como ha quedado harto demostrado durante tantos años en el poder, permitan unas elecciones libres, de modo que pueda darse una alternancia democrática en los órganos del Estado y gobierno.

Antes de reprochar cualquier queja, protesta o legítimo reclamo de la ciudadanía, con el bendito ritornelo “no politicen”, señores, revisen todo cuanto la “revolución” (sic) ha hecho en perjuicio del país durante más de 23 largos años.

Si de conversión de  tragedia en un show mediático hablamos en Venezuela, y de ese arte de influir en el ánimo del pueblo con su discurso de odio y permanente confrontación, no hay quien le gane a quienes han liderado una pesadilla prolongada, teñida de un rojo alarmante.

Habría que recordar entonces frases como  “no pasarán ni volverán”, “me le echan gas del bueno”, “exprópiese”, solo por citar unas pocas de una larguísima choricera, signo de aquella verborrea inacabable del difunto presidente.

Son múltiples los problemas que agobian al país, siendo la inseguridad el que ha tomado mayor relevancia en las últimas horas, de allí nuestra insistencia. Superada seguramente por la dolorosa crisis económica que viven tantos hogares venezolanos, la escandalosa deficiencia de la salud pública y la diáspora, tal vez el peor daño causado.

Por lo que llevo dicho, no faltará el fanático ayatolá que me tenga por enemigo, conspirador o antipatriota. No me importa, de verdad.

Si alguna debe emprender el gobierno, es la verdadera “guerra asimétrica” contra el hampa, y en cuanto al compromiso de paz, de no violencia,  que este no quede en la mera palabra; que se le imprima actitudes tan fuertes que transmitan más verdad que falacia, más convicción que duda, más seguridad que incertidumbre, más libertad y democracia que  acoso y persecución.

Todos tenemos  derecho a la paz, este es  inherente a nuestra humana condición. La guerra y cualquier otro conflicto armado, la violencia en todas sus formas u origen, así como la inseguridad de las personas son intrínsecamente incompatibles con el derecho humano a la paz, a la vida, a una muerte natural y a ser recordados con dignidad.

 

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