Comienzas leer Cementerio de voces [01] y, casi de inmediato, asumes ser confidente de un personaje que narra con desenfado de autómata sus diversas experiencias sexuales aparte de incidentes domésticos/familiares y sociales: nada fuera de asombro o desconocimiento [im] púdico. Así culturalmente somos, y, en consecuencia, vivimos: experimentamos la existencia, explícitos o soterrados.
El estilo o forma narrativa de Leonardo Pereira Meléndez me recuerda la boga literaria de los años setenta cuando, en la órbita del diario capitalino El Nacional, escritores profesos de la escritura aparencialmente testimonial y de propulsión a chorros fueron premiados. Contaban para impactar, casi sin pausa ni respiro.
No dudo que Pereira Meléndez habría sido galardonado si hubiese enviado al «Concurso Anual de Cuentos de El Nacional» un texto similar a su novela, menos extenso, calificable «cuento».
Cementerio de voces prorrumpe anecdotario robusto, rico en situaciones dramáticas. Una tras otra, forzosamente fusionadas, como cuando una esfera impacta con otras durante la praxis de un juego de bowing en cual destaca ese peculiar rattle song del inmediatismo.
En algunos instantes Leonardo narra coloquial y convencionalmente ciertos hechos, empero en otros su escritura se exhibe parecida a un documento jurídico mediante el cual procura no ser inculpado de cometer gozosos y nada ilícitos actos sexuales en cohecho fémina no exceptuada.
«[…] Coloqué mi dedo en su región vaginal, y lo fui deslizando hacia la parte inferior de su vulva, y después por la cara superior de su clítoris […]» (p. 07)
«[…] Encendí el carro negro Ford Fiesta de mi mamá y por todo el recorrido maldecía el día en que Francisco lo secuestraron y maldecía todo lo que su secuestro ha traído a mi familia […]» (p.88)
El corpus narrativo nos detiene en un específico suceso para luego precipitarnos hacia –simultáneamente- otros que adquieren relevancia de trama novelesca.
Nos cuenta sobre crímenes, tribulaciones, traumas, injusticias, impunidad, corrupción de funcionario judicial y presencia de mafias. La institucionalidad familiar está siempre presente y expuesto el arraigo moral del hacedor, cierto: su sensible apego de humanista a la cosmovisión personal de lo filial separándola sin ambages del mundo exterior que encaramos para supervivir:
«[…] Mamá, yo nunca he estado involucrado en cosas malas, siéntase orgulloso de mí, usted sabe que yo sería incapaz de hacer nada que la perjudicase a usted y a mis hermanos. Yo lo único que soy y seré toda la vida es un buen comerciante […]» (p. 89)
Afirman los ensayistas Adam y Lorda [02] «que el desorden no es exclusivo de los relatos literarios, sino que también se produce en los orales cotidianos: en los cuales la afectividad de la que están impregnados llevará situar los momentos estelares de un pequeño suceso al principio de la interacción»
Pereira Meléndez no premeditó y por tanto no guió su discurso encausándolo según sistemas operativos escriturales clásicos, simplemente recordaba y testimoniaba. Fue pontífice de sus historias íntimas, sin la intervención de alguien más.
NOTAS
[01] PEREIRA MELÉNDEZ, Leonardo: Cementerio de voces. Editorial Punto, Caracas, Venezuela, 2018.
[02] ADAM Y LORDA: Lingüística de los textos narrativos. Ariel, Barcelona, España, 1999/p. 134)
@jurescritor