La oposición venezolana es muy amplia y variada. Incluye a partidos políticos, organizaciones civiles de todo tipo, asociaciones con diferentes fines, instituciones no gubernamentales, empresas, gremios, sindicatos, universidades autónomas, etc., es decir, abarca a todos los sectores de la sociedad con excepción del clan madurista, la cúpula militar chavista, los enchufados y la parte minoritaria de población sometida totalmente al régimen porque de él recibe las dádivas sin las cuales no podría subsistir o tendría que hacerlo valiéndose de un esfuerzo o trabajo distinto al de simplemente estirar la mano. En términos porcentuales, generosamente calculados, diríamos que la oposición venezolana representa no menos de 70% de la población.
Esa oposición, con las características de diversidad ya señaladas, confronta, por supuesto, grandes problemas para enfrentar a un régimen autoritario y excluyente, basado en la fuerza de las armas y que usa los recursos públicos para comprar adhesiones y lealtades. La unidad de todos los grupos opositores y, especialmente, de la dirigencia política de los partidos, ha sido muy complicada. La única vez que se logró, con la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), por allá, por el año 2015, la oposición obtuvo una victoria memorable al ganar la Asamblea Nacional con los dos tercios de los diputados. De allí en adelante y por factores a los que no podemos referirnos en este artículo, esa unidad se rompió y no ha podido ser reconstruida nuevamente, con lo cual el régimen, agente fundamental de todo lo que ocurre en el país, incluso de esa misma desunión nacional antipatriota, anda, como se dice, rueda libre.
Esa multisápida oposición (término de grata recordación) tiene, en cuanto a su dirigencia política se refiere, dos grandes grupos o sectores: 1) la llamada falsa oposición, que propugna un entendimiento con el régimen sin exigirle a este mayores concesiones y la participación electoral a como dé lugar, con el simple razonamiento de que como somos la gran mayoría podemos ganar y desalojar a Maduro del poder si votamos todos en cualquier condición que el régimen nos imponga, acudiendo a las urnas electorales con un pañuelo en la nariz, vale decir, aceptando la inhabilitación de los principales líderes opositores, la intervención de los partidos políticos y las condiciones y tiempos que el Consejo Supremo Electoral, siempre controlado por una mayoría y una maquinaria oficialista, imponga, y 2) la otra, llamada oposición legítima, que no acepta esos términos por considerarlos humillantes y en nombre de la decencia y la dignidad nacional e individual ha llamado a la abstención, esperando que el régimen, que se sigue hundiendo en la corrupción, la ilegalidad y la ineptitud, termine por derrumbarse sobre sí mismo, como ha ocurrido con todos los regímenes de ese tipo que han existido en el mundo en los últimos cien años. Un camino más largo y sacrificado que el anterior, pero que a la luz de la historia, la ciencia política y los valores humanos resulta superior, más digno y con mejores beneficios en el tiempo.
A fin de cuentas y para terminar, lo que debemos preguntarnos es cuál de los dos grupos o sectores de la oposición tiene el apoyo de la mayoría nacional, porque eso es lo que verdaderamente importa en una democracia, y decimos a diario que somos demócratas. Por lo tanto, tenemos que ser consecuentes con esa afirmación. Y lo cierto es que la mayoría de la población venezolana, en todas las últimas elecciones realizadas desde el año 2017 a la fecha, desde que el régimen se lanzó abiertamente por el camino de la inconstitucionalidad, se ha abstenido de votar pese a que los partidarios de la participación y del diálogo han tenido las puertas abiertas de todos los medios de comunicación sometidos hoy a la hegemonía gubernamental y el otro sector tiene años que no aparece para nada en escena política nacional.
¿Es preciso que expongamos aquí una conclusión nuestra? No lo creemos. Que cada quien saque la suya.