OPINIÓN

Lawrence Ferlinghetti

por Harold Alvarado Tenorio Harold Alvarado Tenorio

Lawrence Ferlinguetti en Barcelona, 2016

La publicación, en San Francisco, de una plaquette que incluía Howl, de Allen Ginsberg (Newark, 1926- 1997), en 1956, dio a conocer al mundo occidental tanto al autor como al editor, Lawrence Ferlinghetti (Yonkers, 1919–2021), quien dos años después del escándalo causado por aquel, daría a la imprenta su libro más conocido: A Coney Island of the Mind (1958), que, traducido a varios idiomas, vendió más de un millón de copias.

Ginsberg y Ferlinghetti se habían conocido, durante los años cuarenta, en la Universidad de Columbia, donde hicieron una licenciatura el primero y una maestría en literatura el segundo. En San Francisco volvieron a encontrarse a comienzo de los cincuenta, cuando Ferlinghetti creó, con un estudiante amigo y 500 dólares, una librería y una casa editorial llamada City Lights, como el filme de Charles Chaplin, en North Beach, un barrio bohemio situado al noreste de la ciudad, cerca de Chinatown, una suerte de Little Italy sanfransiscana plagada de putas y putos.

 

He visto los mejores cerebros de mi generación

destruidos por la locura, famélicos, histéricos, desnudos,

arrastrándose por las calles en busca de un colérico picotazo,

cabezas de ángeles consumiéndose en la conexión

celestial con la estrellada maquinaria de la noche, que,

símbolo de la pobreza ceñida de harapos, drogados

y con vacías miradas, velan, fumando en la oscuridad

los pisos de agua helada sobre las crestas de la ciudad…

 

Así comienza el Aullido de Ginsberg que llevó a la cárcel a Ferlinghetti y Shig Murao, gerente de City Lights, acusados de publicar obscenidades y pagar por ello. Fue secuestrado por la policía por orden judicial porque Ginsberg no solo denunciaba “las destructivas fuerzas del capitalismo y el conformismo norteamericano”, sino que describía actos sexuales heteros y homos, en un momento cuando la sodomía era considerada un crimen en todos los estados de la unión. El poema describe sus fornicaciones con numerosos machos, incluido su amante de siempre, Peter Orlovsky. Tanto autor como editor argumentaron que el secuestro y la amenaza de condena era un atentado contra la Primera Enmienda, tesis aceptada por el juez de la causa, que consideró, el poema no era sicalíptico porque siendo arte era liberador, preguntándose: “¿Habría libertad de prensa o expresión si uno tuviera que reducir siempre su vocabulario a eufemismos insípidos e inocuos?”

A finales de los años cincuenta, nadie habría imaginado que el último y quinto hijo de un emigrante italiano que había levantado un pequeño negocio de venta de inmuebles en un pueblito a tres kilómetros de Manhattan, en una de las orillas del Hudson, habría de convertirse, en San Francisco, en el promotor de la generación de escritores más iconoclastas de los Estados Unidos: The Beat Generation, con escritores como Kerouac, Kenneth Rexroth, Ginsberg, Paul Bowles, Denise Levertov, Gary Snyder o Gregory Corso.

Lawrence Ferlinghetti frente a su librería en San Francisco, California, 1998

Nativo de Brescia, el padre de Ferlinghetti murió de un ataque al corazón antes de su nacimiento. Su madre, una sefardita, enferma mental recluida en un hospicio, entregó sus hijos a una de sus hermanas, que se trasladó con el pequeño a Estrasburgo, donde Ferlinghetti aprendió francés como primera lengua. Al regresar a los Estados Unidos, fue recluido en un orfanato hasta que su tía encontró un empleo como institutriz de los hijos de una pareja de millonarios de Brownsville, en cuya biblioteca leyó en numerosos libros de autores clásicos, al tiempo que sus benefactores le pagaban con dólares de plata por recitar extensos trozos de poemas épicos. Arrestado por robar en una tienda, le enviaron a una severa escuela privada de Massachusetts, donde terminó el bachillerato, siendo admitido en la Universidad de Chapel Hill en Carolina del Norte para estudiar periodismo. Trabajó entonces escribiendo sobre deportes en un periódico local y publicó sus primeras narraciones.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue marinero de un submarino que cazaba naves alemanas en el Atlántico Norte. Su tesis de maestría en Columbia versó sobre John Ruskin, uno de los maestros de la prosa inglesa del XIX y su relación con el “pintor de la luz”, el paisajista considerado un “pintor de historia “, William Turner, uno de los artistas que sin duda más influyeron en el estilo poético de Ferlinghetti. De New York fue a Paris en un barco donde conoció a su primera esposa, una nieta de Edmund Kirby, que había participado en la guerra y expolio de México y el Ejército Confederado durante la Guerra Civil, donde fue promovido a General. En la Sorbona hizo un doctorado en Literatura Comparada con una disertación sobre la ciudad como símbolo de la poesía moderna.

Ferlinghetti nunca se consideró parte de la Beat Generation, aunque publicara a muchos de sus poetas y algunos de ellos le consideraran parte de la pandilla. Así lo dejó certificado en un documental sobre su persona, de 2013: “No me llamen poeta Beat. Nunca fui uno de ellos”. “Quizás he sido el primero de los bohemios y el último de los Beats”. Hacia años había declarado que lo único que en verdad le interesaba era abrir la librería y recorrer los paseos cercanos a El Embarcadero donde los ancianos pasan las tardes esperando la muerte. En su poema de 1976 Los viejos italianos están muriendo retrata el paisaje y sus personajes:

 

Mira los que alimentan las palomas

cortando el pan duro con sus navajas,

y a los que tienen relojes de bolsillo,

los de manos nudosas y cejas salvajes,

que llevan pantalones holgados

con un cinturón y tirantes;

los bebedores de grappa

y sus inmensos dientes,

el piamontés, el genovés, el siciliano

que huele a ajo y pimientos;

aquellos que amaron a Mussolini,

viejos fachos,

aquellos que amaron a Garibaldi,

viejos anarquistas que todavía leen en

L´Umanita Nova,

y amaron a Sacco y Vanzetti,

todos se han ido.

Algunos ahora esperan su turno

y toman el sol frente a la iglesia

en cuyas puertas está inscrita

una frase sin terminar

de El Paradiso de Dante

sobre la gloria del Aquel

que todo mueve…

Primera edicion de Howl and Other Poems de Allen Ginsberg

Un buen número de sus poemas iniciales imitaba el tono, pero no los asuntos de la poesía de T. S. Eliot. Todo lo que escribía entonces sonaba a él. Sus apegos por la pintura y la música también invadieron buena parte de sus textos, sobre todo el jazz y las acuarelas de Turner, tratando de capturar, con sus versos libres, la espontaneidad y la improvisación, descendiendo también hacia un populismo literario que le hacía comparar el oficio del poeta con el de un trapecista de circo y otras veces, en una suerte de Charlot, donde el poeta es mimo, un imitador, y el poema pantomima, una parodia.

Lo cierto es que la mayoría de sus poemas son más visuales que rítmicos, contando cortas historias, “retratos” coloridos que capturan la vida norteamericana de la clase media, como en aquel donde una pareja cruza un parque y él va del brazo de su esposa y el poeta apenas recuerda el color verde de sus tirantes y de ella, el racimo de uvas que lleva en las manos. Así también en otro dedicado a refrescarnos las imágenes que Goya imprimió en sus grabados o pesadillas sobre el hombre. Goya hace evidente el sufrimiento de la humanidad; Ferlinghetti, al recrear a Goya nos ofrece unos norteamericanos que hundidos en el materialismo del capitalismo en una inmensa autopista llena de avisos publicitarios reciben ilusorios mensajes de la felicidad en este mundo.

Cuando abandonó a Eliot, se acogió al estilo de su mentor, el médico casi dominicano William Carlos Williams, uno de los más feroces impulsores del habla coloquial en la poesía, a partir de sus habilidades auditivas para romper con la métrica que dominaba la lírica inglesa desde el Renacimiento. Alejado de los simbolismos y el arte metafórico, quería que las cosas fueran las cosas mismas, así como surgían cada día y cada noche en el habla cotidiana.  Ferlinghetti adoptó esos comportamientos, acercándose al “pueblo” y enfatizando que el arte debía ser asequible a todo el mundo, no solo a los ilustrados. Olvidando, Ferlinghetti, que cada estrato social tiene su propio arte, sus propias invenciones, sus propios niveles de gozo o padecimiento, que sobreviven o perecen de acuerdo con las necesidades de quien adquiere poder e impone sus gustos. Así lo dejó escrito en su poema noveno de Pictures of the Gone World donde recita:

 

«La verdad

no es asunto de unos pocos.

Quizás creas que es cierto,

por la forma en que ciertos archiveros

y emisarios de la cultura

y regentes de museos

se comportan.”

 

Ferlinghetti invitaba a los creadores, como quería, en otros sentidos, Confucio, con los nombres, a rectificar el papel del arte y los artistas. Y como Mao, instaba a los poetas a participar en la vida política y cultural de sus países. “Salgan de sus encierros, abran sus puertas, la poesía debe llevar la gente a otros lugares, a sitios más altos.”, decía.

Viajero incansable y partidario de las rebeliones contra los establecimientos del capitalismo, Ferlinghetti estuvo en Chile, Cuba, Nicaragua, México y casi todos los países europeos y de la Cortina de Hierro, leyendo sus poemas. Siempre hablando duro a favor de la Revolución Cubana y Fidel Castro, las organizaciones de campesinos, la guerra del Vietnam y el viejo Ho, los sandinistas, los zapatistas y los palestinos. Creo que nunca oyó hablar de las FARC y su viejo líder Tirofijo. No aparecen por ninguna parte de su obra.

Como pintor hizo exhibiciones en numerosos sitios, y también recibió profusas condecoraciones y premios. Cuando cumplió 100 años, el alcalde de San Francisco proclamó el día de su nacimiento como el Lawrence Ferlinghetti Day. Ese mismo año, uno de sus seguidores colombianos, dijo que el día del nacimiento de otro poeta, que lo malquería, debía ser el Dia del HP. La peste de ahora le obligó a cerrar su librería, pero sus admiradores iniciaron una colecta que alcanzó casi el medio millón de dólares en cuatro días.

Murió de una enfermedad respiratoria en los intersticios costales, en su casa de San Francisco. Iba a cumplir 102 años.

 

En las pinturas de Goya vemos

Cuando miramos en Goya

parece que viéramos a los hombres

en el mismo momento que reciben

el rotulo de humanidad sufriente.

La adversidad con furor les retuerce,

apiñados, gimen con niños y bayonetas

bajo cielos de cemento

en un paisaje de árboles volando,

estatuas retorcidas,

alas y picos de vampiros,

horcas corredizas,

cadáveres y gallos carniceros

y todos los vociferantes monstros

son tan reales

como si de verdad existieran.

.

Y existen.

Sólo el paisaje ha cambiado.

.

Están alineados en las carreteras

plagadas de soldados,

falsos molinos de viento y gallos locos

Son la misma gente,

sólo que alejadas de casa,

en las autopistas de cincuenta carriles

en un continente de cemento

con grandes avisos que anuncian

imbéciles ilusiones de felicidad.

.

El escenario tiene pocos carromatos

pero muchos seres mutilados

en autos pintados

que tienen extrañas matrículas

y motores

que se engullen a América.

 

Lawrence Ferlinghetti

Versión de Harold Alvarado Tenorio