En los últimos cien años los Papas han ido acostumbrando a la Iglesia y a toda la población mundial a escuchar sus mensajes sociales cada cierto tiempo.
La Iglesia se integra a las sociedades para alcanzar soluciones conjuntas a sus muchos problemas; lo han hecho de manera especial, a través de sendos documentos originados en el Vaticano, conocidos con el nombre de encíclicas; cuyos contenidos van dirigidos Urbe et Orbi (a todas las ciudades y a todo el mundo). Sin embargo, su mayor destinatario lo conforma el cristiano de corazón y práctica.
Permítanme revisar el siguiente dato sociolingüístico: en la antigua Iglesia Cristiana, una “encíclica” era una carta circular enviada a todas las iglesias de una región específica. En ese momento, el término podía utilizarse para referir a una misiva común enviada por cualquier obispo a sus fieles. La palabra proviene del latín «encyclia» y del griego «egkyklios» que significa «envolver en círculo», que es también el origen de la palabra «enciclopedia». Regresemos a lo concreto de la encíclica, como tal, por la importancia e impronta que fue adquiriendo a lo interno de la Iglesia y su proyección hacia toda la humanidad.
La Iglesia Católica Romana le confirió suficiente fortaleza a ese vocablo de forma y fondo, en su estructura y significado.
Todas las encíclicas han sido impactantes en los períodos siguientes a su publicación; repercusión que, en algunos casos, han perdurado varias décadas.
Las encíclicas, desde la primera con carácter social: la Rerum Novarum del papa León XIII, en 1891, persiguen la absoluta identidad de la Madre Iglesia con los asuntos que atosigan a los seres humanos, sin ningún tipo de diferenciaciones. Por eso, nos atrevemos a señalar que los citados documentos no se quedan únicamente en lo coyuntural o teórico; por cuanto la Iglesia ha permanecido al lado, en pleno acompañamiento del pueblo sufriente.
Su Santidad Francisco nos entregó, hace ya cinco años, la encíclica Laudato si (Alabado Seas, Señor); de cuyo hermoso texto se pueden ir coligiendo algunas consideraciones, bastantes pertinentes en estos tiempos.
Digamos que en verdad Laudato si, en las terribles circunstancias que atravesamos en este tramo epocal, sigue siendo un gran regalo para la humanidad, aunque desoído y su contenido inaplicado en muchas naciones del mundo. ¿Por eso será que estamos hoy atosigados de tantas incertidumbres, perplejidades, sin atinar alguna solución eficiente a la crisis pandémica que nos sucumbe?
En ese reflexivo escrito se resalta el valor del planeta Tierra; refiriéndose a éste como la casa de toda la humanidad. A lo largo de sus densos párrafos hace pleno énfasis en torno a la defensa de la naturaleza, la vida animal y las reformas energéticas.
Francisco realizó una fuerte crítica al consumismo y alertó sobre la necesidad de combatir la degradación ambiental y el cambio climático.
Conforme a lo que analizamos en el texto citado del papa Francisco, la actual idolatría del consumo (comprar, usar y botar por obsolescencia programada), conduce a una degradación de la dignidad humana.
En Laudato si hay un diagnóstico descarnado y sincero de la crisis ambiental, por la que atraviesa la humanidad. Asunto absolutamente innegable.
La crisis ecológica es parte de una más amplia, que afecta todas las facetas de la actividad humana y exige un tratamiento integral.
Podemos seguir exponiendo, de acuerdo con lo que dice el texto Papal, que la degradación socioambiental trae como consecuencia el descalabro de la vida humana de forma acelerada.
Acaso queda alguna duda de la importancia y urgencia de transformar ese modelo basado en la ambición y el consumismo, que nos impide que logremos un planeta sostenible.
La frase más polémica pronunciada por el sumo pontífice, que aún resuena: “La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”.
En las actuales circunstancias pandémicas en que nos encontramos, podemos apreciar tal mensaje del Vaticano como una voz premonitoria.